Hacia finales del año pasado, el surgimiento de dos islas en medio del mar atrajo la atención mundial. Una nació tras el terremoto de 7.7 grados de magnitud en escala de Richter que el pasado mes de septiembre sacudió la costa de Pakistán; la otra es producto del material que arrojó en noviembre un volcán submarino activo ubicado a mil kilómetros al sur de Japón.
Varios medios de comunicación de distintas partes del mundo dieron a conocer estos acontecimientos como eventos extraordinarios, no obstante, su formación es un fenómeno relativamente común en los océanos, lo que nos recuerda lo cambiante que es la corteza terrestre sobre la cual vivimos.
En este sentido, Luca Ferrari Pedraglio, investigador del Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México, comentó que los volcanes de lodo, que fue la masa de tierra que brotó en aguas paquistaníes, se forman en zonas del subsuelo donde la acumulación de gases genera un ambiente de sobre presión, explicó el experto en geodinámica.
Generalmente se dan muy próximos a zonas de subducción, es decir, donde una placa tectónica se desliza sobre otra, comprimiendo así el material que está encima de la placa que subduce. El material estalla a través de fisuras que se abren en la corteza terrestre, arrastrando a su paso agua mezclada con sedimentos.
“En el Mediterráneo oriental hay muchos volcanes de lodo, por ejemplo. En el caso de Pakistán es una ubicación un poco anómala porque no hay una convergencia entre dos placas, se mueven lateralmente una respecto a la otra, es decir, se trata de una falla tectónica”. Las vibraciones que provocó el terremoto posiblemente hicieron que el material acumulado en el fondo marino se expandiera, aumentara aún más la presión y se fracturara la capa de corteza, agregó el también miembro de la Academia Mexicana de Ciencias.
La isla que brotó en aguas niponas se encuentra en la orilla oeste de lo que se conoce como El Cinturón de Fuego del Pacífico, el cual se caracteriza por concentrar algunas de las zonas de subducción más importantes del mundo, lo que ocasiona una intensa actividad sísmica y volcánica por donde pasa.
En particular, agregó Ferrari, al sur de Japón hay una zona de subducción entre dos placas tectónicas: la Pacífica y la de Filipinas, que da lugar a una cadena de volcanes, muchos submarinos, que llegan a formar islas por la acumulación del magma a lo largo del tiempo, incluso miles de años, como ocurre con la Cadena de Islas Bonin.
“La erosión aérea como de las corrientes de agua marina pueden borrar del mapa a las nuevas islas, pero si las erupciones son continuas y hay suficiente lava, las islas permanecen”.
En la isla volcánica Nishino-Shima, que pertenece a dicha cadena y que está a unos cuantos metros de la isla recién formada el pasado mes de noviembre, hay un volcán submarino que emergió ya en la década de los setenta del siglo pasado por una serie de erupciones, ahora ha vuelto a formar otra pequeña isla.
Más que una curiosidad
La aparición de estructuras este tipo de va más allá de lo anecdótico o de la curiosidad científica, sostuvo Ferrari, pues en muchas de estas estructuras geológicas pueden tener importancia económica e incluso territorial. Por ejemplo, los volcanes de lodo pueden estar asociados a yacimientos de gases de interés comercial (como el gas natural) e incluso puede suceder que constituyan trampas de petróleo. “De hecho, hay varios volcanes de lodo a los cuales se les hacen perfiles sísmicos con fines de exploración petrolera”.
Por su parte, agregó, el interés de las islas de origen volcánico radica en que pueden convertirse en territorio de un país, y con ello, en un punto estratégico de control marítimo o ser una zona potencial de pesca.
“Si por ejemplo, el volcán de Japón hubiese surgido en una frontera territorial se convertiría no solo en un incidente geológico sino también diplomático”, tal como ocurre con las islas Diaoyu ubicadas en el Mar de China Oriental, cuya posesión se disputan China y Japón desde hace varias décadas.