La Cámara de Diputados se ha convertido en una de las instituciones más desprestigiadas y despreciadas en la opinión pública nacional debido a la falta de resultados y a la mediocridad de sus integrantes, siempre preocupados por sus mezquindades partidistas, siempre lejanos de la altura de miras para comprometerse con el desarrollo que el país necesita.
Han sido muchos los estudios y análisis, tanto nacionales como internacionales, que se han realizado en los últimos años en torno a lo que se requiere de manera urgente para lograr un mayor dinamismo social y económico, principalmente en lo que toca a reformas estructurales tan importantes como la energética, fiscal, política, laboral y educativa. Sin embargo, al llegar el momento de tomar las decisiones legislativas pertinentes, nunca se concluyen, se dan respuestas a medias o se postergan las soluciones, evidenciando irresponsabilidad y una enorme falta de compromiso que afecta gravemente el futuro inmediato de millones de mexicanos que esperan mejores condiciones para su desarrollo.
Por una parte, está el ausentismo generalizado que hace ver que muchos diputados privilegian otras actividades antes que su responsabilidad con la nación. Por otra parte, está la actitud cada vez más indigna de algunos legisladores que solamente están para insultar y calumniar a propios y extraños, sin ninguna propuesta, sin ideas de por medio, con la única finalidad de romper cualquier acuerdo.
De igual forma se ha llegado a constatar que otros han estado burdamente comprometidos con narcotraficantes y, por si fuera poco, se ha denunciado que algunos realizan su trabajo legislativo alcoholizados; es decir, incapacitados para tomar decisiones propias y por supuesto para responder a la altísima exigencia de buscar mejores leyes y caminos para todo un país.
Pero más allá de las actitudes personales están las posturas de las diferentes fracciones partidistas. Cada vez queda más claro que el partido que dice haber aprendido la lección de la historia, es el mismo de siempre: incapaz de comprometerse; con discursos absolutamente contrarios a las decisiones que asume; hábil para el discurso, tramposo en las acciones. También destaca la fragmentación de las distintas corrientes de izquierda que son incapaces de tomar un rumbo claro; y la falta de convicción y arrojo en los legisladores del partido que tiene la responsabilidad de conducir en estos momentos al país, si bien con minoría parlamentaria.
La Cámara de Diputados se vuelve un espejo de nuestra realidad: un país con muchas necesidades y urgencias, pero detenido por las divisiones, la corrupción y las mezquindades.
¿Quién puede pedir cuentas a los legisladores? El absurdo y escandaloso fuero del que inmerecidamente gozan les hace sentirse intocables, “buenos para criticar y malos para legislar”, les han dicho. Pero habría que añadir también, “expertos para cobrar”. Y es que un país que tiene a la mitad de sus habitantes en el límite de la pobreza paga a los legisladores cantidades insultantes que, desde su sueldo base, más compensaciones parlamentarias, puede llegar a varios cientos de miles de pesos mensuales, sin que nadie les exija resultados, sin que tengan responsabilidades, sin compromiso con la nación y, en algunos casos deplorables, sin dignidad ni vergüenza.
La forma más eficaz de exigencia es la de los ciudadanos en las urnas. Basta de ser engañados con el doble discurso, basta ya de divisiones estériles, y de ser rehenes de unos legisladores que han hecho pedazos el título de Honorable Congreso de la Unión, y que con sus acciones frívolas, mediocres e inmorales llenan de vergüenza a la nación.