*El coraje de la ley

“Librados de unos, otros peores ocuparan el sitio. Sí, seguramente peores, porque las nuevas traen eso que llaman Progreso, y es, según mis cálculos, un chorro de mañas muy bien estudiadas y ensayadas, además de mejores armas y dinero listo. Pero el fin es muy humano querer cambios, aunque sepamos que lo nuevo es peor, pues en resumidas cuentas no hay mal que dure cien años, ni buey que los resista…recordarte que la subida más alta es la ciada más estruendosa y que no hay que dejar camino por atajo”. (Agustín Yáñez, Las tierras flacas).

Ya hemos dicho en este espacio que existen dos leyes, las leyes positivas y las leyes negativas o naturales; las leyes positivas buscan fortalecer la convivencia social, por ello la fuerza pública sirve con el objetivo de cuidar los caminos de los bandidos y no el camino de los bandidos, es garantizar la seguridad de las personas y de los bienes que es uno de los primeros derechos.

La ley natural es vivir sin sociedad, evitar el contacto social, aquí ganan lo más fuertes físicamente, por lo mismo, ser libre es gobernarse así mismo, es cumplir y hacer respetar la ley. Pero también, buscamos la excepción, que se respeta nuestra particularidad para no cumplirla, ya que es buena en relación con los demás pero no para mí. Mientras no me atrapen todo está bien. Así piensa el egoísta.

De aquí, al poner los instintitos después de la razón es una batalla permanente en el ser humano, porque existen dos personas en nosotros: un pequeño animal egoísta y un ser humano razonable, que es sujetar los impulsos del particular animal egoísta y convertirse en un ser social, en un ciudadano que acepta la ley común.

“Se tiene la esperanza de que tomara en sus manos el castigo; por autoridad le correspondía, y porque la verdad el agravio más bien iba contra él; era su ocasión de afianzarse y de que no ninguno lo baboseara, tomándole la media, para luego reírse, como ha pasado” (Agustín Yáñez, Las tierras flacas).

El mal ciudadano está en nosotros. Es el astuto que busca colocarse, ser recomendado, el que quiere el pequeño favor. Entonces, la vida es dura para el pequeño ciudadano que llevamos dentro, ya que debe obedecer la ley, aunque no le guste; por esa razón la aplicación de la ley a veces es desagradable porque solo tomamos el lado negativo y no positivo de la aplicación de la ley, en consecuencia, algunos políticos todavía creen que al aplicar la ley es deshumaniza al ser humano y que combatir la corrupción se puede dar sin aplicar la ley.

Es cierto, lo que es legal no siempre es legítimo. Por encima de la ley está la constitución, por encima de la constitución está la humanidad. Porque, la obediencia no es docilidad, con el espíritu de responsabilidad puede rebelarse sin alterar principios, es decir, si como funcionarios no estoy de acuerdo con aplicar la ley, es la desobediencia cívica, y al actuar con conciencia: renuncio. Es el dilema del funcionario público que vive con doble moral.

La seguridad pública, la salud, los feminicidios se dan por el problema de injusticia al no aplicarse la ley, por la desigualdad económica popular como lo demuestra el coronavirus, la violencia acompañada de impunidad que es estructural, por lo cual el gobierno en turno debe asumir su responsabilidad en la aplicación irrestricta de la ley en sus procesos y prácticas, que al no hacerlo afecta el desgaste propio del ejercicio de gobierno reflejado en la caída de los bonos presidenciales por no tratar adecuadamente como gobernante los temas sensibles para la opinión pública.

Con la aplicación de la ley mi libertad termina ahí donde empieza la del otro o de los otros. En todo caso sería vivir en un caos y la vida es difícil para todos, porque la voluntad particular no puede estar por encima de la voluntad general. Caminar entre la debilidad y la violencia no es fácil, ya que puede arruinar al país, hablar solo de nuestros derechos sin decirnos de nuestros deberes y obligaciones, es fraternal; y hablar de nuestros deberes, evitando nuestros derechos y libertades, es autoritario y paternal. En estos dos mundos políticos estamos transitando permanentemente.

Un funcionario público que vive en un Estado de derecho no tiene el valor de perseguir a quienes violan sus leyes, porque teme “complicaciones”, abre el camino a la tiranía; y esto es tan cierto como que la paz a cualquier precio conduce a la guerra cuando cuentas con 332 841 efectivos reales que forman las fuerzas de seguridad del Estado que también repartirán beneficios económicos a la población de escasos recursos. Por consiguiente, la laxitud daña tanto a la libertad como al autoritarismo.

Un despliegue de fuerza pública previene una brutalidad enfrentamiento entre los ciudadanos a fin de hacer cumplir con la ley, hacen justicia por mano propia. Los códigos, los reglamentos, sin fuerza pública no sirven. El más fuerte triunfa sin aplicarse la ley, es la ley de la calle, la ley del silencio que resulta de la intimidación ejercida por los fuertes sobre los débiles, así no existe un estricto combate a la corrupción.

Cada época tiene sus formas propias de abnegación o un mínimo de coraje para salir adelante, evolucionar y revolucionar, están en su derecho, deber y responsabilidad, pero si rebeldes armados y encapuchados dan una conferencia de prensa en una institución, toman y dañan a la misma institución, cuando se obstruyen caminos o asaltan una estación de policía o si el director de una escuela no se atreve a castigar a un alumno que agredió a su profesor, estamos heridos de muerte como nación.

“Para que meterse en el pleito, si con dejarlos hacerse pedazos solos es suficiente, pero eso se lleva tiempo…darle tiempo al tiempo…entonces, contigo, vamos a seguir lo mismo: esperando que se compongan solas las cosas o se descompongan.” (Agustín Yáñez, Las tierras flacas).

Por cierto, una policía todopoderosa se considera por encima de los ciudadanos, porque tiene todos los derechos y ningún deber; también, un policía impotente no puede o no se atreve a intervenir, porque toda represión es considerada ilegitima. En lugar de intervenir dialogara con el malhechor, tratara de comprender a todo delincuente como un enfermo para curar o en una víctima para salvar. Por exceso a por falta de represión podemos volver a la ley de la jungla.

“Acuérdese: con el tiempo y un ganchito. Entonces advirtió la falta de pies y manos para obrar, para mandar y ser obedecido. Ya nada creo. Ni espero. Sí, espero que nada se lo lleve la patada. Sabe su cuento…no más oía como el que oye llover y no se moja, contentándose con decir que todo a su tiempo se arreglaría, mejor de lo que imagináramos; con el pendiente.” (Agustín Yáñez, Las tierras flacas).

Un gobierno con respaldo popular se genera a través de su buena gestión pública porque gobernar es complejo y complicado, no solo es rodearse de aliados e incondicionales y ser pragmático, se necesita de una ideología. Por ello, barre escalones de arriba hacia abajo y se observa lodo donde está de pie, pisoteando con coraje la ley.

*Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales,

Universidad Nacional Autónoma de México.

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