*Un país de sospechosos

Dentro del enorme cúmulo de experiencias, reflexiones y sabiduría que nos legó el escritor inglés G.K. Chesterton, se encuentra el descifrar los misterios de la conducta humana, real o ficticia.

De esas reflexiones hemos encontrado un excelente referente para analizar lo que sucedió y sigue sucediendo en este mundo “moderno”, donde a pesar de su tecnología y desarrollo científico… muchas ideas, nada cambian… regresan, incluso vigorizadas.

En su libro “Cómo escribir relatos policíacos”, el autor especifica: “por una o por las dos razones principales por los que encarcelan a uno en la Inglaterra moderna (es que la policía te conoce o que el juez no te conoce)”. Lo que resume perfectamente el por qué la mayoría de los sentenciados eran pobres. Y esto porque se vive en un mundo al revés. “Como si el hombre que le presta dinero a otro lo convierte en un mendigo; en el que, cuando es un mendigo el hombre que le da dinero lo convierte en un criminal; y en el que, cuando es un criminal y >>conocido<< por la policía, pueden arrestarlo en cualquier momento por crímenes ajenos”.

En claras y resumidas cuentas cuando entre dos personas existe una clara diferencia de riqueza o clase social, la víctima o el sospechoso siempre será el desvalido y “está sometido a unas leyes tan absoluta y reconocidamente demenciales que lo mismo podrían exigirle que desplumase una vaca o que le amputara la pata izquierda a una ballena”.

En aras de ser concretos, normalmente la justicia tiende a: “dejar de castigar a los ricos y esclavizar a los demás por ser pobres”.

Pero ahora, cuando el ser exitoso, destacado, culto, reconocido, acomodado, acaudalado u opulento, por ese solo hecho, cualquiera es sospechoso de conspirar contra el beneficio del país.

Cambio de Sistema

Tomando como referente lo anterior, en cualquier relato policiaco o novela detectivesca, la labor del fiscal, policía o detective debería de ser el conseguir las evidencias y elementos probatorios del acto o conducta criminal del sospechoso, pero cuándo en un acto de fe retrógrado, desde el Palacio Nacional se acusa y califica de criminal a cualquier persona que cumple ciertos requisitos (ser rico, influyente, destacado, exitoso o no pertenecer o corresponder a la ideas del gobernante en turno), de antemano es sentenciado y calificado como responsable de las desgracias nacionales.  Terrible entonces se vuelve la labor del investigador, juez o magistrado que tiene que justificar la sentencia dada de antemano por el poderoso en turno.

Por si lo anterior no requiriese verdaderamente de un investigador supremo mucho mayor que Sherlock Holmes o Hercule Poirot, aún más difícil será la labor de cualquier sistema judicial, cuando en el transcurso de la investigación se vayan cambiando las leyes y la Constitución misma, de ser necesario, para justificar sentencias.

Así pues, en un país similar al de Alicia en el País de las Maravillas, donde la reina cambia las reglas, las leyes, las sentencias y las condiciones del reino según su estado de ánimo, parecer u ocurrencia, poco o muy poco pueden hacer los ciudadanos en donde lo que ayer era considerado decoroso y apetecible, hoy se vuelva criminal y falto de escrúpulos y solidaridad.

En todo crimen, siempre debe haber un sospechoso o varios y es la labor del escritor o del inspector descubrir quien cometió un acto reprobable, pero cuando desde el inicio del relato ya se sabe quién es el criminal, sin demostrar su culpabilidad y sin saber cuál será su condena, se convierte en un relato empantanado, farragoso y demencial como el que le está tocando a este pobre país en apenas cinco meses.

Más aún, en todo cambio drástico de las normas de convivencia de un país, la cuota de sangre que se debe pagar por éste, siempre será proporcional a la profundidad o trascendencia de las afectaciones que dicho cambio provoque al sistema.

Los afectados defenderán sus beneficios, privilegios o intereses con el mismo vigor con que son amenazados o dañados por los cambios propuestos.

Hasta donde se piensan cambiar las normas de convivencia en un país que desde los tiempos del Barón Alexander Von Humboldt, ya era calificado como “el país más desigual del mundo” y ¡qué consecuencias trágicas traerán aparejadas tales cambios en un país en que como ya vimos, todos, todos desde el principio ya somos sospechosos de delito en caso de no comulgar con la nueva transformación o el evidente trastorno? 

Los casos de Chile, Cuba, Egipto, Venezuela, Nicaragua, por citar solo algunos, bien nos pueden ilustrar sobre el tema.