*Ocaso de la 4T y hegemonía de la era Ebrard

La elección de Mario Delgado a la presidencia de Morena representa el principio del fin de la 4T y la consolidación del poder político de Marcelo Ebrard, o mejor dicho, de la era Ebrard. De ahí que Porfirio Muñoz Ledo no haya tenido oportunidad alguna de liderar Morena.

Como veremos más adelante, se trataba de una elección de Estado.

Al ganar la presidencia del partido, Marcelo ha resucitado la cargada priista: todo mundo, o casi, haciendo fila para expresarle con notorio júbilo y esperanza de hueso o candidatura, S’órdenes, jefe.

Asimismo, el T-MEC tendrá un nuevo significado: Todas y todos con Marcelo Ebrard Casaubón.

Ello se debe a que desde ahora lo relativo a candidaturas para la Cámara de Diputados, gubernaturas y municipios, al igual que campañas y alianzas electorales lo decidirá Marcelo.      

El 29 de junio de 2018, dos días antes de la elección presidencial y con anterioridad a que Andrés Manuel López Obrador diera a conocer qué puesto ocuparía Ebrard en su futuro gobierno difundí un correo electrónico que llevaba por título una pregunta, “¿Comienza la República AMLO, o la Era Ebrard?” Cito tres párrafos de ese correo:

No existe en Morena o en la coalición Juntos Haremos Historia  persona o grupo alguno que tenga el poder político de Ebrard, esto es, que cuente con las redes que él ha construido entre empresarios mexicanos y extranjeros, directores de medios de comunicación y editorialistas, líderes de organizaciones sociales, dirigentes de la “sociedad civil organizada” (ONG), académicas y académicos, burócratas de organismos multilaterales de la OEA y la ONU, líderes de partidos en América y Europa, y funcionarios de gobiernos extranjeros, especialmente norteamericanos...   

Marcelo Ebrard ha regresado al centro del poder político. El presidente Andrés Manuel López Obrador será la voz del cambio, y Ebrard el operador que dará contenido y ritmo a las reformas. AMLO tomará el lugar de “primer Morenista”, en tanto que Ebrard se adueñará del partido...AMLO hablará de la Cuarta Transformación de México, mientras que Marcelo cimentará la Era Ebrard: seis años fungiendo como poderoso Primer Ministro, otros seis como presidente de México, y un sexenio más, por lo menos, imponiendo un sucesor que continúe su proyecto de neoliberalismo de punta, de última generación, pronorteamericano y con maquillaje de izquierda... 

Marcelo Ebrard tiene un mensaje para quienes sufren insomnios a causa de López Obrador: Don’t worry, be happy. 

En el mercado de la política, Ebrard entiende a perfección y es curtido practicante de la máxima establecida por el Prof. Carlos Hank González: “En política, todo lo que se compra resulta barato.” Marcelo adquirirá todo, o casi todo, en Morena, y lo mismo en el resto de los partidos, con la excepción quizás del PAN. A su vez, dirigentes sociales, representantes de “la sociedad civil organizada”, intelectuales y líderes de opinión no resistirán los halagos, palmaditas en la espalda y ofertas de apoyo, candidaturas y huesos por parte del nuevo jefe de jefes. 

Dos serían los objetivos prioritarios de Ebrard al frente de Morena: A) quedarse con la  mayoría de los puestos de elección el año que entra y conservar el dominio que tiene el partido en la Cámara de Diputados;  B) enfrentar la elección presidencial de 2024 con una coalición más potente y diversa a la que tuvo López Obrador a fin de ganar la presidencia con un porcentaje mayor de votos a los obtenidos por éste. 

Habiendo cumplido esos objetivos, Marcelo podría entonces, con amplia legitimidad política, deshacer o modificar cuanto guste de lo 0realizado por el gobierno de la 4T, para lo cual tendrá el apoyo de quienes hoy se oponen al presidente.   

De hecho, después de las elecciones del 21 la agenda legislativa y la relación con partidos, gobernadores y presidentes municipales de Morena las llevará Marcelo, entre otras razones porque él tendrá el poder de decidir qué se mueve y quién lo mueve. 

Lo más sorprendente de la Era Ebrard es que su principal promotor es nada menos que el presidente Andrés Manuel López Obrador. Algo de monta debe el presidente a Marcelo, a quien impuso, por cierto, como candidato para sucederlo en el gobierno de la ciudad de México.  

Por otra parte, lo que más importaba a López Obrador en la vida pública era llegar a la presidencia de México, sacar adelante leyes y proyectos básicos de la 4T, y ponerse a mano con quienes lo despreciaron y con instituciones que le hicieron fraude y buscaron acabar con su futuro político.

Ya lo logró. Ya entró a la historia nacional por la puerta grande. Ya obtuvo la legislación y puso en marcha los proyectos que anhelaba. Ya hizo cuanto se requiere para enfrentar la pandemia del Covid-19 sin onerosa deuda pública.

Ya logró que todo mundo –corruptos incluidos- se declare enemigo de la corrupción. Ya se puso parejo con los intelectuales, periodistas, y medios de comunicación que estuvieron “al servicio de los gobiernos neoliberales”.

a exhibió cañerías y trapos sucios del INE y su antecesor, el IFE. Ya cumplió López Obrador con el destino y el destino cumplió con él. Por lo mismo, que Ebrard se encargue de las tareas de gobierno en lo que resta del sexenio no lo incomoda, lo aprecia. Él se dedicará a hablar, educar y recorrer el país, mientras Marcelo grilla y gobierna.  

En consecuencia, un error mayúsculo de las principales opositoras y opositores al presidente López Obrador, entre quienes se encuentran doctoras y doctores en ciencias políticas, historia y derecho, ha sido el considerarlo un dictador, alguien sediento de poder, de todo el poder. A esta perspectiva u obsesión se oponen dos hechos básicos realizados a conciencia por el presidente: legislar la revocación de mandato, y desentenderse del partido que fundó y con el cual obtuvo una histórica victoria.   

Del final de la Primera Guerra Mundial a la fecha ningún gobernante hambriento de poder y que busca llevar a cabo una profunda transformación del estado de cosas ha pensado un minuto siquiera en revocación del mandato, y mucho menos ha dejado en el abandono a su partido, instrumento natural e indispensable para acrecentar el apoyo social, los votos y la preeminencia política.

De ahí que el influjo que pudo tener el presidente López Obrador en la aprobación de los nuevos partidos no habría sido para buscar su beneficio, sino el de Ebrard, tanto en las próximas elecciones como en las de 2024. O quizás fue el propio Marcelo y sus amigos del Tribunal Electoral quienes dieron medalla de buena conducta a dichos partidos a fin de que engrosen el desfile del T-MEC.    

En los años por venir, las más conocidas y ruidosas opositoras y opositores al presidente López Obrador mostrarán que su antagonismo radical a la concentración del poder en el Ejecutivo era de conveniencia no de convicción. Ebrard buscará acumular más poder que Carlos Salinas o Luis Echeverría, sin embargo, tales opositoras y opositores no lo criticarán, por el contrario, le aplaudirán, ya que, a diferencia de López Obrador, Ebrard es de los suyos: fifí, neoliberal y fan del Tío Sam.  

P.D. A diferencia del presidente López Obrador, Marcelo no tendrá problema alguno con quien resulte electo en Estados Unidos. De ganar Trump, Marcelo le recordará que fue él quien convirtió a México en migra y muro contra indocumentados de Centroamérica. Y de ganar Biden, le hablará de la entusiasta campaña que en 2017 realizó en Estados Unidos a favor de Hillary Clinton y contra Donald Trump. ¡Faltaba más!

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