Los mexicanos no reconocemos en plenitud la discriminación que ejercemos por motivos de clase, raza o etnia, contra los pueblos indígenas, afrodescendientes, minorías y extranjeros.
Aceptar que en nuestra sociedad existe el racismo es indispensable para diseñar políticas públicas eficientes que lo erradiquen del lenguaje, actitudes y costumbres, subrayó Olivia Gall, del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH) de la UNAM.
En la legislación vigente, el primer artículo constitucional prohíbe esta práctica; en el segundo, se reconoce que México es una nación pluricultural. Además, en 2003 se creó el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), pero esto no basta para acabar con la exclusión persistente en todos los ámbitos, estableció.
La Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación —aprobada el 29 de abril de 2003— aún no otorga facultades al Estado para penalizar actos discriminatorios, con excepción de la Ciudad de México, donde es posible demandar a instituciones, empresas, grupos o particulares si incurren en ellos. Según la gravedad de la falta y los derechos lesionados, estas conductas son motivo de sanción civil e incluso penal, indicó en ocasión del Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, conmemorado el 21 de marzo.
La especialista explicó que el racismo se basa en la idea de que los humanos se dividen en grupos y que la prueba es que nuestros rasgos fenotípicos son distintos, y quienes distan de nosotros por su “raza” pertenecen a un grupo inferior.
Esto se combina con el hecho de que percibimos recurrentemente a otras personas o grupos —no sólo fenotípica sino también culturalmente diferentes— como una amenaza a nuestro hábitat identitario y tendemos a rechazarlos, excluirlos, considerarlos inferiores, e incluso a odiarlos y querer sojuzgarlos o exterminarlos. “El racismo se vincula con la discriminación étnica, al considerar que la cultura de los otros no coincide con nuestros valores, principios, costumbres, tradiciones”.
En nuestro país, por ejemplo, el discurso y las políticas que promovieron la construcción de la identidad nacional como fundada en el mestizaje, han redundado en una agresión a los pueblos indígenas, ya que por décadas se argumentó que los verdaderos mexicanos son mestizos, por lo que los originarios no eran realmente parte de la nación. El mensaje fue racial y culturalmente discriminatorio, explicó.
Gall expuso que esto se sustentó en que la fortaleza del país radicaba en el encuentro biológico y cultural de dos razas distintas, idea progresista para su época al contrastarla con las ideologías europeas, que planteaban que para construir una nacionalidad sólida, se requería fundarla en “sangre pura”.
Hoy, el Estado no habla tanto del mestizaje ni de la mestizofilia oficial, tan largamente cultivada. Ha reemplazado este discurso por el de la pluriculturalidad, pero incorporarlo a la realidad de nuestras relaciones sociales y políticas no es tarea sencilla, ya que involucra un cambio en las estructuras y mentalidades que, en general, se transforman más lentamente.
Discriminación y marginación
En un pasaje de Las batallas en el desierto, José Emilio Pacheco narra la disputa entre el protagonista de la novela y un compañero de clase: “Gracias a la pelea, mi padre me enseñó a no despreciar. Me preguntó con quién me había enfrentado. Llamé indio a Rosales. Mi padre dijo que en México todos éramos indios, aun sin saberlo ni quererlo. Si los indios no fueran al mismo tiempo los pobres, nadie usaría esa palabra a modo de insulto”.
Además de la discriminación por su color de piel, rasgos físicos, vestimenta y lengua, los indígenas aún son excluidos del desarrollo del país, subrayó Gall. “Son los más pobres y, a pesar de esto, los mexicanos no hemos reconocido plenamente que entre las lógicas con las cuales los discriminamos, la racial también existe”, enfatizó.
La visión del extranjero
La especialista recordó que, a diferencia de otras naciones, México ha sido una nación generosa con asilados políticos como José Martí, Augusto C. Sandino y León Trotsky, y con grupos conformados por intelectuales y profesionistas exiliados: españoles, chilenos, argentinos, uruguayos, brasileños, que huían de las dictaduras en sus respectivos países.
Aún con este antecedente, dijo, México —y de eso estamos poco conscientes— está cerrado a la inmigración: del total de nuestra población, a lo más uno por ciento son residentes extranjeros con estancia legal. A nivel mundial, el porcentaje es mínimo.
Desde principios de los años 30 del siglo XX, se ha considerado a una multiplicidad de nacionalidades como inasimilables e incompatibles con nuestro mestizaje indoeuropeo. Con esta lógica, se rechazó a negros, judíos y chinos, y hoy, bajo otra lógica, damos un trato de inferioridad a los centroamericanos que transitan por nuestro territorio.
Discriminación y lenguaje
Recientemente, la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) determinó que el discurso homofóbico constituye una manifestación discriminatoria, a pesar de que se emita en un sentido burlesco o de que no esté acompañado por un acto que lesione, en la práctica, los derechos de la comunidad lésbico, gay, bisexual, transexual, transgénero e intersexo.
Los magistrados consideraron que mediante mofas, chistes e insultos se incita, promueve y justifica la intolerancia hacia preferencias no ortodoxas. En el fallo se dice: “La problemática social de tales discursos radica en que, mediante las expresiones de menosprecio e insulto que contienen, los mismos generan sentimientos sociales de hostilidad contra personas o grupos”.
La Corte decidió que, aunque las expresiones “maricón” y “puñal” no lesionan derechos fundamentales, exponen a las personas a la humillación, exclusión y discriminación, explicó.
Al respecto, destacó que la medida representa un avance crucial hacia la penalización no sólo de actos, sino de discursos que pueden conducir a tales conductas. Es un problema complejo porque debemos defender el derecho fundamental a la libertad de expresión, pero también reconocer que a veces éste lesiona otro esencial, el que garantiza la no discriminación.
Es un fallo relevante, por ejemplo, frente a las manifestaciones discriminatorias en ámbitos como el de las redes sociales; en éstas se propagan ideas que ridiculizan a sectores de la población mediante etiquetas (hashtags), comentarios y tweets.
Incluso, alertó Gall, entre los usuarios de Twitter en México se ha observado una recurrencia mayor de discursos que incitan a la discriminación —contra indígenas, negros y trabajadoras domésticas, por ejemplo— y al odio antisemita.
La decisión referida de la Suprema Corte podría abrir la vía para que estas prácticas se prohíban. No se trata, argumentó Gall, de castigar todo discurso ofensivo, porque coartaríamos la libertad de expresión, sino de establecer sanciones para quienes alimenten otros claramente discriminatorios y que generen un clima de odio. Debemos reconocer que muchas veces esta animadversión se despierta por motivos étnico-raciales o xenófobos, concluyó.
La fecha
El Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial se conmemora el 21 de marzo. Fue proclamado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1966, seis años después de que la policía sudafricana abriera fuego y matara a 69 personas en una manifestación pacífica contra las leyes de los países del apartheid.
En 2001, la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, concluyó que este tipo de actos se producen por motivos de raza, color, linaje u origen nacional o étnico.
Las víctimas pueden sufrir formas múltiples o agravadas de discriminación por motivos conexos, como el sexo, el idioma, la religión, opiniones políticas o de diversa índole, el origen social, la situación económica, el nacimiento u otra condición, señala el documento.
Este año lleva por lema “El racismo y el deporte”, para alertar de este problema en diversas competencias y destacar la importancia de los valores atléticos en la lucha contra la discriminación.