*¿Y la confianza?
En plena temporada de fiestas patrias con una inundación tricolor por doquier, adornos, banderas, banderines, rehiletes, águilas y serpientes, papel picado, matracas, sombreros, sarapes, huipiles, jorongos, y a todo lo anterior hay que sumarle mariachis, bandas y lo mejor del decorado; soldados, muchos soldados en todos lados, a todas horas y en todas partes. ¡Ah casi lo olvidaba! Narcos también, por todas partes.
Como ya sabemos “los 500 de la desgracia” en San Lázaro tuvieron a bien pasándose a la torera los protocolos y con singular entusiasmo levantaron la mano y presionaron botones para aprobar alegre y entusiásticamente la ley que permite a las fuerzas armadas encargarse como parte integral de sus funciones a la seguridad pública e integrar en sus filas a la Guardia Nacional, que como sabemos en su mayoría está conformada por personal castrense.
¿Pero que hay detrás de tan repentina y exaltada euforia por la presencia militar en la vida civil? ¿por qué se ha vuelto indispensable la presencia de las fuerzas armadas en aeropuertos, aduanas, hospitales, caminos, veredas, construcciones y demás áreas de la vida nacional?
Pues no quedan muchas explicaciones; porque existe una inseguridad galopante y un miedo terrible de las autoridades federales, estatales y municipales al igual que en la población, por la fuerza incontenible y la impunidad con la que actúan el crimen organizado, las bandas, los cárteles, las gavillas, los pandilleros y por supuesto los narcos. Que ya se han convertido en amos y señores de regiones y pueblos enteros en distintas zonas del país.
Para no ir más lejos según “la Plataforma Nacional de Transparencia y reportes del INEGI, revelan que las secretarías de la Defensa Nacional y Marina, así como la Guardia Nacional, han desdoblado en conjunto a 192 mil 831 militares a lo largo del país, mientras que en las 32 corporaciones estatales se desempeñan 193 mil 890 agentes”*.
“El incremento de la presencia militar corresponde principalmente al apoyo que dan en demarcaciones que padecen de altos índices delictivos y una fuerte presencia de grupos criminales como son los casos de Guanajuato, Sinaloa, Jalisco, Chihuahua, Baja California y Guerrero”*.
No resulta ocioso recordar que la presencia militar en esas entidades obedece a las reiteradas y en ocasiones desesperadas solicitudes de los gobernadores para que sean los soldados quienes tengan que lidiar con las bandas criminales y los presupuestos en seguridad pública supongo quedarán a muy buen resguardo. Y si las cosas se complican, pues resulta obvio que la responsabilidad será del personal militar y no de los civiles, lo que resulta muy cómodo, por no decir irresponsable.
Resultaría interesante una propuesta por parte de las personas que integran el Poder Legislativo para cambiar la Casa de Gobierno a la zona militar correspondiente, para saber de una buena vez por todas quién ejerce el mando en cada entidad. Una mera sugerencia.
Pero si la abultada presencia militar resulta conspicua, la falta de medidas efectivas de prevención lo es aún más; pues está más que comprobado que la “estrategia” de combate al crimen a base de repartir dadivas y “abrazos no balazos”, pues nomás no pifa.
Y para ser precisos, lo fundamental de este fenómeno, es en palabras de Mauricio Merino: “Nos hemos distraído poniéndole nombre a esta transformación —militarismo, militarización, fascismo— y debatiendo sus implicaciones, pero el hecho puro y duro es que vivimos en peligro. De lo contrario no necesitaríamos al Ejército**.
Lo que resulta más que inquietante es: “¿cuál es el destino de un país cuyo gobierno no sólo desconfía de sus policías y de sus jueces, sino que opta por suplirlos y controlarlos con soldados? Ya conozco el manido argumento de que este problema viene del pasado y además estoy de acuerdo; pero el gobierno actual tampoco ha hecho casi nada por fortalecer a los cuerpos policíacos del país.
El presidente ha dicho que cambió de opinión respecto el papel que desempeñarían las fuerzas armadas cuando advirtió la magnitud del desafío, pero lo cierto es que había imaginado y propuesto la creación de la Guardia Nacional, echando mano del Ejército y de la Marina, desde antes de ganar las elecciones”**.
Y peor aún: “cada vez habrá menos policías y cada día habrá más soldados, supliendo esa función; los acusados de haber cometido algún delito grave irán a la cárcel preventiva (casi) automática; y el sistema judicial, cada vez más débil y cada vez más rebasado, no podrá contrarrestar las decisiones de los militares ni juzgarlos por ningún delito. Todo lo anterior se ha venido justificando una y otra vez con el mismo argumento: porque no hay otra salida (dicen) al clima de violencia que está viviendo México y porque no hay policías ni jueces que puedan evitarlo: hay soldados”**.
Así pues, resulta indispensable preguntarnos ¿qué estamos haciendo como sociedad y como personas para salir de esta situación a todas luces anormal, enferma y degradante? ¿O es que vamos a tener que vivir por cuántos años con el miedo constante de la inseguridad, la incertidumbre y la amenaza consuetudinaria de hampones y criminales? ¿De veras no somos merecedores de una sociedad con un gobierno civilizado sin necesidad de vivir entre armas ya sea de uniformados o delincuentes? ¿Cuándo viviremos como mayores de edad en un país educado?
Hasta 2021 el Ejército encabezaba la lista de confianza en las instituciones por parte de los mexicanos con un 62% de aceptación y la Guardia Nacional con 53% ocupaba el segundo lugar, “frente al desprestigio de la Policía, a la cola de la clasificación con un saldo negativo del 72%”***.
Sobran los comentarios. ¡La policía siempre será policía, aunque le cambien 20 veces los uniformes!
*https://www.milenio.com/policia/24-entidades-soldados-marinos-guardias-policias
**https://www.eluniversal.com.mx/opinion/mauricio-merino/pues-que-esta-pasando?
***https://elpais.com/mexico/elecciones-mexicanas/2021-05-19/