Palabras textuales pronunciadas por el presidente del Senado de la República, Ernesto Cordero Arroyo:

Hoy, los titulares y representantes de los Poderes de la Unión estamos reunidos en esta soberanía para conmemorar, con gran emoción y con profundo orgullo, los cien años del Ejército Mexicano.

En esta fecha especial, las senadoras y los senadores de la República rendimos un sentido homenaje a esta noble institución, a la que tanto debemos los mexicanos.

Lo hacemos porque hablar del Ejército Mexicano es hablar de honor, de dignidad, de lealtad, de disciplina, de espíritu de cuerpo y de valor. Hablar del Ejército Mexicano es hablar de nuestra historia, de nuestra identidad y de nuestro legado como nación. Hablar del Ejército mexicano es, pues, hablar de una institución que ha estado y está invariablemente al servicio del pueblo.

Las armas nacionales han defendido nuestra soberanía desde que México vio la luz como nación independiente en 1821.

Durante el siglo XIX, los soldados mexicanos escribieron con su sangre páginas de gloria en hechos militares como el intento de reconquista español de 1829, la invasión estadounidense de 1847 y la intervención francesa de 1862, por mencionar tan sólo algunos de los episodios históricos más destacados.

Nuestro Ejército moderno, la Institución Armada que hoy cumple un siglo de vida, surgió en 1913, cuando México atravesaba por uno de los pasajes más tristes y oscuros de su vida como nación.

Luego del triunfo de la revolución de Francisco I. Madero en 1910, las fuerzas del régimen de Porfirio Díaz conspiraban en contra de las nacientes instituciones democráticas.

Bernardo Reyes y Félix Díaz urdieron un plan para derrocar al Presidente Madero. Fueron ellos quienes, el 9 de febrero de 1913, iniciaron el sangriento golpe de Estado que ha pasado a la historia como la “Decena Trágica”.

La primera asonada golpista fracasó gracias a la valerosa defensa de militares leales al orden institucional, como el General Lauro Villar, quien a sangre y fuego defendió su posición en Palacio Nacional.

La historia narra cómo el General Villar enfrentó a Gregorio Ruiz, quien estaba al mando de los alzados que intentaron tomar Palacio. Ruiz le ordenó al General Villar rendirse, pues veía que el triunfo del golpe de Estado era inminente.

Ante ello, el General Villar lo encaró y lo detuvo con estas valientes palabras: “A nosotros (los militares) no nos toca criticar, ni entrometernos en política. A nosotros nos toca defender al gobierno legítimamente constituido por las leyes”.

Pese al triunfo inicial de las fuerzas leales a Madero, Victoriano Huerta pudo culminar la traición al Presidente y lo mandó arrestar. Para el 18 de febrero, Huerta usurpó la Presidencia de la República.

Afortunadamente, no todos los que tenían una responsabilidad para con el país doblegaron su voluntad ante este nuevo dictador.

Desde el Senado de la República, Belisario Domínguez encaró con valentía al régimen huertista. Lo hizo con la fuerza de las ideas y de la palabra.

En un célebre discurso ante el Pleno, el senador Belisario Domínguez afirmó que: “El pueblo mexicano no puede resignarse a tener por Presidente de la República a Victoriano Huerta (quien) se apoderó del Poder por medio de la traición y cuyo primer acto al subir a la Presidencia fue asesinar cobardemente al Presidente y Vicepresidente legalmente ungidos por el voto popular.” Hasta aquí la cita.

Esta férrea oposición, como sabemos, le costó la vida al ilustre Senador chiapaneco. Para él, fuente de inspiración perenne, nuestro recuerdo y admiración permanentes.

Frente a dicha usurpación, el 19 de febrero de 1913, Venustiano Carranza, Gobernador de Coahuila, decidió desconocer al gobierno de Huerta.

Carranza pidió al Congreso del estado facultades para organizar una fuerza armada y “coadyuvar al sostenimiento del orden constitucional de la República”.

Nació así el Ejército Constitucionalista, encargado de luchar por la restauración del Estado de Derecho. Esa fuerza, que libró muchas batallas hasta lograr el triunfo pleno de las instituciones, sería la semilla que dio origen al actual Ejército Mexicano.

En estos cien años, nuestro Ejército ha acompañado el devenir histórico de la nación.

El México moderno no se entendería sin el papel central que han jugado nuestras Fuerzas Armadas como garantes de la soberanía, la integridad territorial, la seguridad interior y la estabilidad de las instituciones.

Las Fuerzas Armadas han tenido como signo de nacimiento y divisa permanente la lealtad: lealtad a la Constitución, lealtad a las instituciones y lealtad al pueblo de México.

