Entre tecnócratas y opinócratas

Por Ángel Pujalte Piñeiro

La consulta del aeropuerto saca a la luz una confusión que nace de un concepto indefinido, que desorienta y enturbia los debates, desorden que además es abonado por la precariedad conceptual de los opinadores.

Los que con desplantes de filósofos exponen su desconocimiento, superficialidad y falta de seriedad, cuando aparentan “pensar” a que disciplina le compete decidir la ubicación del NAICM, si a los tecnócratas o a los políticos. Pantomima en la que tratan de elucidar cuales decisiones le competen a los políticos y cuales a los tecnócratas.

En enredo no es simple, sino una amalgama de varios errores conceptuales. La primera mancha oscura es el indefinido y ambiguo término “tecnócrata”, que se ha popularizado y ampliado su contenido a muchas actividades que se cubren con un velo de misterio. El término original según una definición significa dos cosas:

  1. La persona que desempeña una función de dirección como técnico o especialista en una materia.
  2. La persona que es partidario de la tecnocracia.

Delimitaciones que solo aclaran parte de la confusión. Según la primera definición es alguien que ocupa un puesto directivo por poseer un conocimiento o capacidad privativa, por ser un técnico o especialista en algo en base a lo cual desempeña la función de dirección. Lo que por un lado descubre que ciertas funciones de dirección se han establecido como un nicho de exclusividad laboral. Lo que en todo caso, las funciones de dirección aclaran los méritos que deben tener los aspirantes para ser miembros de ese exclusivo nicho laboral. Conocer las funciones descifra lo que se espera del que las desempeña.

Sin embargo, en la vulgarización del término no se aclara el campo ni la naturaleza del opaco espacio, materia o especialidad en la que se debe ser técnico o especialista, ni los méritos que hacen de alguien un técnico o especialista, ni los resultados que promete ni los compromisos que asume. Lo que se presta a que cualquier oportunista sorprenda ostentándose como algo indefinido que da una especie de status gratuito, en el que no se asume ningún compromiso ni obligación.

Es oportuno aclarar que una cosa es un técnico y otra un profesional. El técnico es un individuo que tiene la disciplina y el orden para ejecutar con todo rigor un procedimiento, sin agregar ni cambiar nada. Por lo que tienen prohibido pensar. Igual que los insectos. En el momento en la que una abeja piense y altere el comportamiento invariable de su rol, desgracia a la colmena. En el momento en que un laboratorista altere el procedimiento de las pruebas que efectúa, ya no se sabe que prueba efectúa.

Los técnicos son principalmente proveedores de información para alguien más que posee el conocimiento para interpretar los resultados y sacar conclusiones.

Sin embargo, en la discusión pública no se habla de un profesional. El profesional es una persona que tiene una preparación formal para predecir el futuro en una frontera de contacto del hombre con la Naturaleza.

Un ejemplo, para no usar el de la desprestigiada Ingeniería Civil, es el de un Médico. Que tiene que diagnosticar, pronosticar y curar. Y en las profesiones no hay concesiones, si no lo hace no es médico, aunque use bata blanca, esté titulado y hable mucho, es charlatán. El profesionista es otra línea de la actividad lucrativa, que no viene al caso.

En la confusión resulta que la totalidad de los que aceptan que se les denomine o se autodenominan tecnócratas, no son profesionales. Unos porque su mundo no es el material y otros porque son una especie de charlatanes que viven del arguende, parapetados tras el mito. El origen de la palabra son los funcionarios que se preparan en una universidad extranjera. En fiel cumplimiento a la recomendación de un expresidente gringo que dijo que la mejor forma de controlar a un país subdesarrollado era educar a sus dirigentes en las escuelas de ellos.

Lo que aclara otra arista del significado original de la palabra tecnócrata, que es alguien que estudió en el extranjero algo de la dirección de un país, por lo que “en ese algo” porta los conocimientos y el punto de vista foráneo, que en el tercer mundo se ha vendido como superiores a los locales. Después de aclarar lo anterior procede esclarecer la materia en la que son “tecnócratas”, lo que estudian. Porque no estudian una ciencia, un conocimiento que permite repetir y controlar los fenómenos que se estudian, sino algo que está entre recetas de cocina y superstición. Por eso tampoco son científicos sino tecnócratas.

