*Dimensionar el descrecimiento

Es importante dimensionar el potencial de crecimiento para conocer la necesidad de descrecimiento. Situar en cifras comparables el estado y potencial de las cosas permite determinar y vigilar los límites de cada elemento del mundo material, para evitar sobrepasarlos. So pena de que en vez de propiciar la vida (toda) y el bienestar del hombre, se logre lo contrario. Propiciar la vida y el bienestar del hombre, deben ser los fines supremos de la humanidad.

Sin embargo, la reducción de la perspectiva y el extravío del rol del hombre en la evolución del mundo priva en la consciencia del hombre. Lo que hace irracionales a muchas actividades, por no decir demenciales, inhumanas y antisociales.

Cada día es más importante que las actividades dejen de creerse ajenas a la vida y la humanidad. Dejen de enfrascarse en optimizar fines particulares. Dejen de olvidar que la sociedad debe actuar como un sistema.

Un sistema es un conjunto de componentes organizados para colaborar en la búsqueda de un propósito común. El del sistema y no el de ninguna de las partes. Para lo cual las partes se orientan y calibran de acuerdo a su participación en la búsqueda del propósito común y no propios. Así el funcionamiento óptimo de cada parte lo determina la medida en que colabora a que el sistema alcance sus fines y no suyos.

La búsqueda de fines propios se desentiende de los de la vida, de los del hombre y de los de la sociedad. Arropada en la creencia que es correcta e inocua, niega sus perjuicios y las búsquedas que no se engañan no les importa.

Inconscientes que desarticulan y complican la búsqueda de fines racionales superiores de vida, humanos y sociales. El calentamiento global, la polarización de la distribución de oportunidades y riqueza, el ensanchamiento de la brecha de bienestar y prosperidad, evidencian esta patología social.

Al jerarquizar racionalmente los motivos que deben orientar al hombre, está en primer lugar la razón objetiva. No es posible sustraerse de las leyes de la Naturaleza. La que no olvida ni perdona. La vida depende de que sobrevivan las plantas y animales.

En segundo lugar están las razones de la humanidad. Por las que me refiero a las de la especie. Las que en principio se traslapan con las de la primera jerarquía, ya que la supervivencia del hombre depende de la del ecosistema. En un tercer nivel esta mejorar la forma o calidad de vida del hombre, de nuevo de la especie, de todos los congéneres y no de solo una parte.

Por último, en la cuarta jerarquía están las razones sociales. Las que son particulares al depender de la situación y posibilidades de cada comunidad y del territorio que ocupa. De los órdenes verdaderos de cada grupo social. Del estado en que se encuentren el hombre y el territorio.

Los órdenes verdaderos los aclara una herramienta gráfica denominada “Esquema del Mundo”, que hace evidente la relevancia y trascendencia del estado de artificialización que tenga el hombre y el territorio y más importante, distingue las que son causas, de los que son efectos.

El esquema consiste en tres franjas paralelas. La superior, EL QUIËN, representa al hombre, la familia y sociedad. La intermedia EL QUE, significa a todas las actividades públicas y privadas, lucrativas y no lucrativas, que el hombre desarrolla. Y la inferior, EL DÓNDE, simboliza al espacio físico, el territorio en el que el hombre desarrolla todas las actividades que realiza.

En este punto recuerdo algo esencial que se olvida. Que el hombre no es un animal racional ni ser humano. Sino un simio bípedo sin rabo, con potencial de que lo racionalicen y humanicen. Y que no cualquier bestia peluda, por el simple hecho de nacer homínido, le brota sola de su interior, la racionalidad y humanidad. Sino que estas dos posibilidades del hombre se le deben trasmitir de fuera. Se le deben contagiar.

Con estas aclaraciones reviso diversas combinaciones de las variables del Esquema del Mundo. Al suponer a un hombre sin artificializar en un territorio sin artificializar, resulta un simio en la selva. Situación en la que todas las reglas, condiciones y posibilidades del juego las establece la Naturaleza.

Al suponer a un hombre con un grado de artificialización en un territorio sin artificializar. Resulta un Robinsón Crusoe. El cual en un espacio silvestre se facilitó la vida con una empalizada, un rebaño de cabras y amueblando su cueva. El contraste entre el Robinsón y Viernes esclarece la diferente forma en la que un hombre artificializado y uno sin artificializar se relacionan con la Naturaleza.

Ahora supongamos a hombres con una parcial, deficiente o mala artificialización en un territorio muy artificializado. Y encontramos algunos países de primer mundo. La diferencia entre los habitantes del primer mundo y el tercero no radica en que unos sean superiores a otros, sino en que la artificialización del territorio o infraestructura física que tienen a su disposición los hace más productivos y propicia su bienestar y prosperidad material. Pero la infraestructura física no racionaliza ni humaniza al hombre y muchas veces hace lo opuesto.

