No hay lugar más al norte de Hidalgo que Orizatlán, un sitio que, se comenta, está tan lejos, que algunos lugareños han preferido hacer vida en otro lugar, bajo el argumento de que es menos arduo empezar de cero en nuevos parajes que recorrer de vuelta el camino que conduce al pueblo, o al menos eso dice la gente para explicar por qué tantos vecinos han migrado y que el número de habitantes se mantenga en alrededor de seis mil.
“Ignoro si esto sea cierto, pero lo que sí puedo decir es que resulta un poco complicado tanto entrar como salir, porque uno de nuestros principales problemas es el transporte. Nada nos queda cerca: Pachuca está a seis horas en auto, San Luis a ocho y el DF a 10; son contados los autobuses que llegan y, para colmo, al oscurecer cortan el servicio”, expuso Alejandra Hernández, del gobierno local y coordinadora de la sede que tiene el Sistema de Universidad Abierta y Educación a Distancia (SUAyED) en esta comunidad.
Mucho se rumora que de Orizatlán la gente sólo sale, pero no siempre es así, y Alejandra, es ejemplo de ello; de hecho, hace algunos años ella decidió que deseaba vivir en esa localidad y llegó para coordinar el centro de educación a distancia que la Universidad Nacional, SEP y el gobierno de Hidalgo instalaron ahí.
Desde siempre, la joven bióloga se ha dedicado a la educación para adultos y esto la llevó a quedar al frente de esta sede, pero por accidente, pues las autoridades del lugar, al ver que ella era la encargada de los programas del INEA, le asignaron una función más: supervisar la Universidad a Distancia.
“Ya había estado antes en proyectos locales como el llamado Plaza Comunitaria, que imparte educación básica para mayores de edad en Hidalgo, y enterarme, en 2007, que la Universidad Nacional daría aquí carreras como Psicología, Trabajo Social y Derecho, me sorprendió. Traer algo de esta envergadura a un lugar que, por estar enclavado en la Sierra Madre Oriental, dificulta el traslado, invita a involucrarse. A veces una computadora es más útil para llevarnos a la escuela que un camión, ¿por qué no aprovechar eso?”.
Aula tomada
El espacio que ocupa esta sede se ubica en el ala izquierda del palacio municipal de San Felipe Orizatlán, frente a un pequeño zócalo y al lado de numerosos puestos de comida. Ahí, justo en la puerta de entrada, sobre el dintel, se lee una leyenda: “Universidad Virtual y Distancia” (sic), pintada en letras cursivas.
Dentro del recinto, que atiende a 35 alumnos regulares, hay tres salas de tamaño mediano, una alberga 28 computadoras; otra, la sala audiovisual, y la última corresponde a la biblioteca local, conformada por mil 100 títulos donados por la Escuela Nacional de Trabajo Social y en la cual, entre las obras de Fromm, Arreola y diccionarios de la RAE, destaca un ejemplar que sería la envidia de cualquier coleccionista de libros: Casa tomada, de Julio Cortázar, en una edición príncipe de 1969, diseñada por el artista viedmense Juan Fresán.
Este cuento narra cómo una presencia misteriosa acapara una residencia, cuarto por cuarto, hasta hacerla suya, mientras que este volumen en particular hace una crónica de la invasión mediante juegos tipográficos, ópticos y con un plano de arquitecto que progresivamente se llena de palabras.
Para Alejandra, el relato cortazariano se parece un poco a la historia del centro y cómo llegó a constituirse, “porque esto originalmente era la biblioteca municipal, pero en 2007 nos fue cedida. La idea era impartir aquí clases de primaria y secundaria para adultos, y luego llegó la SUAyED con sus tres carreras”.
En Orizatlán muchos lugareños ven con desconfianza a este sitio, no creen que en realidad pertenezca a la UNAM y han llegado a calificarlo de “escuela patito”. Esto llegó a causar incomodidad entre algunos alumnos, quienes decidieron decorar el lugar con motivos universitarios y exhibir su orgullo por pertenecer a la máxima casa de estudios.
Como en Casa tomada, todo empezó con algo pequeño: 26 letras recortadas en papel terciopelo que, tras ser pegadas en la pared que recibe al visitante, formaron una frase icónica: Por mi raza hablará el espíritu”. Después serían 30 pumas en aluminio dorado, que fueron adheridos a cada una de las computadoras. Al final, son tantos los motivos alusivos a la UNAM —carteles, periódicos murales, fotos de los alumnos con el rector— que difícilmente cabe algo más.
