La Industria del Reclamo

Cuando se discutieron en más de seis ocasiones consecutivas las leyes electorales que finalmente dieron como resultado una de las instituciones más sólidas y serias del siglo XX como lo fue el IFE y su actual sucesor el INE, siempre se veló porque el dinero extranjero o local, público o privado, jamás pudiese participar en el proceso para salvaguardar y respetar la voluntad de los mexicanos.

Esa exigencia a rajatabla, prohibió no solo que los aviesos criminales o los malintencionados plutócratas pudiesen con sus recursos distorsionar o alterar en lo más mínimo, la voluntad popular, plural y democrática que ha caracterizado la vida pública de los mexicanos desde el 11 de octubre de 1990 hasta nuestros días.

Y claro que en esos 30 años han aparecido inconformes, marrulleros, oportunistas y otros mequetrefes que valiéndose de las “lagunas” o indefiniciones legales, han escandalizado y llamado al desconocimiento de las normas por injustas o de los funcionarios por venales.

 Sin embargo, el peor de los casos fue el que se presentó en junio de 2006 cuando por un margen mínimo se pretendió desconocer la elección y se pretendió provocar un desorden popular de tales dimensiones, que no pocos esperaban un baño de sangre y la intervención del ejército. A eso se le llamó el “Paro de Reforma”

Pues bien, gracias a esos desórdenes y a la multiplicación de quejas con las que tuvo que lidiar desde 1995 a 1997, el subsecretario de Gobernación Arturo Núñez bautizó los desmanes y estropicios de sus paisanos y otros revoltosos muy bien aleccionados, como la “industria del Reclamo”.

A diferencia de ahora, en que las propias autoridades son las que solicitan a los empresarios, a los burócratas, a los solicitantes de empleo, a los inversionistas, a los líderes sindicales y otras personas “aportaciones” para rifas, colaboraciones para proyectos deportivos, para invertir en obras, para la compra de medicinas, equipos médicos y demás ocurrencias. Eso, eso precisamente era lo que se quería evitar al considerar que cualquier aportación de particulares o de autoridades o gobiernos locales o extranjeros, pudiesen influir en el curso “normal” del proceso electoral.

Tal y como se ha comprobado por los videos filtrados a las redes y de ahí a los medios de comunicación, hay temporadas pre-electorales (porque como ya dijimos en tiempos electorales está prohibidísimo y ahora ya amerita prisión preventiva), en donde lo mismo se recibe dinero en un restaurante, que en las oficinas del Senado, en oficinas particulares o se hacen depósitos para instituciones no lucrativas. Hoy, a un mes de los comicios, parece inconcebible que sea la máxima autoridad en el Poder Ejecutivo, quien desconozca y desacate lo ordenamientos que surgieron de siete reformas electorales para que los mexicanos dejásemos de seguir viviendo en el recelo, la duda, la sospecha y el cinismo.

Para aquellos memoriosos o despreocupados de estos asuntos, me permitiré recordarles que las reformas electorales iniciaron en 1977, cuando Jesús Reyes Heroles enfatizaba que la “forma es fondo y el fondo es forma; luego vino la de 1987, en 1989-1990 fructificó con el IFE autónomo.

Otras más se legislaron en 1994, 1995 y 1996 para que finalmente, después de los desórdenes y las tropelías de 2006, en 2007 se volvió a reformar la legislación electoral con dedicatoria expresa y que es la misma que permitió un cambio de poderes de manera institucional y legitima en 2018, aunque ahora se diga que esas mismas instituciones son un estorbo y bastión de la reacción y el “conservadurismo”.

Imaginar por qué Zedillo dejó participar electoralmente a AMLO cuando no cubría los requisitos de residencia? Y de ahí se encarreró el hombre para enfrentar a Fox, brincarse un amparo, reservar por 25 años los gastos del segundo piso, librar un juicio de desafuero, paralizar durante meses al Distrito Federal y fundar un movimiento de resentidos que lo elevó a la presidencia, es algo que se lo dejaremos a los gurús como Peter Turchin, que es considerado el Nostradamus moderno.

 Turchin se hizo famoso cuando con base en modelos matemáticos predijo desde 2010 en la revista Nature, que “2020 pondría a las sociedades occidentales al borde del abismo”  y que 2021 generaría un periodo de inestabilidad política en los Estados Unidos que podría conducir a una guerra civil. Como estuvo a punto de pasar el 6 de enero. (El País. 02/01/2021)

No está de más recordar porqué es que hoy estamos como estamos.

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