“Llevamos etiqueta de insulto”
Es innegable que la política pasa por tiempos difíciles. Según “Latinobarómetro”, el 34 por ciento de los ciudadanos de nuestro Hemisferio ya no confía en la política. Con razón, los ciudadanos han dejado de confiar y de creer que la política les es útil, que sirve para cambiar su realidad o mejorar sus condiciones de vida. La política se ha vuelto sinónimo de privilegio, de conflicto, de abuso.
Así de contundente lo afirmó el presidente del Senado de la República, Roberto Gil Zuarth, al aceptar, con el mismo tono, que “pocos nos describimos ya como políticos, si no es que estamos llegando al extremo de utilizar esa etiqueta como un insulto”.
Pero en ocasiones, añadió, hay espacio de reflexión, pues la política se revela en toda su dimensión creativa y creadora porque sin duda, la transparencia es un logro de la buena política.
Consideró que de la política que se propone objetivos y los procura a través del diálogo, la negociación, el acuerdo; de la política que no se detiene en el paso posible, sino que insiste en subir otros peldaños en la inacabable tarea de alcanzar lo deseable, de la política digna en la que se reconoce la aportación del otro, la verdad y la razón del otro; y por eso compartimos y sentimos como propio el resultado.
“Esa es la historia de la transparencia en México, el esfuerzo de la política, de los políticos y los no políticos, de las instituciones y de la sociedad, por reconocer y hacer valer un derecho humano”, precisó.
Y fue aquí cuando dibujó lo que realmente es el Congreso donde laboran los políticos del momento: ¿Cuántas veces abrimos los medios de comunicación, nos encontramos una nota en la que revela nuestros excesos, nuestros defectos, las acciones u omisiones, y optamos por el atrincheramiento defensivo?
“Buscamos la letra pequeña de la ley para reservar o hacer confidencial lo que por definición es público; el formato de inexistencia para desalentar al peticionario; la respuesta obtusa y complicada para por lo menos ganar tiempo; el cobro de copias para disuadir el acceso o el recurso legal para en una de esas librarnos de la obligación concreta.
“En nuestras actitudes, y por qué no decirlo, en nuestros miedos se reproducen las tentaciones de opacidad. Frente al desapego social por la política, quizá sea momento de ver a la transparencia en términos igualmente políticos como la vía más eficaz para recuperar credibilidad, confianza y la legitimidad, ahí donde la estemos perdiendo.
“El sentido político que muy a menudo se aparta del sentido común, sugiere que la transparencia pueda ser el instrumento para que nos reencontremos con el ciudadano que se ha alejado de la cosa pública y de sus instituciones.
“No hay amenaza, sino oportunidad de legitimación cuando el ciudadano pueda actuar como contralor del gobierno y cuando el ciudadano se involucra en los asuntos de la política, porque detrás de cada petición de información, detrás de cada acceso a las páginas o a las plataformas de transparencia, hay un ciudadano que está comprometiéndose con su país, que quiere participar en las decisiones, que está siendo parte de una comunidad y que quiere formar parte de las soluciones a los problemas de esa comunidad.
“Esos ciudadanos no amenazan al Estado sino que se vuelven parte esencial de él. Se involucran a través de este derecho en la política; hacen política con nosotros, pero también frente a nosotros los políticos.
“Se vuelven agentes de cambio a través de un canal institucional de participación política, en lugar de engrosar las filas del repudio estéril por enojo o por frustración.
“La transparencia altera la relación de los gobernantes y de los gobernados. Se detonan agendas y demandas sociales; se focalizan las exigencias sobre lo público.
“La transparencia, en suma, hace posible el ideal democrático del gobierno de todos, por todos y para todos”.