(Parte II)
Alejandra Crail (Enviada)
Marquelia, Gro (México).- Son las siete de la mañana, la gente se baja del camión en el que viajaron por horas. Al fondo, el paisaje muestra aún rastros de la oscuridad nocturna que da paso al amanecer.
Los guías piden que nadie baje sus cosas, hay que descender rápido para recibir las instrucciones de la liberación, es hora de que las tortugas ingresen al mar.
“Póngales nombre si quieren, van a formar parte de su ciclo de vida, las están ayudando a cumplir su destino”, les dicen a los visitantes.
Caminan hacia la playa, el mar tranquilo. Forman una hilera, todos viendo frente al mar. Don Roberto les dice que una vez que las tortugas sean colocadas en la arena, nadie debe tocarlas o intentar ayudarlas, guiarlas, al mar. “Ellas deben encontrar su camino, ése será su primer recuerdo, el que les ayudará a regresar aquí a cumplir su ciclo de vida”, explica.
Uno a uno se les va entregando un ser diminuto —todas de especie golfina—, sus ojos apenas se abren, se mueven con desesperación. Los nombres abundan: Marina, Filomena, Cristina, etc.
“Pongan toda sus buenas intenciones sobre esos seres que tienen en sus manos. Sólo dos o tres de cada mil logran llegar a la vida adulta”, les recuerdan.
El miedo los aterroriza, entonces les hablan a sus tortugas. Los buenos deseos, las recomendaciones, los consejos e incluso las órdenes, abundan.
Es hora de soltarlas. Uno, dos, tres. Todas al suelo. Algunas aún no reaccionan, otras se apresuran, caminan chueco. Los minutos pasan, nadie se puede ir hasta que ellas, todas, hayan llegado al mar.
Las olas las revuelcan, son seres pequeños, indefensos, en medio de la inmensidad del mar. Hiciste lo que pudiste, lo demás les toca a ellas.
El lado profundo del mar
Los proyectos ecoturísticos han ido creciendo a lo largo del país. La protección de la tortuga basada en este principio ha traído consigo crecimiento económico y estabilidad social para los habitantes de la región, más el beneficio ambiental de la protección de especies.
De acuerdo con la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), en 1991, el gobierno mexicano formalizó un crédito con el Banco Mundial para operar el Programa Ambiental de México (PAM), que incluye el Subprograma Nacional de Protección y Conservación de Tortugas Marinas, que contemplaba la instalación de campamentos tortugueros en 12 playas de diez estados de la República.
Las siete especies que llegan a playas mexicanas —golfina, laúd, prieta, lora, verde, caguama y carey— forman actualmente parte del atractivo turístico de México, las actividades realizadas en los campamentos no son fáciles para aquellos que buscaron dedicarse a eso; sin embargo, el número de campamentos tortugueros se ha multiplicado a lo largo de los años.
Don Roberto, guardián y creador del Campamento Tortuguero de la playa La Bocana en Marquelia, explicó a Teorema Ambiental lo difícil que ha sido impulsar un turismo sustentable en la zona y generar conciencia en la gente para evitar que consuman huevos, carne y objetos hechos con piel de tortugas.
Desde los permisos que hay que obtener en el gobierno, pasando por las primeras prácticas dentro del campamento, los recorridos nocturnos y el enfrentamiento con depredadores humanos que buscan el asalto de los nidos de estos animales.
Don Robe ha tenido que pasar momentos difíciles como guardián ambiental de La Bocana, incluso, asegura, los depredadores humanos incendiaron una vez el campamento que ha estado vigente por poco más de cinco años. Y aunque las instalaciones son básicas, representan un costo alto para esta actividad.
“Aquí no tenemos mucho: baños, cocinita, un cuartito para dormir, regaderas y espacio para acampar. Eso es lo que ofrecemos por precios mínimos que, en realidad, no dan una vida de lujos, simplemente dan lo necesario para que el campamento siga funcionando”, resaltó.
Y sí, las instalaciones son lo más básico, pero la experiencia de formar parte del ciclo de vida de las tortugas es la base del funcionamiento del ecoturismo basado en esta práctica.
Lograr en el público la valoración de la vida, por pequeña que ésta sea, es una de las metas —que seguramente se cumplen— dentro del campamento, así como la valoración del esfuerzo de quienes lo manejan.
Enviado a nuestra redacción por la revista digital Teorema Ambiental