Lo más importante que muestra el Esquema del Mundo es que las actividades públicas y privadas, lucrativas y no lucrativas, que el hombre desarrolla, no son órdenes verdaderos, sino efecto de la interacción de los dos órdenes que si son verdaderos. El hombre y el territorio son causas y las actividades son efectos. Y los efectos solo se modifican actuando en las causas.

Las actividades que el hombre puede desarrollar dependen del tipo y nivel de artificialización que tengan los dos órdenes verdaderos, de lo inalterado o alterado que estén tanto el hombre, como el territorio.

Lo que no quiere decir que cualquier alteración sea buena o que más es mejor. Creencias que son errores de la simplificación. Tanto para el hombre como para el territorio existe buena y mala artificialización.

Para el hombre es buena la que le permite desarrollar todos sus potenciales hasta sus últimos límites, en una forma útil y valiosa para sí mismo, su familia, la especie y la sociedad. Lo que le hará sentirse integrado, completo y satisfecho. La buena artificialización del hombre fundamentalmente consiste en la ilustración. Y el hombre es la excepción en la que más ilustración si es mejor.

En el caso del territorio, no cualquier alteración, no cualquier artificialización, no cualquier infraestructura, beneficia a la vida, a la humanidad ni a la sociedad, como tampoco más infraestructura es mejor. Todo en el mundo material tiene límites: un mínimo, un máximo y un nivel óptimo y también una vocación. Todo espacio físico es diferente y sirve para algo y no para otra cosa.

La Naturaleza no reconoce divisiones políticas, sino divide al territorio en unidades orgánicas. Las unidades orgánicas territoriales son los espacios que comparten el recurso fundamental para la vida: el agua. Las cuencas hidrológicas son espacios en los que los actos y cálculos no se pueden fragmentar, ya que lo que se haga en una parte afecta al resto de la cuenca. Es un engaño perverso fraccionar las cuencas, para hacer cálculos parciales de sustentabilidad, de impacto ambiental o ecológico.

Toda cuenca hidrológica es una unidad orgánica indivisible en la que todo estudio, cálculo y racionalización que se haga, debe referirse a la totalidad de la cuenca. La planeación racional del territorio no es soñar ni imaginar lo deseable o conveniente, ni calcular lo que es posible hacer, sino lo que se debe hacer, que es cuidar no sobrepasar los límites de la Naturaleza para no jugar contra la casa, para evitar desequilibrios, colapsos y venganzas de la Naturaleza. La Naturaleza no olvida ni perdona.

La palabra planeación es incomprendida, falseada y desprestigiada. Planear es racionalizar. Sin embargo, unos creen que es imponer una forma de vida, como lo han intentado sistemas políticos que siempre fracasan. Otros que sirve para expresar delirios. Otro error de políticos y empresarios es creer que la labor de los profesionales es lograr hacer que vuelen los aviones que ellos inventan. Y muchos se prestan a ello. Todos son errores crasos.

Una planeación física del territorio consiste principalmente en determinar los límites de cada recurso natural para evitar rebasarlo y ocasionar desequilibrio, sobreexplotación o colapso del ecosistema. El otro aspecto que se debe respetar es la vocación de cada espacio, la que la determinan los contenidos bióticos y abióticos y la morfología.

Toda racionalización parte del balance de los contenidos bióticos y abióticos de la cuenca.

Por una parte, medir, contar y pesar lo que hay y por otra calcular lo que debe haber, para que el sistema de vida o ecológico de la cuenca funcione en forma holgada y estable.

Los sistemas ecológicos de muchas cuencas ya están seriamente dañados. Y de comparar lo que sobrevive con lo que debería haber resulta lo que se debe rehabilitar, para que los subsistemas de vida de las cuencas recuperen la salud. Salud de la que depende la vida del hombre.

Solo después de reservar los espacios y recursos que requieren los subsistemas ecológicos de una cuenca para garantizar holgadamente la reproducción sana de la vida, es cuando el hombre puede considerar a los espacios y recursos que sobran como disponibles para construir su bienestar y prosperidad material. Me refiero a la de los habitantes, no a la de entes.

Corregir la inercia actual es una labor formidable, que implica cambiar mentalidades muy arraigadas, que se niegan a reconocer los inocultables daños de una trayectoria de evolución cuyo recorrido ha atropellado muchas formas de vida y rebasado muchos límites materiales de la Naturaleza.

México es un país cuya planeación física del territorio la hicieron coloniales. En la que no se consideró el bienestar de los habitantes, sino la explotación minera. Por lo que muchas ciudades actuales, nacieron como beneficios mineros. Es decir, en lugares no propicios para un asentamiento humano.

Los metales pesados se encuentran arriba de los mil metros sobre el nivel del mar y la producción de agua abajo de los mil metros. Por lo que de origen cuentan con poca agua.