Han sido tantas las complicaciones que esto es un recordatorio de lo importante que es disponer de un espacio con estas características, explica Alejandra, quien a diario debe lidiar con un internet telefónico que se cae, que la gente no se inscriba y la incertidumbre que trae consigo cada relevo gubernamental. “Pero a pesar de todo, la sede se mantiene, y esta presencia universitaria, que hemos sabido colocar en las paredes, ayuda en mucho”.
En el cuento de Cortázar, una vez que el ente extraño se apropia de toda la casa, los protagonistas abandonan el lugar y arrojan las llaves de la residencia en una alcantarilla para que nadie, por error, entre, pero en Orizatlán las cosas son muy distintas, pues aunque ese espíritu que habla por la raza ya tomó el aula, las puertas se mantienen abiertas para todo aquel que así lo desee, pueda ingresar.
Estudiar en la sierra
Con 18 años recién cumplidos y un embarazo que se empezaba a notar, Guadalupe Cristóbal Hernández se prometió que no caería en lo que ella llama “la maldición huasteca”, es decir, aceptar que si una mujer tiene un hijo debe olvidarse de cualquier proyecto personal.
“Poco después del parto me inscribí en Trabajo Social, y mis suegros inmediatamente me lo recriminaron: ‘¿Regresarás a la escuela? ¡Si ya pasaste por ahí! ¡Dedícate a tu hijo y esposo!’, me decían, y yo me escapaba para venir aquí, con la esperanza de que no me encontraran”.
Patricia Danaé tiene 20 años y una historia similar; ella huyó del Distrito Federal y se refugió en Hidalgo para tener a su bebé, pues su familia le recriminaba su situación. “Me sentía lejos de todo, pero con ganas de hacer cosas. Por ello, al enterarme de que en Orizatlán podía continuar con la preparación que dejé atrás, decidí inscribirme en Psicología, algo que le da sentido a todo lo que he pasado: si me vine, fue por mi hija, y si estudio ahora también es por ella”.
Alejandra señala que es común ver que estos casos se repitan. “La mayoría de nuestros estudiantes son mujeres, muchas con hijos. Hay horas en lo que esto parece una guardería. Nosotros las apoyamos y les ayudamos a cuidar a los pequeños. Hay quienes critican esto, pero yo no le veo nada malo. Si no nos solidarizamos con ellas, difícilmente vendrán a tomar sus cursos”.
Una de las alumnas que apoya en esta labor es Adriana Cruz Perusquita, que no tiene niños, pero ayuda a las que sí. Actualmente cursa los últimos semestres de Trabajo Social y asegura que estudiar en la UNAM le ha ampliado su visión del mundo.
“En la zona es común que te digan que venir a aquí es perder el tiempo. No entienden, no creen que sea posible estudiar sin maestro y a veces me preguntan, ¿y tú qué haces? No les respondo, pero si lo hiciera, diría, ¿que qué hago? ¡Mucho! Hace poco fui con una compañera a una de las comunidades más pobres del lugar, para determinar sus necesidades. Nuestro diagnóstico fue que había carencia de agua, los pobladores nos dijeron que lo que faltaba era drenaje”.
Para la joven de 22 años, esto resume en mucho la enseñanza más importante que le ha dejado la Universidad, saber escuchar.
“Podemos creer que por estudiar una zona sabemos más de ella que la gente que vive ahí, y no es cierto. Esto es un vicio que se repite en todos los lugares. Al hacer nuestro trabajo, en un principio hubo la tentación de decir que nosotras estábamos en lo cierto, pero decidimos atender lo que nos dijo la gente y, a partir de ello, propusimos un plan de desarrollo que entregamos a las autoridades. Hace poco gente del municipio fue para allá y es posible que hagan algo”.
Para finalizar, Adriana pidió una oportunidad para responder a aquellos que cuestionan lo que sus compañeros y ella hacen en la sede de la SUAyED: “¿Qué hago? Aprender, y como trabajadora social eso me aproxima a los problemas que tenemos en Hidalgo, que no son muy diferentes a los que se presentan en otros estados. Muchos dicen que los de Orizatlán estamos lejos de todo, yo digo que estudiar, como hacemos aquí, es una forma de estar cerca”.