Nuestros soldados y sus mandos son símbolo de ayuda solidaria ante los desastres naturales: terremotos, huracanes e inundaciones que han azotado sin clemencia a nuestro país. Y ante ello, los primeros en responder son las mujeres y los hombres de nuestras Fuerzas Armadas. Desafiando el peligro, los soldados de México han salvado miles de vidas y han protegido a comunidades enteras de la fuerza de la naturaleza.

Pero no sólo eso, nuestros soldados también han protegido a nuestras familias ante el embate violento de los criminales. En años recientes, cuando las policías de buena parte del país se vieron rebasadas por la delincuencia, el Estado mexicano tuvo en el Ejército a una institución con la fuerza moral necesaria para contener y combatir esta brutal amenaza.

El debate político sobre el papel de las Fuerzas Armadas en esta lucha puede ir y venir.  Lo único cierto es que la acción valerosa y firme de nuestros militares impidió que la delincuencia siguiera creciendo impunemente y se apoderara del país, por eso, las Fuerzas Armadas son y seguirán siendo pilar de la seguridad nacional.

Las tres ramas de las Fuerzas Armadas: el Ejército, la Fuerza Aérea y la Marina Armada, son garantía de lealtad institucional y seguridad nacional. Son instituciones comprometidas con los más altos valores que nos unen como Nación. Son instituciones forjadas en el amor a México, en el honor, en la disciplina y en la voluntad de servicio.

Nuestras Fuerzas Armadas son reconocidas por los mexicanos como un Ejército del pueblo y para el pueblo; una institución que se nutre de los mejores jóvenes provenientes de todos los rincones de este bello país y de familias de los más diversos orígenes.

Cada 16 de septiembre, cuando en cada hogar de la patria se celebra nuestra Independencia, mexicanos de todas las edades salimos a las calles a aplaudir el paso de nuestros soldados.

Ahí se hace evidente que el pueblo de México es cercano a sus Fuerzas Armadas, porque en cada desfile el pueblo reconoce el pundonor de los soldados de las cinco Armas del Ejército Mexicano: Infantería, Caballería, Artillería, Blindada e Ingenieros. Reconoce el profesionalismo y la excelencia de las enfermeras y los médicos militares. Reconoce la bravura de sus pilotos militares y la gallardía de los cadetes del Heroico Colegio Militar, del Colegio del Aire y de todos los planteles de formación castrense.

El Ejército es una institución respetada, porque ha sabido mantenerse al margen de coyunturas políticas y agendas de grupo. Con toda claridad reconocemos que el Ejército Mexicano ha privilegiado siempre el interés superior de México. Es una institución admirada, porque ha sabido estar con su gente en los momentos más difíciles. Es una institución que hoy, con profundo orgullo, los mexicanos celebramos y reconocemos como garante de nuestra independencia y libertad.

Por sus invaluables servicios a la Patria, es obligación de todos velar por el bienestar de quienes integran las Fuerzas Armadas.

Debemos trabajar para que los militares en activo que están cumpliendo con su deber, tengan el reconocimiento social y la remuneración económica que merecen por su trabajo y entrega.

Es nuestro deber y obligación generar las condiciones para que los militares en retiro tengan el justo reconocimiento de tantos años de servicio a la patria con honor y dignidad.

En el Senado de la República, habremos de velar porque cuenten con la seguridad de sus pensiones y servicios médicos.

Los senadores estamos comprometidos a que siga la transformación y el fortalecimiento de nuestras Fuerzas Armadas, a que se sigan reforzando los programas de becas para sus hijos, a que las Fuerzas Armadas tengan más y mejor equipamiento, y a que se les siga brindando la oportunidad de tener una casa propia.

Esto es lo menos que podemos hacer por las mujeres y los hombres de uniforme que todos los días trabajan en la sierra, en las ciudades y los pueblos para proteger la seguridad y la libertad de todos los mexicanos.

Señoras y señores:

Hoy como ayer, México necesita seguir evolucionando y fortaleciendo sus leyes e instituciones, por eso, en el Senado de la República trabajamos para mejorar día con día el marco legal que permite a nuestras Fuerzas Armadas cumplir cabalmente con el mandato que la Constitución les confiere.

En el México democrático de hoy, un Ejército moderno y fuerte es la mejor garantía de nuestra seguridad nacional y un Ejército respetuoso de los derechos humanos es la mejor garantía de estabilidad institucional.

El Ejército Mexicano ha demostrado en estos 100 años estar siempre al servicio de los más altos valores de la patria.

El Ejército Mexicano es una fuerza de la República, una fuerza que vela por las libertades y por los derechos de nuestra sociedad.

Hoy, como hace 100 años, México tiene en sus Fuerzas Armadas a mujeres y hombres de corazón y de acendrado patriotismo.

A  todos los soldados, oficiales, jefes y generales, a todas las mujeres y los hombres de bien que sirven a México desde el Ejército, vayan la gratitud y el sincero y muy sentido reconocimiento del Senado de la República.

Gloria y honor para el Ejército Mexicano.