*Muy católicos, pero laicos

La “armonía” en la relación entre la Iglesia y el Estado siempre se ha mantenido en el margen de lo relativo. Ha costado mucha sangre, sudor y lágrimas, en una permanente disputa por el poder y la conducción de la feligresía o de la ciudadanía, según del lado que se vea. A lo largo de la historia la autoridad civil ha debido imponer su mandato con la Iglesia como aliada o como enemiga.

Las luchas de los liberales del Siglo XIX en México, con el surgimiento de las logias masónicas, tuvieron como resultado el que el poder de la Iglesia quedara acotado a los templos y su actividad política limitada a los conventos.

Habrá quienes defiendan que, por respeto a su individualidad y sin hipocresías, el jefe de estado practique su religión en público. Tienen razón sólo que la mayor parte de la población no interpreta la complejidad de ambos papeles y la confusión que ello puede generar.

Mojigaterías y exageraciones, dirán. Y recordarán la hipocresía de José López Portillo, quien rehusó acompañar a Juan Pablo II en ningún acto religioso público, se limitó a recibirlo en el aeropuerto, darle la bienvenida y retirarse, aunque días después el jefe de la iglesia Católica oficiaba una misa, privada, en una capilla habilitada en los Pinos, para que doña Refugio, madre del Presidente, satisficiera su preocupaciones religiosas.

La mayor parte de los políticos buscan en los prelados de la Iglesia el apoyo o la complicidad, pues desde el púlpito es posible que la propaganda se disfrace de sermones que mucho tienen de la tierra y muy poco del cielo.

La laicidad del Estado Mexicano es un logro de grandes alcances que se ha debilitado en los últimos años, por el afán de políticos priístas y luego panistas o perredistas que han utilizado a las iglesias (la católica, especialmente) para sus propósitos electorales.

El país vive en estos momentos otra escalada de estas características. Gobiernos afanosos del apoyo de la jerarquía eclesiástica y sacerdotes o ministros que encuentran en el poder político satisfacer su influencia y su ego. A ambos les tiene sin cuidado si sus alianzas confunden y perjudican porque deforman a la ciudadanía, tan necesitada de guías que atiendan por separado “lo de Dios y lo del César”.

Pero en tiempos electorales, todo se vale.

Más cuando está próxima la visita del jefe de la iglesia católica, en el momento más propicio para influir en el proceso electoral de julio del año entrante. Incluso se especula que Benedicto XVI evitó la ciudad de México ante la interpretación de que su saludo al jefe de gobierno, Marcelo Ebrard, se interpretara como respaldo al PRD, a Andrés Manuel López Obrador o a las políticas de “apertura” adoptadas por Ebrard para mantener a la ciudadanía controlada.

El inicio de las jornadas de oración por la paz, en las que el presidente Felipe Calderón y su familia participó rompiendo la tradición de laicidad del jefe de Estado, que su antecesor Vicente Fox, ya había despedazado, sirve a los analistas para encontrar tintes electorales en su actuación.

Por supuesto, la jerarquía católica está de plácemes y las dirigencias del PRD y del PRI con la envidia de no ser ellos quienes integren a sus campañas políticas a tan importantes promotores.

La historia y la experiencia demuestran que la separación Iglesia-Estado es la más sana para la población. Mantenerla no contraviene, ni impide que cada quien tenga y practique la religión que desee.

El Cardenal Rivera gusta de utilizar su influencia religiosa en los asuntos de la política, por lo que no le costó trabajo en varias ocasiones decir que México es un país convulsionado y herido por la violencia, y por ello la necesidad de orar por la paz y la reconciliación. Eso era necesario aún antes de esta época de guerra. El poder de la oración, aseguró el Cardenal, es más eficaz que el poder de las armas.

Desde el jueves 15, las bancadas del PRI y del PAN lograron imponer una reforma que reconoce explícitamente el derecho a la libertad de religión, ya considerada. En la reforma se elimina la redacción de que todo hombre es "libre" para profesar creencia religiosa.

"Toda persona tiene derecho a la libertad de convicciones éticas, de conciencia y de religión, y a tener o adoptar, en su caso, la de su agrado.

"Esta libertad incluye el derecho de participar, individual o colectivamente, tanto en público como en privado, en las ceremonias, devociones o actos del culto respectivo. Nadie podrá utilizar los actos públicos de expresión de esta libertad con fines políticos, de proselitismo o de propaganda política", señala la reforma aprobada con 199 votos a favor, 58 en contra y tres abstenciones, logrando mayoría calificada. O sea, explicaría el vocero, lo que la ley quiere decir es somos muy católicos, vamos a misa, rezamos, pero somos laicos.