Este jueves en la Asamblea Legislativa del distrito Federal por poco se desata un zafarrancho entre perredistas y panistas, principalmente.

La manzana de la discordia fue la CNTE. Se discutía un punto de acuerdo sobre los daños de esta organización en el Monumento a la Revolución y de repente surgieron las palabras altisonantes y los que prendieron la mecha fueron los verde-ecologistas Jesús Sesma Suárez y Alberto Cinta.

El primero hizo varias calificaciones indecorosas a los asambleístas del sol azteca, como llamarlos “gusanos”.

Vinieron los gritos, insultos y hasta empujones y jaloneos y el presidente en turno, Saúl Téllez, del PAN, no quiso o no pudo poner orden.

Ahí afloró la notoriedad del propietario de la ALDF, Manuel Granados, al exigir al panista que se pusiera en su papel, pero Téllez se incomodó y hasta lo retó a golpes.

Tan asustado se notó Granados, que la perredista Ariadna Montiel tuvo que entrar al quite y acusó a Sesma de haberla empujado, cosa que negó rotundamente el verde-ecologista, pero más bien escondió la mano.

Debido a todo ello se reventó la sesión casi una hora. Después vinieron los alegatos y las peticiones de otros asambleístas, de otros partidos, como el PRI, de pedir disculpas públicas de los contrincantes.

Cuando ya parecía que se reiniciaba el pleno, entró nuevamente Sesma al recinto legislativo y acompañado por Alberto Cinta (dicen dueño de varios tugurios, los cuales frecuenta como “cliente”), como si fuera su fiel escudero Sancho, fue directo al curul de Granados a reclamarle.

En ese momento los sabuesos informativos de esta “Grilla en el Poder” metieron la grabadora, pero el fiel Sancho recriminó el proceder porque, según vociferó, era un asunto privado y no había pedido una entrevista.

Se hizo notar que estaba en un lugar público y del pueblo y que si querían privacidad, pues que se fueran a lo “oscurito”. Pero el fiel Sancho se molestó por lo poco que se logró grabar.

A un lado el supuesto jefe de prensa de la ALDF, alguien de apellido Brito, solo fue testigo mudo de los hechos que, según profirió después desde su oficina, ningún medio publicaría porque los tiene bien controlados (¿aceitados).