*Aniversario del inicio de la Revolución Mexicana
¿Cuántos nombres de grandes mexicanas y mexicanos se nos vienen a la mente al referirnos a la Revolución mexicana?
Madero, Villa, Zapata, Carranza, Obregón, Vasconcelos, Pino Suárez, los hermanos Flores Magón, o las hermanas y hermanos Serdán, Carmen Alanís, Juana Martínez de Mendoza, entre otras.
Tantas y tantos mexicanos sobre los cuales se han escrito miles de páginas y cuya participación en la construcción del México actual fueron fundamentales.
El origen de la revolución mexicana ha sido también, objeto de amplio estudio.
No es el propósito de mi intervención analizar la compleja situación que el país atravesaba a principios del siglo XX.
Todos sabemos que la mala situación económica, la opresión, la carencia de educación, salud, y desarrollo de la mayoría de los mexicanos; aunado a un sistema político autoritario y la ausencia de opciones políticas, fueron el caldo de cultivo ideal para que se suscitara el largo y doloroso conflicto armado que hoy, todavía es tema que genera controversias.
La trascendencia del movimiento revolucionario de 1910 alcanzó una proporción internacional, ya que significó el primer movimiento armado de carácter social del siglo XX.
Pero, ¿a qué aspiraba la revolución de 1910? El fundamento principal de la lucha armada se plasmó claramente en el Plan de San Luis, que llamaba a retomar el ejercicio de los derechos políticos y sociales del pueblo, terminar con la dictadura de Porfirio Díaz, poder formar partidos políticos y conseguir elecciones libres.
Se buscaba también una verdadera división de poderes, y que estos no estuvieran supeditados al Ejecutivo, como lo estaban también los gobiernos de los estados.
El principal anhelo de Francisco I. Madero era conformar un régimen democrático, pero su intención de impedir la revolución armada, se vio truncada por la negligencia de un Porfirio Díaz que decidió permanecer en el poder, ignorando el clamor popular.
El precio que pagó por esta decisión no solo fue el exilio, sino un extraordinario derramamiento de sangre que resultó de una lucha armada demasiado prolongada y en extremo dolorosa.
Conmemorar la Revolución mexicana, no tendría ningún sentido si no se reconocen sus logros. Hoy nuestro país puede presumir que se respetan las libertades y la decisión de los ciudadanos. En México ha consolidado un régimen de elecciones democráticas.
Estar aquí, representando diferentes posturas ideológicas y admitiendo la pluralidad, pero sobre todo nuestras diferencias sin temor de poder expresar nuestra opinión, es una realidad que en 1910 parecía inalcanzable.
Belisario Domínguez no gozó el privilegio que para ustedes y para mi es una prerrogativa indiscutible y nuestra labor cotidiana.
Otro triunfo del que hoy podemos enorgullecernos es que contamos con educación laica, gratuita y para todos.
Claro que enfrentamos retos en este aspecto, para nueva alianza lograr los objetivos de la reforma educativa, es una tarea en proceso. Sin embargo, es necesario reconocer que en su creación fueron incorporadas diversas posturas, voces y opiniones, todo con un mismo objetivo: conseguir una educación de calidad. El compromiso está pendiente, pero la transformación ha iniciado y nada ni nadie la podrá detener.
Nos hemos dado instituciones democráticas, una verdadera división de poderes, seguridad social para los trabajadores, y un sistema de salud que es perfectible, sin duda, pero que busca que ningún mexicano o mexicana sea excluido.
Nuestro país ha evolucionado, hemos conseguido libertades que hace 105 años parecían impensables, y sin embargo sabemos que aún existen muchos retos que enfrentar.
Es urgente terminar con la brecha de desigualdad que sigue siendo una realidad en el país.
En 1910 la población se dividida en tres clases sociales.
La clase alta, representaba el 0.6% de la población total y concentraba el poder y la riqueza.
La clase media, el 8.3% de la población del país, estaba compuesta por burócratas, artesanos, pequeños propietarios de fincas urbanas y rurales, etc.
El resto, conformaba la clase baja; era la más numerosa y explotada, integrada por jornaleros, peones, obreros, empleados del comercio y negociaciones, y el grueso del ejército.
Lamentablemente, estos porcentajes no se han modificado de la forma en la que quisiéramos en más de un siglo.
Según datos del INEGI, hasta 2010 el 1.7% de la población pertenecía a la clase alta, un 39.16% a la clase media y un 59.13 % a la clase baja.
Llegar a una verdadera equidad en el desarrollo, sin importar si se nació en nuevo león o guerrero, es un reto que ha impulsado a nueva alianza desde su creación.
Creemos que un México más justo es posible, ese es el fundamento y el anhelo de nueva alianza, como lo fue en su momento, el anhelo de la Revolución.
Afortunadamente, hoy la confrontación no es necesaria, ni constituye la vía idónea.
Quienes fomentan el maniqueísmo y utilizan los legítimos reclamos de la población para alimentar la división y el resentimiento, desconocen y desprecian los enormes avances por los que tantas y tantos mexicanos lucharon y se sacrificaron.
Hoy, en el México libre del siglo xxi es posible dialogar, disentir y construir acuerdos.
Para eso sirven las instituciones democráticas que fueron el principal anhelo revolucionario.