*Política Mexicana: Entre Conveniencias y Traiciones

En el dinámico escenario político mexicano, el comportamiento de los partidos políticos constantemente se asemeja a una compleja danza de intereses y conveniencias. Mientras los ciudadanos observan desde la distancia, la realidad detrás de las iniciativas y reformas legislativas revela una verdad menos glamorosa: los partidos actúan casi siempre en función de sus propios intereses, y las traiciones no son la excepción, sino la regla.

Cada partido político en México maneja sus agendas y estrategias con una mirada fija en sus beneficios inmediatos. Las iniciativas legislativas se convierten en piezas de un tablero de ajedrez, movidas y manipuladas según el impacto que puedan tener en la popularidad y en la posición electoral del partido.

Una propuesta que promete elevar el perfil de un partido o consolidar su apoyo en un sector específico será promovida con fervor, mientras que aquellas que no encajan en sus cálculos estratégicos serán minimizadas o rechazadas, y si a eso le agregamos que responden más a los gustos del presidente de la República en turno que a los intereses de una nación.

La descarada asignación de diputaciones y senadurías por el principio de representación proporcional, aprobado por el Instituto Nacional Electoral (INE), revela otra faceta de la trampa política. Lo que debería ser un mecanismo para equilibrar la representación en el Congreso, en la práctica, a menudo perpetúa el poder del partido mayoritario.

En lugar de ofrecer una representación equitativa y verdadera de la diversidad política del país, este sistema a veces se convierte en una herramienta para consolidar aún más las ventajas de los partidos dominantes, mostrando a los votantes (que no lo quieren ver o no se les da su gana reconocerlo) que el juego está amañado desde el principio.

Por ello, las alianzas en la política mexicana son tan comunes como efímeras. Los partidos se unen para avanzar reformas o iniciativas que, en teoría, podrían beneficiar al país. Sin embargo, estas uniones no siempre resisten la prueba del tiempo.

Los compromisos entre partidos pueden desmoronarse cuando los intereses divergentes emergen, llevando a traiciones y rupturas. Así, lo que parecía una colaboración sólida puede convertirse en un campo de batalla de acusaciones y recriminaciones, como bien lo vimos en las pasadas elecciones presidenciales.

El contexto político en México está saturado de presiones provenientes de diversas fuentes: desde grupos empresariales hasta organizaciones sociales. Los partidos, en su afán de mantener el apoyo de estos actores clave o cumplir promesas de campaña, se ven obligados a realizar concesiones.

Estas presiones a menudo transforman la postura de los partidos sobre determinadas iniciativas, reflejando un proceso legislativo que puede parecer más reactivo que proactivo.

En el trasfondo del Congreso, la manipulación del proceso legislativo es una práctica común. Las tácticas de retraso o aceleración de debates se utilizan para favorecer las agendas de los partidos.

Presentar una iniciativa en el último minuto o bloquear propuestas mediante maniobras parlamentarias son métodos empleados para obtener ventajas políticas o evitar consecuencias no deseadas, de ahí el desprestigio del político y lo miserable que puede ser cuando de impartir democracia se trata.

Ya no nos sorprenden los cambios de opinión y las revisiones de postura sobre temas cruciales como la reforma energética o educativa, así como la reforma judicial y la insistencia por desaparecer todos los órganos autónomos que sirven de contrapeso ante los otros poderes.

Resulta irrisorio que gran parte de la ciudadanía no quiera darse cuenta o hace ojos de hormiga ante descaradas acciones que ilustran perfectamente cómo la política mexicana puede ser profundamente transaccional, cínica, descarada, carroñera, etcétera.

Un partido que antes apoyaba una reforma puede ahora oponerse a ella si las circunstancias cambian, mostrando la flexibilidad de sus principios en función de las necesidades del momento.

En última instancia, la política en México está marcada por un juego constante de intereses y conveniencias disfrazados con sobrenombres como la cuarta transformación.

Los partidos se mueven en un entorno donde las traiciones y las alianzas son moneda corriente, y donde las iniciativas legislativas se adaptan a las realidades cambiantes del poder.

Para el observador externo, puede parecer que el proceso legislativo está guiado por principios y objetivos nacionales, pero en el fondo, lo que prevalece es un complejo entramado de estrategias y adaptaciones que reflejan las verdaderas prioridades de los actores políticos. Sigamos dando nuestro voto a cambio de dádivas que más tarde que temprano nos cobrarán factura, no solo a nosotros sino a las futuras generaciones.

Hasta la próxima.

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