Hay una larga y vieja historia de encuentros, desencuentros y tropiezos entre la política y las mujeres, “que va desde la antigua exclusión en el ámbito de la política institucional, hasta la desconfianza y desinterés de las mismas, pasando por aquellas que intentaron abrirse paso en un espacio especialmente androcéntrico y masculinizante”, explicó la doctora Anna María Fernández Poncela, al abordar el tema de la evolución de la participación política de las mujeres.
En entrevista, la investigadora y docente del Departamento de Política y Cultura de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, señaló que antes del siglo XX, en México, los derechos de las mujeres no figuraban en la Constitución, es más, ni se les excluía específicamente porque no se les tomaba en cuenta, pero en la práctica se les impidió el ejercicio de sus derechos políticos.
Tras el I Congreso Feminista de Yucatán en 1916, dijo, se discutió la posición de la mujer en la nueva sociedad, subrayando en todo momento la importancia de la educación para paliar la discriminación. Las mujeres sólo consiguieron la igualdad en cuanto a derechos individuales y laborales pero no políticos, debido a que en el Congreso Constituyente se argumentó que las mujeres no habían desarrollado una conciencia política por estar sujetas a actividades domésticas.
Así, la inserción de las mujeres en el ámbito político depende del sistema y la cultura del país, que hasta entonces era construido sobre una estructura autoritaria, corporativista, burocrática y sobre una compleja red de relaciones personales.
Subcultura política femenina
“La mujer en México no participa mucho en la denominada ‘esfera pública’ donde se desarrolla la actividad política institucional por excelencia, se dedica más a la esfera doméstica donde construye su identidad genérica principal y un espacio en el cual se siente segura y sobre el que posee un relativo conocimiento y por lo tanto poder” explicó la doctora Poncela, quien también es integrante de la Academia Mexicana de Ciencias.
La esfera pública es masculina, y el pensamiento y la conducta política también, y ese es el parámetro de normalidad. La mujer no ha sido socializada para las relaciones competitivas y la lucha por el poder. Además, cuando logra ingresar en la esfera pública y en la política, lo hace en desventaja frente al hombre y en posición subordinada.
“Por otro lado, hay que preguntarse también qué significa hacer política desde las mujeres, esto es, desde construir un concepto no sexista de la misma, hasta la inclusión de la experiencia de lo cotidiano y lo doméstico, ampliando y complejizando su campo semántico”
Las cuotas de género
Los cambios al Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales han ido modificándose. En los años de 1993 y 1996 la presencia y el porcentaje de mujeres era algo “aconsejable”. En 2002 se tuvo en cuenta la titularidad y la obligación, y en 2008 se amplió el porcentaje a 40%, mínimo, y se establecieron sanciones ante el incumplimiento.
Ahora las cuotas de género, son utilizadas en dos formas; como medida de carácter compulsivo que obliga a incorporar mujeres en listas de candidaturas o en listas de resultados electorales, y como medida transitoria, pues supone una vigencia sujeta a la superación de los obstáculos que impiden la representación de mujeres en los espacios de poder y representación política.
“Es necesario notar que más allá de la obstaculización histórica de los partidos –y lo digo porque ellos no potencian la participación, no animan, no capacitan–, lo que hacen es recurrir a familiares para cubrir la cuota de sus partidos; y eso lo ha hecho los tres principales partidos políticos. En la actualidad parece que la situación empieza a cambiar si bien lo hace de manera progresiva, lenta, pero constante” afirmó la especialista.
Es interesante observar que, en encuestas realizadas por la propia doctora Anna María Fernández, la mayoría de las mujeres dicen que no les interesa la política, sin embargo en las elecciones del 2003, 2006 y 2012 las mujeres han votado más. “Un cambio que se ha observado en varios países de América Latina es que al votante le es indistinto el género del candidato y otros preferirían a mujeres en cargos políticos, aunque aún no sabemos por qué”.
Ante la evidente evolución de la participación femenina en el Poder Legislativo con un significativo 10% sólo cabe citar a la presencia femenina en las tres fuerzas políticas: el PRI cuenta hoy con 77 mujeres diputadas y 18 senadoras; el PAN con 36 diputadas y 11 senadoras; y el PRD con 38 diputadas y 6 senadoras.
Por último, para que aumente la presencia femenina en la política es necesario el cambio no sólo del sistema político, sino de su concepción y práctica androcentrista y masculinizante de la política, para que las mujeres no sólo participen, sino que lo hagan con sus temas y estilos. “Es por ello necesario el cambio del funcionamiento y orientación de las instituciones políticas, su actuación y preocupaciones, más allá del discurso de la cultura política pasiva y sumisa” finalizó la doctora Fernández Poncela.