Por Ahmad Yacoub
GAZA.- Pese a la falta de electricidad, de pronto se ilumina el cielo por unos segundos y de inmediato estalla un extraño estruendo parecido a una voz.
Y es como si esa voz se rompiese en una serie de ruidos, en una resonancia casi tangible, que parece un puente entre el relámpago y el trueno.
Te quedas anonadado, confuso y luego compruebas que no. Que no es algo indefinido, sino el retumbar de una grave explosión. Entonces, no sabiendo qué hacer, te levantas de la cama donde estás tumbado y te acercas a la ventana.
Y ves que la ciudad se asemeja a una mujer todavía cubierta por su largo pelo negro. Y es una mujer triste, porque algo se inflama, se quema, se incinera en algún lugar.
Mientras tanto, la escena se repite: las intensas explosiones, la iluminación del cielo, las voces horrorizadas y un avión con megáfono anunciando el fin del bombardeo sobre un sitio a orillas del mar de Gaza.
Y tras un breve instante de silencio, comienzan a crecer en el aire las sirenas de ambulancias y servicios de bomberos. En el vecindario hay niños llorando.
En breves horas, hemos padecido más de 50 ataques Israelíes, desde aviones de procedencia norteamericana, y más de 20 incursiones de buques de guerra marítima.
Todo esto ocurrió desde la medianoche hasta las 6 de la mañana, muy cerca de donde yo vivo. Una vez más, las embestidas sembraron pánico y terror en mis hijos, que quedaron como petrificados, con las bocas abiertas, durante un intervalo inmensurable.
Roncos gritos y llantos ya sin lágrimas. ¿Por qué sin lágrimas? Porque se han secado sus ojos dando paso a un extraño temblor en sus cuerpos. Ay, cuerpecitos tan frescos aún...
Este trágico episodio, que se repitió por enésima vez, hizo que, a la vez, mi diccionario de la lengua se secara, porque fue también presa del bombardeo.
Y así amanezco arrodillado, convertido en un volcán de furia e impotencia. Tengo deseos de descargar mi ira, en andanadas de maldiciones e insultos y escupir, escupir, escupir.
Sin embargo, me yergo. Y me asomo a contemplar desde el undécimo piso donde aún sobrevivo quién sabe hasta cuándo.
Y veo una sirena dando vueltas en la cama de la noche. Y escucho el silencio susurrante del mar, cuyas olas lamen las arenas de una ciudad que absorbe todas las explosiones.
Y sigue esperando.