La orden fue directa, tajante y bañada de advertencia: “O se van o se van del Zócalo, porque el desfile del 16 de septiembre no se suspende y la ciudadanía lo está demandando”.

Esto ocurrió la noche del jueves en la Secretaría de gobernación, donde el titular de la dependencia, Miguel Ángel Osorio Chong, recibió a los dirigentes visibles de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, a quienes les dio a conocer la decisión de los tres niveles de gobierno, federal, capitalino y delegacional, para desalojar el plantón magisterial.

De acuerdo con las versiones captadas por los sabuesos informativos de esta cada vez más penetrante “Grilla en el Poder”, el operativo de desalojo estaba previsto con toda firmeza y decisión desde la noche del miércoles, cuando el propio presidente Enrique Peña Nieto acordó con sus estrategas que “ni modo, los desalojamos y asumimos los costos políticos que se generen”.

A partir de ahí las fuerzas del orden, conjuntamente con la sección especializada de las Fuerzas Armadas de México, construyeron el operativo y una vez comunicado al Presidente de la República, el desalojo se declaró listo para ponerlo en marcha a partir del mediodía del viernes.

Todo esto se les comunicó en detalle a los dirigentes de la CNTE, quienes desde la madrugada del mismo viernes se hicieron “ojo de hormiga” y solo enviaron mensajes a sus “huestes” de que emprendieran la huida, porque las cosas de pondrían feas.

Así las cosas, al filo de las doce horas del viernes, en medio de un ambiente nublado y pertinaz lluvia, las autoridades del Gobierno del Distrito Federal despidieron al personal administrativo de las oficinas centrales localizadas en el Zócalo, mientras en las calles aledañas la mayoría de los campamentos plantados se comenzaban a ver vacíos.

Poco antes de la una de la tarde aparecieron en el cielo de este sector dos helicópteros de la Policía Federal, desde donde verificaban la postura de los maestros en protesta y enviaban señales de la conveniencia o no de que salieran las tanquetas que se tenía preparadas para el desalojo.

Para esos momentos, y ante una intensa, pero rauda lluvia los maestros solo gritaban consignas, en tanto que las autoridades solo mandaron a los granaderos a ubicarse estratégicamente en los alrededores del Centro Histórico para evitar que los inconformes se plantaran en otro sector de esta misma área, al tiempo que empujaban a distancia a un grupo de jóvenes que supuestamente se resistían al desalojo.

Al filo de las cuatro de la tarde del viernes entraron las tanquetas al Zócalo, pero solo para limpiar el área y retirar los escombros con chorros de agua.

Así se logró el desalojo, sin llegar a los enfrentamientos que ambas partes parecían estar dispuestos a que ocurrieran.