*Tom Wicker, de los más reconocidos

Hace unas semanas, el 25 de noviembre, murió Tom Wicker. Fue, sin duda, uno de los columnistas más importantes e interesantes del periodismo de Estados Unidos.

Wicker tenía un buen olfato y un análisis agudo que le permitió adelantarse a muchos de sus colegas en temas como Vietnam, el caso Irán-Contras y la Guerra del Golfo.

Como reportero de The New York Times fue asignado a la cobertura de una gira rutinaria del presidente John F. Kennedy a Dallas, y por ello fue un testigo directo del asesinato de uno de los hombres más poderosos del mundo en ese momento.

Escribió en los años setenta De la prensa… la vida de los reporteros y reflexiones del periodismo americano.

Wicker era refractario a la supuesta objetividad del periodista y más bien proponía “adentrarse en el periodismo más objetivo de todos: ver por ellos mismos, juzgar por ellos mismos, apoyar sus juicios en sus propias observaciones, con riesgo frecuentemente de sus vidas e integridad física y de la furia del gobierno”.

A Wicker le tocaron los años duros de Richard Nixon en el poder. Entre 1972 y 1973 Ron Ziegler, el último vocero del presidente, calificó las historias de Woodward y de Bernstein como “periodismo ruin”.

Nixon consideraba que los medios no se concretaban a informar objetivamente y que habían decidido seguir una línea en su contra.

El presidente de EU llegó a decir que “cuando se golpea a la gente noche tras noche con ese tipo de información frenética e histérica, se acaba obviamente por destruir su confianza”.

En esas aguas turbias, periodistas como Wicker tenían que realizar su trabajo.

Seguía el consejo de Phillips Russell: “Si van a escribir de osos, acérquense a un oso”.

Por ello, quizá, se ocupó de escribir sobre los presidentes de EU.

Aprendió que “al escribir sobre política, las posibilidades son tan importantes como los hechos supuestamente conocidos, que con frecuencia no son hechos comprobables”.

También conocía las trampas del oficio: “el enemigo más peligroso de todo reportero es el ansia de ser reconocido, tener acceso a lo que a otros se niega, de estar dentro, de ser parte de las cosas, de pertenecer al mundo del poder y la influencia”.

Wicker logró, después de todo, el tener la suficiente cercanía con el poder para obtener historias relevantes, pero sin adquirir compromisos que le impidieran darlas a conocer.

Siempre insistió en que se tenían que desplegar todas las herramientas para evidenciar la falta de virtud del poder, ya que no hacerlo “era sólo imputable a la prensa misma”.

Nadie duda que en la cúspide del poder tengan buena información, pero “suponer que siempre es así, implica atribuir al gobierno una información exenta de errores, una interpretación y análisis implacables, y unos funcionarios que al reunir e interpretar los datos, están libres de toda debilidad humana, como son el temor y la ambición”.

Twitter: @jandradej