Aún no es posible para los científicos predecir con precisión la ocurrencia de huracanes, aunque suceden en un periodo fijo que sí se calcula mediante estadísticas, explicó Enrique Azpra Romero, investigador del Centro de Ciencias de la Atmósfera (CCA) de la UNAM.
Oficialmente, el 15 de mayo inició la temporada de huracanes provenientes del Océano Atlántico, y el primero de junio, la de los originados en el Pacífico.
“Para determinar el momento en que empiezan se utiliza la estadística. Se tienen datos desde 1881 en el caso del Atlántico, y desde 1949, en el del Pacífico; además, existen registros del primer día en que han aparecido estos fenómenos, y a partir de ahí, se calcula la temporada”, dijo el ingeniero geofísico y maestro en Ciencias.
México, vulnerable de costa a costa
Los eventos de ambos océanos afectan a México, debido a la ubicación geográfica y a las condiciones climáticas del país, que favorecen temperaturas mayores a 26 grados Celsius, perturbaciones de baja presión y formaciones nubosas en una zona alejada del ecuador, características esenciales para la formación de huracanes, señaló el especialista.
Históricamente, los provenientes del Atlántico han afectado con más frecuencia a Quintana Roo, Tamaulipas y Veracruz, mientras que los originados en el Pacífico han dañado recurrentemente a Baja California Sur y Sinaloa.
Vigilancia, desarrollo y trayectorias
Aunque todavía no se puede saber el día y la hora en que ocurrirán, se trata de fenómenos muy vigilados, especialmente por los satélites GOES (siglas en inglés de Satélite Geoestacionario Operacional Ambiental) de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) de Estados Unidos.
Esos equipos, que operan en el este y oeste del planeta, los detectan desde su formación inicial, en el momento en que una banda de nubes converge hacia un centro, donde genera un ojo y alrededor de éste, un anillo (o pared del ojo), que sirve para medir la intensidad máxima del evento, explicó Azpra.
Una vez que se conoce la velocidad, los científicos calculan la intensidad y dirección de los vientos, y así pueden trazar su trayectoria, que muchas veces tiene forma de parábola. “Aunque uno puede ser muy intenso, lo mueven las corrientes como si fuera un corcho dentro de un río”, acotó el investigador.
Otro tipo de mediciones son realizadas por el Centro Nacional de Huracanes (con sede en Miami, Florida) de la Unión Americana, que utiliza aviones “caza huracanes”, que entran para soltar sondas que miden presión, humedad e intensidad de los vientos.
Desde sus laboratorios, los especialistas del Centro de Ciencias de la Atmósfera tienen acceso a esos datos, como otros grupos de expertos en el mundo, y entonces realizan su propio análisis de trayectorias.
Desde hace ocho años, Enrique Buendía y su grupo (al que pertenece Azpra Romero) ha desarrollado un modelo numérico propio para calcular, mediante ecuaciones diferenciales programadas, la trayectoria de estos eventos atmosféricos.
Conservar ecosistemas
Para reducir las afectaciones a los seres humanos es conveniente conservar ecosistemas que, de manera natural, funcionan como barreras.
Los manglares y las selvas, destacó, ayudan a frenar la intensidad de esos fenómenos naturales; entonces, su conservación contribuye a minimizar sus efectos si llegan al continente.
El investigador también recomendó que los asentamientos humanos no se instalen en zonas de riesgo, como las costas.