Por el estado incipiente e insipiente, en el que se encuentra el conocimiento que estudian, que es la macroeconomía. Que es la materia que estudian los tecnócratas originales y por la que reclaman el derecho a dirigir al país, sin dar explicaciones... ni tampoco comprometerse a ningún resultado.

Quizá porque las técnicas y recetas no alcanzan a descifrar las causas del comportamiento de los fenómenos en los que se enfocan, sino solo expresan los efectos con palabras misteriosas, como que la economía se calienta, ralentiza o que el comportamiento es “cíclico”. Pero claramente no conocen la razón por la que se calienta ni la de los ciclos.

Y al no conocerlas en vez de incidir en las causas aplican recetas como las de una abuela. Una razón para solo estudiar la superficie y no profundizar a las entrañas de los fenómenos, es la complejidad de las relaciones, la descomunal cantidad de variables que intervienen y la enorme amplitud en la que puede fluctuar el estado en el que se encuentre cada variable, de la economía de cada país.

Cuando lo racional es que en vez de limitarse a una manera muy superficial de medir las variables y aplicar recetas demasiado generales, lo procedente es que cada nación estudie su propia realidad desde todos los puntos de vista de todas las disciplinas profesionales.

La auténtica ingeniería civil explica las componentes físicas del subdesarrollo y la forma de superarlas, de impulsar la economía, ampliar la distribución de la riqueza, abrir los canales de movilidad social y propiciar el bienestar y prosperidad material de la población, en formas que no solo cualquiera entiende, sino que prometen resultados medibles y palpables para todos. Aunque las desconozcan los economistas, tecnócratas, especialistas y por supuesto los políticos.

Pero en vez de racionalizar y profesionalizar el análisis de los problemas, el nicho de los “tecnócratas y especialistas” ha crecido y gracias a su opacidad no se ha mantenido como un apelativo exclusivo de los que estudiaron macroeconomía en el extranjero, sino que se ha popularizado convirtiéndose en un club de charlatanes que incluye a toda clase de vividores que con un conocimiento precario y formación deficiente, en cualquier materia exótica o sibilina, se ostenta como alguien con un conocimiento superior y mágico. Es decir, el término “tecnócrata y especialista” ya lo usan los chamanes, adivinos y magos contemporáneos de cualquier campo.

Después de aclarar lo anterior regreso y reformulo la pregunta original: ¿En que debe decidir cada disciplina?, hasta donde llegan los alcances de los tecnócratas y hasta donde los de los políticos. Y al parecer los únicos tecnócratas que tienen mérito probado son los del Banco de México. Cuya única misión es mantener estable la moneda. Para lo cual no ha sido necesario estudiar materias enigmáticas en el extranjero, sino mantener una disciplina que conoce cualquier ama de casa responsable. No gastar más de lo que se tiene, ni imprimir dinero sin respaldo real. Y por mi parte agrego la duda de la necesidad del déficit y la de endeudarse.

Los otros “tecnócratas”, los que trabajan fuera del Banco de México no veo que hayan hecho gran cosa. Fuera de aprovechar los altos cargos para enriquecerse desproporcionadamente o conseguir altas chambas en grandes empresas extranjeras, no veo los beneficios para el país. Lo impresentable de un raquítico crecimiento anual de la economía del 2 %, el colapso de la clase media y la mala distribución de la riqueza y oportunidades, no me deja mentir ni da lugar a discusiones.

Por lo que saco de la discusión a los tecnócratas y replanteo la confronta con otro participante: los profesionales. Lo que pone la disyuntiva en: ¿En que debe decidir cada disciplina?, ¿hasta dónde llegan los alcances de los profesionales y hasta donde los de los políticos? Vuelvo a aclarar que un profesional no es un profesionista, un técnico, un especialista en ninguna rama ni un investigador, sino un generalista. Alguien con visión de conjunto. Con mirada de águila, amplia y profunda. Como la de los que había antes y que desbastaron los investigadores. De los que es muy necesario que resurjan para equilibrar e impulsar el desarrollo nacional. Dicho lo cual la cuestión la aclara el campo de competencia y los alcances reales de cada cual.

El profesional es el que se prepara para administrar una frontera de contacto de la sociedad con la Naturaleza. Mientras que el político carece de preparación formal, como desde seis siglos entes de Cristo lo notó el hijo de picapedrero: Que para zapatero se requería un conocimiento y preparación formal y para político nada.

