*Los caprichos y sus resultados

Los privilegios que brinda el poder se pueden convertir en herramientas útiles y benéficas para la comunidad, pero cuando esos poderes y capacidades se ponen a disposición de los caprichos del mandatario o del poderoso, lo más probable es que las consecuencias alcancen a millones de ciudadanos por periodos prolongados fomentando la desigualdad y disfuncionalidad de la sociedad entera.

Como ejemplo reciente de esas decisiones equivocadas producto del interés y los compromisos de un presidente, lo podemos constatar en la investigación que ha iniciado la administración de Joe Biden, sobre la “interferencia política en la ciencia” durante el periodo de Donald Trump.

En su edición del pasado 24 de marzo el New York Times, presentó una nota firmada por Lisa Friedman, donde claramente señala: “En un memorando contundente, este mes un alto funcionario designado por Biden, dijo que la manipulación política bajo la administración Trump había “comprometido la integridad” de la ciencia en algunas agencias. Citó ejemplos específicos, como que los líderes políticos descartaran estudios que mostraban el daño del dicamba, un herbicida popular que se ha relacionado con el cáncer y posteriormente dictaminaron que su efectividad superaba sus riesgos”.

En el caso de la Agencia para la Protección del Ambiente (EPA, por sus siglas en inglés), en una amplia lista “se incluyen cerca de 90 puntos donde se consignan las “violaciones” a la integridad científica como en el caso de Pebble Mine, una mina de oro y cobre propuesta en la región de la bahía de Bristol en Alaska, así como fallos en torno a productos químicos tóxicos relativamente desconocidos”.

“Manipular, suprimir o impedir la ciencia, tiene consecuencias en el mundo real para la salud humana y el medio ambiente” manifestó el actual administrador de la EPA, Michael Regan, en un mensaje de correo electrónico de toda la agencia.

“Cuando la política impulsa a la ciencia en lugar de la ciencia misma para informar las políticas, es más probable que tomemos decisiones que sacrifiquen la salud de los más vulnerables entre nosotros”.

El poder se acaba. Los daños perduran.

Lo grave del caso, es que esto no queda, ni puede quedar en el anecdotario de un presidente irresponsable o mal intencionado, las consecuencias de la autorización o liberación de productos tóxicos o dañinos, eventualmente pueden causar severos daños a la salud e incluso millares de muertes innecesarias como ha sido evidenciado en el pésimo tratamiento con que se abordó la pandemia del Covid 19 y las presiones que se ejercieron para que las autoridades sanitarias aprobaran de emergencia las vacunas y los tratamientos para ese padecimiento.

Otro caso es el libre uso del Clorpirifós; es un insecticida organofosforado cristalino (que se utiliza para controlar las plagas de insectos), que inhibe la acetilcolinesterasa causando envenenamiento por colapso del sistema nervioso del insecto. Se le conoce por muchos nombres comerciales. El clorpirifos es “moderadamente tóxico” y la exposición crónica se ha relacionado con efectos neurológicos, trastornos del desarrollo y trastornos autoinmunes.  Sin embrago no muchos científicos están de acuerdo en la supuesta “moderación” de la toxicidad del insecticida, primordialmente cuando los niños están expuestos por periodos prolongados.

De igual manera se hallan bajo revisión las alteraciones que presentó el propio Trump, sobre la trayectoria del huracán Dorian que golpeó brutalmente a las Bahamas y afectó gran parte del estado de Florida en 2019.

“Donald Trump realizó una sesión informativa sobre el huracán durante la cual mostró un mapa del Centro Nacional de Huracanes (NHC) del 29 de agosto, que muestra la trayectoria y la intensidad del huracán”.

Para sorpresa de periodistas y la audiencia televisiva, aparentemente alguien había usado un Sharpie, una especie de rotulador, para agregar un lazo negro que extendía falsamente el camino del huracán desde Florida hasta Alabama. Aparentemente, fue un esfuerzo tardío para justificar la afirmación infundada anterior de Trump de que este último estado podría verse afectado. Por lo que en redes se le bautizó como el “Sharpiegate”.

“La adición torpe y casera desató el alboroto en las redes sociales y un frenesí de especulaciones sobre si el propio presidente, o quizás algún lacayo ansioso por impresionar, era el responsable”.

“La alteración de las previsiones meteorológicas oficiales del gobierno es ilegal”.

Y muy al estilo que bien conocemos aquí de “yo tengo otros datos”; cuando el presidente fue entrevistado por el Washington Post, para saber si él había alterado el mapa en cuestión, reiteró sus negativas alegando un total desconocimiento de los hechos. Trump dijo que sus informes habían incluido un "95% de probabilidad" de que Alabama fuera atacada.

Así pues, cuando el primer mandatario puede ser el mentiroso más cara dura de la comarca, aún a sabiendas de las trágicas consecuencias de sus actos, pues honestamente la respuesta a tales situaciones caen dentro de las actividades propias de la policía o de los psiquiatras.

Trump al igual que AMLO, no dudaron en propalar y anunciar con meses de anticipación un supuesto fraude electoral. En el caso de EE.UU. los resultados acabaron en muertes, incendios, manifestaciones de odio, peleas de bandas, un desperdicio monstruoso de recursos y casi un golpe de Estado. En México estamos por averiguarlo en 9 semanas.

Lo más peligroso aún, es que tal y como señalamos la semana pasada, las bravatas, las injurias y los dicterios con que sistemáticamente AMLO ha atacado las autoridades electorales, concretamente a Lorenzo Córdova y Ciro Murayama, es que sus enanos fanáticos como Attolini, Mario Delgado, Macedonio y demás fauna se han sentido autorizados para también aprovechar la furia presidencial y exhibirse como seres superiores a las normas aprobadas constitucionalmente, con consecuencias que no sabemos en qué podrán terminar.

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