Aquella noche no supe a quien había matado, me enteré dos o tres días después, cuando comencé a recuperarme de las golpizas que me dieron los policías. El agente ministerial que me vigiló en la Fiscalía General de Durango y tuvo cierta empatía conmigo fue el que me dijo que se trataba de El Chapo Guzmán. Él me enseñó los periódicos que de manera sensacional daban la noticia de la muerte de este narcotraficante, pero no daban detalles, solo mencionaban conjeturas, que tal vez había sufrido un atentado y que probablemente yo era un sicario al servicio de algún cartel enemigo. También me comentó algunos pormenores de su funeral.
-Lo sepultaron allá en Canelas, le hicieron un mausoleo de puro mármol italiano, fueron algunos políticos, jefes policíacos y militares… según me dijeron. Fue una ceremonia muy privada, con mucho hermetismo... pues qué paso, dígame cómo estuvo la cosa profesor…
Reviví la escena de ese día: circulaba por el Viejo Camino a Contreras como a las once y cuarto de la noche y quise probar los frenos de mi carro, ya había acelerado mi auto como en cinco o seis ocasiones hasta los 100 kilómetros por hora y me propuse hacer una última prueba. Fue precisamente en esa acelerada cuando de una de las bocacalles salió la cuatrimoto a toda velocidad. Pude frenar, pero a pesar de que me dejaron muy chingones los frenos de mi carro no pude evitar el choque porque este cabrón también conducía con exceso de velocidad. Tras el impacto salió volando, llevaba una playera del equipo de futbol Santos Laguna, un pants verde botella, unos tenis y una cachucha que extrañamente conservó en su cabeza, como si la llevara pegada. Bajé de mi coche y corrí hasta donde había caído, todavía estaba vivo y llamé a la Cruz Roja con mi celular. Noté que estaba borracho, y con su dedo me apuntaba como si fuera su arma: -¿quién eres… ‘ndejo?, me preguntó varias veces. Le dije que no se moviera, que todo iba a estar bien. Llegaron los muchachos de la Cruz Roja y luego los policías… hasta ese momento no sabíamos quién era el herido porque se había desmayado y lo trasladaron rápidamente al hospital. A mi me llevaron a la Fiscalía General de Durango; fue ahí, al ingresar a la sala de detenidos, en donde me fotografió un periodista que estaba de guardia, traía un chaleco del periódico Contacto Hoy, y me preguntó mi nombre y el motivo por el que me habían detenido. Este fotógrafo fue el que me salvó la vida ya que a las pocas horas publicaron mi foto y mis datos en la edición de internet de este medio informativo.
Solo tenía unos cuantos minutos dentro de la Fiscalía cuando supieron la identidad de la persona que había atropellado y esos pinches policías corruptos me sacaron y me llevaron no sé dónde para darme la peor golpiza que he recibido en mi vida. Querían que les dijera quién me había pagado, si trabajaba para un tal Lazcano y que a qué célula pertenecía. Cosas que yo no entendía para nada. No sé cuánto tiempo habría pasado cuando me despertaron los gritos de un agente ministerial que entró en donde me tenían y les dijo que ya no me pegaran porque había aparecido una foto mía en internet en donde estaba detenido, dentro de las instalaciones de la Fiscalía General de Durango.
Por ese detalle me volví una papa caliente, tanto para la fiscal general de Durango como para la procuradora general de la República y para el mismo presidente Calderón.
Yo maté al Chapo Guzmán, pero fue un pinche accidente desafortunado. A pesar de todo lo malo que se sabía de él, nunca le deseé la muerte porque ni siquiera lo conocía, jamás lo había visto en mi vida… y a veces hasta me caía bien por esa fascinación que muchos tenemos por los antihéroes, por los que se rebelan a las reglas sociales establecidas. Lo confieso: en mi adolescencia y juventud fui admirador del famoso asaltabancos Alfredo Ríos Galeana.
Luego supe que El Chapo era una carta fuerte que tenía Calderón para ganar adeptos y votos para su candidato en las elecciones del 2012, que lo iba a encarcelar y que esto iba a ser el golpe espectacular de su sexenio; pero ya muerto El Chapo, pues cuál encarcelamiento, cuál golpe mediático… aunque yo creo que ni siquiera esto hubiera salvado a Calderón de la caída que tuvo, él y todo un régimen caduco de políticos corruptos, ya inaguantable.
Mi abogado me había dicho que el homicidio había sido imprudencial y que desde hacía un buen tiempo las condiciones legales para que obtuviera mi libertad ya se habían dado, pero las autoridades argumentaban que si me dejaban libre no duraría ni un día con vida... que me mataría la gente del Chapo.
Ya llevo casi un año y medio encerrado, ¿cuándo chingados saldré de aquí? – me pregunté inconscientemente, en voz alta, luego de hacer un enésimo recuento de la experiencia más desastrosa de mi existencia, llamando la atención de mi custodio, Apolinar, quien se me quedó viendo de reojo moviendo la cabeza negativamente, con un gesto de impotencia, pues queriendo o no ya nos habíamos hecho muy buenos amigos.