La razón es muy sencilla y clara. El profesional debe conocer muy bien la frontera de la sociedad con la Naturaleza, para poder administrar las relaciones con ella, porque en toda la frontera de contacto del hombre con la Naturaleza la única opinión, reglas y normas que rigen son las de la Naturaleza. Y la Naturaleza no condesciende, olvida ni perdona nada. Y nunca deja de cobrar venganza.

Mientras que el político carece de ciencia, técnica, metodología, procedimientos y recetas porque la materia en la que trabaja es en la opinión ajena. Su campo es el estado de ánimo de la población. No tiene alcance en la opinión ni el estado de ánimo de la Naturaleza.

El mejor rol que puede desarrollar un político en una sociedad es mantener el buen talante de la población para que las relaciones interpersonales y grupales en la sociedad sean armoniosas y fluyan suavemente mientras todos jalan para el mismo lado.

Para lo cual no debe de optar por la salida más fácil. Beneficiar a unos y engañar con falsas esperanzas a otros. Eso no lo hace un auténtico político sino un charlatán oportunista de la política. Tampoco es alguien que se lava las manos sometiendo todo lo que requiere un conocimiento serio a votación, para responsabilizar a las posibles víctimas de los resultados. Eso lo hace un irresponsable al que no le importan lo que resulte ni a quien perjudique.

Otra parte de la confusión la crea que en la ubicación del NAICM no se oye ninguna voz de profesionales. Se oye a puros especialistas, híper especialistas y actores con conflicto de interés. Todos con la misma visión de “monóculo inglés” que un oficial chino le manifestó a Ernest Hemingway, a su regreso de China: “¿Sabe por qué el inglés usa monóculo? Porque así, con un ojo ve lo que quiere ver y con el otro no ve lo que no quiere ver”.

No son serios, responsables ni profesionales los que solo ven para arriba y pretenden que la viabilidad del espacio aéreo sea la principal razón que determine la ubicación del NAICM. Tampoco lo son los mercenarios de la construcción que solo ven un jugoso negocio y no ven las consecuencias de ir contra la Naturaleza para el país y la Cuenca, ni las políticas, económicas ni sociales. Menos los mercaderes que solo ven el lucro indiscriminadamente.

Lo que nadie ha expuesto es el problema de ahondar el desequilibrio del desarrollo nacional, agravar el centralismo político, económico y social en la Cuenca de México. Agrandar un asentamiento urbano decadente y agravar los daños de una cuenca moribunda. Que además va a hacer que más gente se venga a asentar a un territorio aglomerado que tiene agotados sus recursos naturales.

Se repite hasta el cansancio que es un gran negocio sin que nadie menciones la tasa interna de retorno de la inversión del NAICM. Una cifra fundamental para valuar los beneficios de cualquier proyecto. Pero ninguno de los defensores a ultranza puede darla, porque como no le preocupa a los intereses parciales, no se ha calculado y antes bien no es conveniente mencionarla.

Porque como en vez de arrancar la obra con un proyecto ejecutivo, se arrancaron los trabajos con la imagen computarizada de un sueño. Una fantasía. Sin ninguna exploración, determinación ni cálculo de nada. Solo la emoción de una aventura en la que filibusteros duermen a la audiencia con promesas del paraíso, mientras ellos se llenan los bolsillos.

Como en toda aventura en la que se sale a ver que se encuentra y la forma de aprovechar lo que aparezca, no existe certeza de la fecha de terminación de la obra ni del costo final de la obra. Como van por un porcentaje, mientras más crezca mejor.

Total, que al final mientras la obra apantalle y no se caiga en lo que acaban de cobrar, lo que pase después ya no importa. Ya se habrán llenado los bolsillos. Y si hay que meterle más dinero a la obra, pues será más chamba. Y mientras mayor sean los costos de operación y de mantenimiento, mayor será la tajada que se pueda sacar de ellos. Ningún proyecto serio se basa en promesas de cosas deseables pero indefinidas. En puras medias verdades... o grandes mentiras.

Después de comentar el valor que tiene la opinión de los parciales y mercenarios, toca aclarar los alcances de los políticos en las decisiones de aspectos materiales. Para lo cual considero suficiente aclarar la razón por la que es necesario construir un nuevo aeropuerto. Y la razón es muy sencilla: por una serie de malas decisiones de políticos. Que son los que no ven más allá de su nariz ni del momento. Por lo que toman decisiones solo para salir del paso que causan mucho daño a futuro.

