De la antigua ciudad de Teotihuacan ya solo quedan gastadas edificaciones y restos mortuorios de huesos, artefactos, minerales y material orgánico. Pero a través de estos se sabe que en entre los siglos 100 y 600 d.C. del periodo Clásico de Mesoamérica fue una espléndida megalópolis que convocó a distintos grupos étnicos a participar en la vida urbana. A sus barrios llegaron artesanos, cargadores, militares y gente dedicada a los rituales desde zonas como Oaxaca, Michoacán y la costa del Golfo.
Hacer reconstrucciones de este tipo no ha sido una tarea sencilla pues a diferencia de otras culturas mesoamericanas, como la maya, Teotihuacán no legó textos, explicó Linda Manzanilla Naim, integrante de la Academia Mexicana de Ciencias, durante su exposición en el ciclo de conferencias “Ciencia y cultura para juzgadores” el pasado 24 de agosto en el Instituto de la Judicatura Federal.
Manzanilla trabaja con un grupo multidisciplinario de arqueólogos, geofísicos, médicos, químicos, genetistas y biólogos, principalmente de la UNAM, en un gran proyecto destinado a estudiar cómo era la vida teotihuacana, cómo se organizaba, qué relaciones de intercambio había, cuáles eran los tipos de gobierno y las manifestaciones de identidad de la gran urbe a partir de sus restos. De 1997 a 2005 los expertos se enfocaron en Teopancazco, un centro de barrio ubicado en la periferia de la ciudad.
Forenses del pasado
Una de las estrategias utilizadas por la investigadora del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, junto con sus colegas, para saber la procedencia de los habitantes de Teopancazco, es analizar ciertos marcadores químicos, llamados isótopos, presentes en los huesos y en el esmalte dental de los individuos enterrados.
El uso de estos marcadores se basa en dos principios. El primero es que tanto plantas como animales incorporan a lo largo de su vida parte de sus alimentos a los tejidos como hojas o huesos, respectivamente. El segundo principio es que los suelos de determinado lugar tienen una composición química característica.
Así, cuando las plantas toman del suelo donde están enraizadas los nutrientes y los incorporan a sus tejidos quedan “marcadas” por el sello químico del lugar. Esos marcadores químicos se fijan entonces a lo largo de los niveles tróficos, primero en los herbívoros, por que se alimentan de las plantas, y después en los carnívoros, que a su vez se alimentan de los herbívoros.
De esta manera, aunque un teotihuacano y un antiguo costeño veracruzano hayan sido enterrados en un mismo lugar, los restos de sus huesos y dientes presentan ligeras diferencias de los marcadores químicos debido a las diferencias en sus dietas. Para distinguir entre extranjeros y residentes, también se analizan la flora y fauna, antigua y moderna, ya que sirven como punto de comparación.
¿Pero cómo saben los especialistas si un individuo pasó toda su vida en Teotihuacán o si fue un residente pasajero? La clave está en que la incorporación de los marcadores químicos en el esmalte de los dientes y en los huesos ocurre a distintas velocidades; el esmalte deja de incorporar nutrientes en la infancia, mientras que el tejido óseo recambia a lo largo de la vida. Si los marcadores químicos del esmalte dental y los huesos son diferentes, es indicio de que se trata de un migrante.
Los marcadores químicos que ha utilizado el grupo multidisciplinario son muy diversos y también pueden revelar la composición y procedencia de la dieta.
En Teopancazco también se hacen otro tipo de estudios a partir de los restos óseos, como el de las entesopatías (deformaciones de las articulaciones), las patologías y las reconstrucciones faciales. Estas dan información, por ejemplo, sobre los oficios de sus habitantes.
Lecciones por aprender
De acuerdo con Manzanilla Naim en su conferencia “Estudio de poblaciones multiétnicas prehispánicas con la ciencia del Siglo XXI”, los hallazgos de la arqueología moderna van más allá del mero conocimiento sobre cómo vivían las sociedades del pasado, “la arqueología no puede quedarse como anécdotas del pasado”.
Dos características que hicieron de Teotihuacan una megalópolis única en Mesoamérica, de acuerdo con la investigadora, fueron la organización corporativa palpable en los conjuntos multifamiliares que albergaban a familias independientes que compartían diferentes oficios y el cogobierno.
Por tratarse de una sociedad multiétnica de gran tamaño poblacional, según la investigadora, “el hecho de que hubiera varias personas cogobernando fue algo muy hábil. En un pacto de cogobierno, los distintos intereses se reflejaban en la toma de decisiones y por lo tanto la estabilidad política estaba asegurada. Creo que es una lección para el presente”.