Si en México se quiere avanzar en la sociedad del conocimiento es fundamental desplegar lo que podría llamarse una cultura tecnológica y científica, que impulse el desarrollo económico y social. Pero no sólo eso, se deben aprovechar otros conocimientos que no son científicos o tecnológicos, sino tradicionales, planteó León Olivé, del Instituto de Investigaciones Filosóficas (IIF) de la UNAM.
El también responsable técnico del proyecto internacional “Conservación, desarrollo, aprovechamiento social y protección de los conocimientos y recursos tradicionales en México”, expuso que en un país con riqueza y diversidad cultural, como el nuestro, se debe aprovechar el saber de los pueblos indígenas y otros grupos culturales (como comunidades rurales o campesinas), relacionado con la agricultura, el medio ambiente, la explotación forestal o pesquera.
Por su impacto e importancia, este plan fue elegido por el Fondo de Cooperación Internacional en Ciencia y Tecnología Unión Europea-México para ser financiado durante dos años; una vez concluido –hace unas semanas–, se espera continuar con los trabajos que han beneficiado a comunidades de Michoacán, Guerrero, Hidalgo y Distrito Federal.
El filósofo explicó que es posible integrar ambos tipos de saberes, los tradicionales y los científicos. “Si se trata de impulsar sistemas de innovación, suele pensarse sólo en tecnología basada en ciencia, y poco caso se hace a otras invenciones”.
Por ello, es necesario integrar redes sociales de innovación, que incluyan a especialistas en diferentes disciplinas, pero también a las personas que padecen los problemas y tienen conocimiento valioso que aportar. De ese modo, se rescata el tradicional y se buscan soluciones en conjunto.
Olivé recordó que el origen del proyecto se encuentra en el macroproyecto universitario Sociedad del Conocimiento y Diversidad Cultural, que se desarrolló por tres años en esta casa de estudios y que llevó a la creación de un seminario con el mismo nombre.
Más tarde, ya como socio líder la UNAM, se obtuvo el apoyo del Fondo. También formaron parte de este consorcio la asociación civil mexicana Grupo Interdisciplinario de Tecnología Rural Apropiada, la Universidad Autónoma de Madrid y la asociación civil francesa Groupe D'etudes et de Services Pour L'économie Des Ressources (GEYSER), con experiencia en cuestiones de mediación ambiental.
En este trabajo interdisciplinario y transdisciplinario, donde los expertos van más allá de sus áreas de trabajo, participaron 12 entidades de esta casa de estudios, como el IIF (donde surgió la iniciativa), los institutos de investigaciones Sociales y Jurídicas, los centros de investigaciones en Ecosistemas y Geografía Ambiental, y las facultades de Economía, Ciencias, y de Estudios Superiores Acatlán, entre otras.
Intervinieron alrededor de 90 investigadores de la UNAM y del resto de socios. A ellos se sumaron otros colaboradores, como la Universidad Pedagógica Nacional, por medio de la que se tuvo contacto con comunidades de la montaña de Guerrero, en su sede de Tlapa, y donde la investigación fue realizada por estudiantes de esa institución, originarios de las propias localidades.
“Abrimos brecha en una manera distinta de relacionar a la Universidad con la colectividad, con sectores como los pueblos indígenas, pero ya no como objeto de estudio, sino de colaboración, donde todos somos beneficiados, pero sobre todo las comunidades”, consideró Olivé.
Trabajos comunitarios
En entidades de la República se han impulsado proyectos relacionados con la conservación del anfibio Ambystoma dumerilii, tradicionalmente conocido como Achójki, en el lago de Pátzcuaro; el museo del maguey en el Valle del Mezquital, o artesanías de palma en la montaña de Guerrero.
Al respecto, abundó que en la cuenca michoacana se trabajó en la repoblación de la especie referida, endémica y en peligro de extinción. “Los pescadores tienen un conocimiento importante sobre el lago y los lugares más adecuados para cultivar al anfibio”.
Se contactó, incluso, a una comunidad religiosa, monjas que crían al animal para hacer jarabe, debido a su valor medicinal. “Les ayudamos en el mejoramiento de su acuario y ellas nos dieron las crías para laborar con diferentes comunidades, donde se conformaron unidades de manejo ambiental”.
Se trabajó, asimismo, en torno a recursos forestales, leña para uso doméstico y madera para muebles. Hasta hoy, añadió Olivé, 28 millones de mexicanos cocinan con leña, eso se traduce en problemas serios que pueden llevar a la deforestación. En este caso, se impulsó la preservación de los bosques y el uso de estufas que disminuyen la emisión de gases tóxicos.
También en Michoacán se apoyó a una red de señoras que hacen tortillas con maíz criollo local. El interés fue ayudar a recuperar su conocimiento tradicional, apoyar el cultivo de variedades nativas para su mayor aprovechamiento y una mejor comercialización.
En tanto, en el Distrito Federal se estimuló el desarrollo de comunidades del sur de la ciudad, en delegaciones como Milpa Alta y Xochimilco, mediante el cultivo de plantas y estrategias para el mejor aprovechamiento de la medicina tradicional, entre otros trabajos.
Olivé sostuvo que el conocimiento tradicional es legítimo, tanto como el científico. No obstante, esta afirmación requiere un fundamento filosófico. Por ello, el proyecto también incluyó enfoques temáticos, en este caso el epistemológico, junto con otros como el ético-político, etno-ecológico, jurídico-económico y socio-antropológico.
Por último, al referirse a la forma de seguir los trabajos del proyecto, destacó el compromiso de las entidades universitarias, la continuación dentro del Seminario sobre Sociedad del Conocimiento y Diversidad Cultural y la búsqueda de nuevas convocatorias y fuentes de financiamiento, con base en las sólidas redes de innovación establecidas.