Además, de la colonia a la fecha, solo se ha ensanchado y engrandecido la misma infraestructura que dejaron los coloniales. Por lo que después de 500 años de crecer en los mismos lugares, donde hay infraestructura ya no hay recursos naturales y donde hay recursos naturales, no hay infraestructura.

A pesar de que esto viola mandatos constitucionales. El tercer párrafo del Artículo 27 Constitucional, entre otras cosas instruye:

“(...) hacer una distribución equitativa de la riqueza pública, cuidar de su conservación, lograr el desarrollo equilibrado del país y el mejoramiento de las condiciones de vida de la población (...) ordenar los asentamientos humanos y establecer adecuadas provisiones, usos, reservas y destinos de tierras, aguas y bosques, (...) planear y regular la fundación, conservación, mejoramiento y crecimiento de los centros de población; para preservar y restaurar el equilibrio ecológico”.

Sobre el desarrollo equilibrado del país, la Cuenca de México tiene 9,600 kilómetros cuadrados y el país del orden de los 2 millones, es decir la Cuenca es el 0.48 % del territorio nacional. Ni la mitad de un uno por ciento. Y gracias al centralismo político y económico, en ella se aglomera el 25 % de la población. Lo que es un enorme desequilibrio inconstitucional y contra toda inteligencia mínima.

También el Ingeniero Carlos Ramírez Sama, en el libro “Problemas de la Cuenca de México”, editado por el “Colegio Nacional” denunció que la Cuenca de México solo cuenta con recursos naturales para sustentar la vida de 8.2 millones de habitantes y que esta cifra se rebasó en 1964. Por lo que a partir de esa fecha se debieron prohibir todas las licencias de construcción en la cuenca.

En vez de eso, se estimula la construcción, lo que logra que más gente se venga a asentar en la trampa que es la Cuenca de México. En una demencial carrera que postra al país en un callejón sin salida, en espera de un inevitable colapso físico, político, económico, sanitario y social.

La irracionalidad se manifiesta de todas formas. No tiene sentido montar más infraestructura que los recursos naturales disponibles. Ni construir más estructura que la infraestructura existente. Pues en la “Megalópolis” hay más tubería que agua. En algunas partes al abrir la llave solo salen arañas. Es la única ciudad del mundo que requirió terminar un “acuaférico” para enterarse que no tenía agua para usarlo. Hay más cable tendido que electricidad.

Pero también hay más estructura que infraestructura. Hay más viviendas que tubos de agua o de drenaje, que alambrado de electricidad, iluminación, banquetas, calles pavimentadas y medios de transporte. También hay más vehículos que espacio para que circulen.

El segundo recurso natural es el espacio. Una ciudad funciona como herramienta de bienestar y prosperidad para los habitantes, en la medida en que propicia el intercambio de bienes y personas.

Los asentamientos tienen una dimensión máxima humana y una en la que el costo de la prestación de los servicios públicos es mínimo y la productividad de los habitantes es máxima y una arriba de la cual el costo de los servicios se dispara y las distancias y congestionamiento complican las actividades lucrativas y obliga a que se desarrollen a costa de las actividades familiares, sociales, culturales, recreativas y deportivas. Que son las actividades que humanizan a los habitantes.

Una gráfica del Ingeniero Jaime Luna Traill, de los costos per cápita de proporcionar adecuadamente los servicios urbanos, muestra que el costo mínimo se encuentra entre uno y cinco millones de habitantes. Abajo del millón de habitantes los costos se triplican para 10 mil habitantes y siguen creciendo mientras disminuye esa cifra.

Pero cuando la población rebasa los 5 millones el costo aumenta en forma descomunal, multiplicándose por diez para 15 millones de habitantes y se acelera más mientras crece el número de habitantes.

La megalópolis aglomera a más de 20 millones. De los que más de 2 millones carecen de servicios urbanos. Y los pocos que tienen es a costa de un enorme sobreprecio, surtido por estructuras precarias que fallan cada vez con mayor frecuencia y requiere más tiempo restablecer el servicio. Nada justifica los desproporcionados sobrecostos por servicios precarios y deficientes.    

El desorbitado crecimiento de la megalópolis obliga a mucha gente a gastar cuatro horas para trasladarse y llegar cansado al trabajo y otras cuatro para regresar a su casa. Sumadas a ocho en su trabajo dan 16, lo que solo le dejan ocho horas para dormir y atender sus propios asuntos y necesidades.

¿Cuándo convive con su familia, esposa e hijos, cuando hace vida social, cuando se cultiva, cuando se distrae y divierte, cuando hace deporte? Recuerden que al hombre además de racionalizarlo se debe humanizar. Lo que da pie a preguntar, esa persona: ¿Cuándo tiene vida propia? ¿Cuándo le da sentido a su vida? ¿Cuándo se humaniza y humaniza a su grupo familiar y social?

Todas las cifras muestran que la megalópolis es una ciudad decadente en una cuenca moribunda y el país un caos.