El investigador Raúl Valenzuela Wong, del Instituto de Geofísica de la UNAM, dio a conocer que el sismo del domingo 16 de junio fue un sismo intraplaca, llamado así por el proceso de hundimiento de un placa tectónica por debajo de otra. En este caso es la placa de Cocos la que se mueve por debajo de la Norteamericana empujándola, y es un proceso conocido como subducción.
La placa de Cocos subducida genera pequeños sismos en su interior. El sismo registró su hipocentro a 60 kilómetros de profundidad. “El hipocentro es un tercer número que nos determina la profundidad, mientras que el epicentro se determina por la latitud y longitud de la superficie del sitio donde se origina el sismo”, comentó el investigador.
Las ondas que se propagaron fueron de tipo P y S, que son las que causan un movimiento trepidatorio, es decir, de arriba hacia abajo. Los movimientos oscilatorios o trepidatorios en un sismo dependen de la ubicación entre el sitio donde se está sintiendo y el epicentro, lugar donde se origina. En el caso del sismo de 5.8 grados Richter, al encontrarse más cerca de la ciudad de México: la distancia fue más corta; lo que causó que se percibiera más fuerte.
El investigador explicó el fenómeno: “Si tenemos un sismo en alguna costa del Pacífico y llega a la ciudad de México, lo vamos a sentir, principalmente, de tipo oscilatorio como si nos estuviéramos meciendo, porque la distancia es mayor y se generan ondas superficiales que son las que mayores daños ocasionan; sin embargo, las del sismo del fin de semana fueron ondas de cuerpo, que no ocasionaron ningún daño”.
Variaciones en el cálculo de la magnitud del sismo
En los primeros minutos del domingo, cuando se registró el sismo, el Servicio Sismológico Nacional inicialmente anunció una magnitud de 5.9 grados Richter, posteriormente una de 6.0 y al final de 5.8, ante estas variaciones se le cuestiona al investigador el por qué de estos cambios en las cifras:
“Los sismógrafos tienen ciertas imprecisiones. Una de las variables es que cuando se produce un sismo, éste no libera la misma energía o la misma amplitud de onda en todas las direcciones y dependiendo de la distribución de las estaciones sismológicas que tengamos podemos obtener distintos valores. Los diagnósticos iniciales se hacen con pocos datos; conforme llegan los de otras estaciones se hacen las adecuaciones”.
Las variaciones que registran los sismógrafos dependen del patrón de radiación que se genera al momento en que un bloque de roca se desplaza respecto a otro generando un tipo de onda con una carga eléctrica; el patrón de radiación determina la polaridad de la onda, lo que permite determinar si los movimientos son ascendentes o descendentes en dirección al sitio donde se expandió la onda.
El investigador agregó: “Además, ahora se puede determinar el plano de falla, es decir, el lugar donde se localiza la ruptura en la corteza; este plano puede tener cualquier orientación, ya sea vertical, horizontal o inclinada. El plano de falla de este último sismo fue inclinado”.
El cambio entre un grado y otro
La escala de magnitud de un sismo es una escala de tipo logarítmico, quiere decir, que si la magnitud de un sismo pasa de 4 a 5 grados Richter, aunque solamente se está subiendo un número, la amplitud del movimiento del suelo aumenta 10 veces. Si se brinca a dos escalas del 4 al 6, la amplitud del movimiento es 100 veces mayor. Por otro lado la energía liberada en un sismo de magnitud 5 libera 30 veces más energía que uno de 4, en uno de magnitud 6 son 30 por 30, es decir, se liberan 900 veces más energía que un sismo de magnitud 4.
El investigador, que pertenece al departamento de Sismología, comenta al respecto que si hipotéticamente quisiéramos reproducir un sismo de magnitud 8 parecido al terremoto del 19 de septiembre de 1985, “necesitaríamos tener 2 mil 700 sismos de magnitud 5; todos con un epicentro en el mismo lugar para liberar exactamente la misma energía”. Como bien se sabe, los sismos no son predecibles ni se pueden provocar.