“En México aumenta el registro de casos de leishmaniasis. Esta enfermedad se ha detectado en zonas fronterizas y en las costas, tanto del Pacífico como del Atlántico, donde se incrementa el riesgo de transmisión”, alertó Ingeborg Becker, investigadora de la Facultad de Medicina (FM) de la UNAM.
Por los cuadros clínicos diversos, se considera la posibilidad de que entren al país nuevas especies de leishmania, causante de la afección, por lo que es importante hacer diagnósticos precisos, pues los procedimientos son diferentes. “Si el parásito fuera L. braziliensis, el tratamiento sería más largo que si fuera L. mexicana”
El actual método para detectar el padecimiento originado por L. mexicana por serología, es insuficiente, pues no distingue entre una leishmaniasis y una tripanosomiasis, por reacciones cruzadas entre ambos parásitos, aclaró. Además, a la fecha, los diagnósticos se hacen a partir de una impronta, la forma más rudimentaria, pero que sirve para ver si hay o no evidencia del organismo.
Para llevar a cabo esta última, se raspa el borde de la úlcera causada por el piquete de la mosca con un portaobjetos –una laminita de vidrio-, para hacer que brote un poco de suero; se coloca para que queden impregnadas las células.
Como el parásito es muy pequeño, se hace una tinción de Giemsa, para demostrar su presencia en la célula. La impronta sólo indica su existencia, pero no a qué especie pertenece, y las actuales pruebas serológicas tampoco son muy confiables, pues cruzan con tripanosoma, acotó Ingeborg Becker.
“Para resolver ese problema, implementamos una prueba de ELISA, con una proteína recombinante única en leishmania, que permita distinguir la enfermedades de otras que cruzan fácilmente, como la de Chagas o tripanosomiasis americana. Con ello, podemos distinguir si es o no, y con la reacción en cadena de la polimerasa, o PCR, determinar con exactitud a qué especie pertenece”.
Esta nueva herramienta establece si un paciente que llegó a México con la afección la obtuvo en Suramérica o en el Medio Oriente. “En estos casos, mediante la prueba de PCR podemos identificar la especie, aunque el método es un poco más invasivo.
Según las características de la lesión, tomamos un punch de dos milímetros, o con una aguja aspiramos. Es un pequeño sacabocados cilíndrico, estéril, se coloca sobre la piel en el borde de la herida, se gira un poco para obtener un corte; es una herida mínima, que se puede cubrir con un curita”.
Con ese material, por biología molecular se sabe con exactitud la especie. “Tenemos oligonucleótidos para diferenciar todas las de América y Medio Oriente”, aseguró.
Ello es importante, porque la enfermedad migra con los cambios climáticos. Especies que antes sólo se encontraban en América del sur, ahora van hacia el norte. “Por ejemplo, en Altamirano, Guerrero, una región totalmente árida, tenemos identificado un nuevo foco; ahí hallamos perros infectados con la misma especie que detectamos en los Altos de Chiapas”, comentó.
Se debe identificar al vector y al parásito para estudiar la transmisión en Chiapas, donde ataca a niños y a canes; en Altamirano hay perros infectados, pero pocos casos de menores. En estas regiones el parásito es Leishmania donovani infantum o chagas, que no se aloja en piel, sino en médula ósea, bazo e hígado, y afecta principalmente a infantes.
La universitaria explicó que sus métodos permiten diferenciar las especies existentes en el continente americano (L. mexicana, L. braziliensis y sus subespecies), las del Medio Oriente, como L. major, o las que causan leishmaniasis visceral, entre ellas L. donovani infantum.
Enfermedad emergente
La distribución aumenta y se debe emitir una alerta. El norte de Europa nunca había tenido esta enfermedad, sin embargo, turistas que estuvieron en el Mediterráneo regresan con sus mascotas infectadas.
Debido al cambio climático, el vector, la mosca Lutzomyia –cuyo nombre en esos países es flebótomo- se ha adaptado a esas regiones y ha iniciado el ciclo infeccioso en territorios en los que no se conocía. Aunque son naciones de climas fríos, se adaptó y representa una enfermedad emergente.
“Los territorios del Mediterráneo ya tienen problemas. En España la manejan incluso en los perros, a los que colocan collares impregnados con repelentes para la mosca. El parásito que infecta a la mosca y al can, también lo hace con el humano”.
Pero el perro no es el único reservorio, hay muchos animales silvestres, como roedores, y domésticos, como gatos, vacas, caballos y cerdos; en general, gran variedad de mamíferos pueden ser infectados.
El contagio ocurre sólo a través de la picadura de la mosca Lutzomyia, que tendría que picar a un hospedero infectado y luego al humano. La transmisión puede ocurrir por un accidente de laboratorio, si quien maneja una guja infectada se da un pinchazo; por contacto con la úlcera, sólo puede darse si se tiene alguna herida que entre en contacto con la lesión del animal o de otra persona.
El tratamiento en México es el mismo desde hace más de 50 años. Consiste en la aplicación diaria, durante 28 días, de una ampolleta de cinco mililitros de glucantime o antimoniales pentavalentes de manera intramuscular. Es el que recomienda la OMS. “Nuestro siguiente paso será el desarrollo de una inoculación”, finalizó la académica.