A lo largo de su historia, el Valle de México –asiento de una de las urbes más pobladas del planeta, con 10 mil kilómetros cuadrados de extensión– se ha visto aquejado tanto por inundaciones y sequías recurrentes, como por problemas de abastecimiento de agua y hundimientos.
“En los últimos 500 años, en el Valle de México han habido unas 25 grandes inundaciones, y cada seis años hay intensas sequías; puede decirse que en la actualidad esta zona ha entrado en un periodo de crisis: la escasez del líquido es evidente, y en ciertas partes de la ciudad las inundaciones son anuales”, indicó Adriana Palma Nava, técnico académica del Instituto de Ingeniería (II) de la UNAM.
Antes de la Conquista, México-Tenochtitlan tenía una superficie cercana a los 12 kilómetros cuadrados y una población de 200 mil habitantes, aproximadamente. Ya entonces, uno de los principales problemas que enfrentaban los aztecas era cómo abastecerla. Por eso, Moctezuma Ilhuicamina ordenó construir en 1325 el acueducto de Chapultepec, que permitió traer el líquido del manantial localizado en ese sitio, precisamente.
Con la desecación del Valle, que inició con esa intervención, las únicas fuentes para la población eran los manantiales del sur y del poniente, pero poco a poco se volvieron insuficientes. De este modo, a finales del siglo XIX se empezaron a perforar pozos, que resultaron brotantes y con agua de buena calidad.
Su artesianismo (presión de un acuífero, que permite el libre flujo de agua por encima del nivel de la superficie del suelo) se explica porque las áreas de recarga, que eran las mismas de los manantiales, estaban a una elevación mayor que el suelo de la urbe.
El recurso subterráneo circulaba por debajo de las arcillas que formaban el fondo de los disminuidos lagos de Texcoco, México y Xochimilco. Por lo que se refiere a los manantiales que abastecían a la metrópoli, su caudal pasó de 359 litros por segundo en 1857, a 217 en 1884, insuficiente para una población en crecimiento.
Como consecuencia de la explotación, a finales del siglo XIX ya se observaban algunos hundimientos, señaló Palma Nava.
En los primeros años de la década de los 30 se terminó el artesianismo y, por consiguiente, disminuyeron las aportaciones de los manantiales, que ya tenían que ser bombeados; entonces, dio inicio en 1935 la tarea de los pozos profundos.
Aunque ya en 1925 Roberto Gayol había demostrado con sus nivelaciones que el centro de la ciudad se hundía, no fue sino hasta 1947 que Nabor Carrillo Flores explicó científicamente las razones.
Ello ocasionó que las autoridades del entonces Departamento del Distrito Federal frenaran la construcción de más pozos en el centro, e incluso clausuraron algunos de uso particular con la veda de 1953. El efecto se dejó notar en la velocidad de los hundimientos, que de 29 centímetros al año se redujeron a cinco, a fines de la década de los 50.
Sin embargo, el caudal de extracción no se vio modificado, porque la construcción de pozos se trasladó a Xochimilco y Chalco, y también al norte con el sistema de pozos de Chiconautla, que aportaba tres metros cúbicos por segundo en 1956.
En 1975, arrancó la construcción del drenaje profundo, y en 1979, los institutos de Investigaciones en Matemáticas Aplicadas y en Sistemas, y de Ingeniería de la Universidad Nacional, desarrollaron el primer modelo del acuífero de la Ciudad de México, que hizo posible establecer en qué zonas se podía detener el bombeo del recurso, con la finalidad de mitigar los hundimientos.
“Veinte años después, Carlos Cruickshank y yo desarrollamos, en el Instituto de Ingeniería, un nuevo modelo que incluyó la historia de sus extracciones a partir de 1920. Así, vimos que hasta 2010 se le habían sustraído 16 mil millones de metros cúbicos”, relató Palma Nava.
Los universitarios calcularon que si se suspendiera totalmente el bombeo de agua, a ese cuerpo de agua le tomaría 32 años recuperar sus niveles piezométricos con una recarga natural.
Los efectos inherentes a la sobreexplotación son la contaminación, el deterioro de la calidad del líquido, la extracción de lo que se llama agua fósil, y las inundaciones anuales en Chalco y Ecatepec, que podrán evitarse sólo en el momento que concluya la construcción del emisor poniente, es decir, hacia 2014.
“La situación es complicada. En los próximos 40 años se extraerá de él la misma cantidad que se ha obtenido en los 110 años anteriores, por lo que sus niveles piezométricos descenderán otros 40 metros y los hundimientos promedio aumentarán seis metros. Sobra decir que, con todo esto, se incrementará la vulnerabilidad de los sistemas de abastecimiento a la zona metropolitana”.
Así pues, en opinión de los expertos de la UNAM, es urgente poner en práctica una serie de medidas para enfrentar esta nueva crisis en el Valle de México. “Tenemos que reutilizar el líquido corriente y el de lluvia, detectar y reparar fugas, sustituir los actuales muebles de sanitario y equipos hidráulicos por otros de bajo consumo, tomar baños cortos con regaderas de bajo consumo, recuperar el agua fría no aprovechada, utilizar lavadoras de bajo consumo con cargas completas, regar racionalmente el jardín y pagar puntualmente las cuotas de consumo”, finalizó Palma Nava.