El aeropuerto no está saturado sino estrangulado porque políticos de visión corta y estrecha invadieron los espacios que tenía reservados para poder crecer y satisfacer el aumento de la demanda. Ciegos, ignorantes e inconscientes políticos, han puesto en el espacio de reserva del aeropuerto una unidad habitacional para damnificados del temblor del 85 y hasta un basurero.

Se creen genios que encuentran espacios desperdiciados, cuando el desproporcionado costo del NAICM lo único que mide con precisión es el tamaño del error de aquellos políticos.

Si no se hubiera invadido la reserva del aeropuerto. Se hubieran podido construir todas las nuevas pistas y terminales necesarias en los terrenos del mismo aeropuerto.

Otra, acabo de ver en Milenio que la falta de subsidio ahorco al aeropuerto de Toluca. Lo que es una mentira de político.

Lo que tiene ahorcado al aeropuerto de Toluca es que también, políticos “genios”, invadieron los terrenos del aeropuerto para otros usos cuyos beneficios resultan insignificantes frente a lo que va a costar resolver los problemas que causaron.

Otra más, ahora andan de habladores presumiendo al “nuevo puerto de Veracruz”. Y ¿saben cuál es la razón por la que fue necesario gastar todo el dineral que se tuvo que gastar para construir un nuevo puerto? ¡Exacto! Adivinaron. Porque políticos genios se apropiaron de los terrenos que eran la reserva del puerto para crecer y les cambiaron el uso de suelo de portuario a habitacional. Donde debería haber instalaciones portuarias hay casas.

Otra, la Cuenca de México también se encuentra contra la pared por innumerables malas y torpes decisiones de políticos “genios”. La lista de errores en la cuenca es tan grande que solo les digo que pueden encontrar un pequeño resumen en el libro ¿A Dónde Vamos, México? ¡Fe de erratas del desarrollo nacional!

Es un error que los políticos decidan en asuntos del mundo material, porque son competencia de una práctica profesional (no de tecnócrata, técnico, especialista, híper especialista, experto, mercenario ni mercader) y porque resultan negocios checos o errores garrafales que en todo caso perjudican a la sociedad en forma desproporcionadamente mayor a los ínfimos y estrechos beneficios de poco alcance y corto plazo que buscan.

Lo que afirmo, como todo en el mundo material, es verificable. Me consta la situación de los aeropuertos, de cuando andaba proyectando pavimentos de aeropuertos, en mi etapa de geotecnista y lo del puerto de Veracruz lo pueden ver en el libro “El Desarrollo Costero de México” del Ingeniero Roberto Bustamante Ahumada. Y demasiados errores políticos en la Cuenca de México y la situación física nacional los encuentran en el libro ¿A Dónde Vamos, México? ¡Fe de erratas del desarrollo nacional!

Zapatero a tus zapatos. Y los zapatos de los políticos no son el mundo material ni la frontera de contacto de la sociedad con la Naturaleza. El país mantiene Universidades e instituciones de educación superior y anualmente oleadas de jóvenes se “preparan” en una formación profesional, en la que buscan adquirir conocimientos privativos, para terminar integrándose a un grupo de personas que ni puede desarrollar todas sus capacidades ni llevar sus conocimientos hasta sus últimas posibilidades ni aportar al país los beneficios de orientar el rumbo sobre el discernimiento y la razón, ni siquiera obtener una retribución decorosa por su esfuerzo, porque las decisiones las toman los menos preparados, los que menos saben y que a la mejor... a los que menos les importa.

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Sigo trabajando en el libro “Ley de Obras Públicas, fundamentos y complementos”. El análisis de una ley que funciona como herramienta predilecta de corrupción, por su impunidad y la cuantía de los recursos que permite desviar. Por lo que he dejado pasar muchas cosas, pero no podía dejar pasar esto.

https://angelpujaltepineiro.com/ , Autor de: La infracultura en la construcción, La anomia, Disección de la Ley de Obras Publicas y Servicios Relacionados con las Mismas, ¿A dónde Vamos, México? ¡Fe de Erratas del Desarrollo Nacional! y en proceso de publicación: Ley de Obras Públicas, fundamentos y complementos, El descalabro de la razón y Geopolítica, la hermana perversa de la Ingeniería Civil.