Por Raúl Parra

(dpl news) La pandemia de la Covid-19 provocó un incremento significativo del teletrabajo en América Latina, pues, según estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), cerca de una tercera parte de la población asalariada –entre el 20 y el 30 por ciento– que trabajó durante el confinamiento en la región, lo hizo desde su domicilio, cuando en 2019 esa cifra era inferior al 3 por ciento.

En números brutos, según la OIT, alrededor de 23 millones de personas transitaron por el teletrabajo durante el segundo trimestre de 2020 en la región.

El Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo (CLAD) identificó que, hasta ese momento, 21 países de la región (91%) habían desarrollado instrumentos legales para regular el teletrabajo como una herramienta útil para continuar las operaciones y preservar la relación laboral.

El CLAD detalló que 11 de ellos habían sido decretos presidenciales motivados por la contingencia sanitaria y seis países reformaron sus leyes sobre el teletrabajo.

Esta modalidad alcanzó su cénit durante el segundo y tercer trimestre de 2020, tras lo cual se registró una tendencia decreciente asociada con la flexibilidad de las medidas de mitigación y la posibilidad de retornar al trabajo presencial. No obstante, a inicios de 2021, la incidencia del teletrabajo aún era mayor a la de los meses previos a la irrupción de la pandemia.

El hecho de que esta modalidad estuviera basada en las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) posibilitó la continuidad de las actividades económicas y de la relación laboral, algo crucial al considerar que la región fue la más afectada económicamente.

Las restricciones a la movilidad y las medidas de distanciamiento social ordenadas para frenar la propagación del virus provocaron que, en muchas ocasiones, el teletrabajo pasara a ser la modalidad exclusiva en estas condiciones excepcionales.

No obstante, las medidas de mitigación y la subsecuente migración acelerada al teletrabajo tuvieron un impacto diferenciado según el género, ya que el cierre de escuelas y guarderías dificultó aún más el trabajo en casa de las mujeres, debido a que las labores asociadas al cuidado siguen recayendo mayoritariamente en ellas.

Y, tal como reconoce el propio organismo, el tránsito del trabajo presencial al teletrabajo no fue terso, sino que estuvo lleno de retos. Debido al importante rezago en términos de acceso a la conectividad que tiene América Latina frente a otras regiones, muchas personas no pudieron recurrir a esta modalidad de trabajo.

Esto significa que hubo una posibilidad diferenciada de realizar el teletrabajo en función del tipo de ocupación y el acceso efectivo a la infraestructura digital básica y a las tecnologías necesarias para realizarlo.

Los trabajadores formales, con mayor nivel educativo y que realizan tareas profesionales, técnicas, gerenciales y administrativas, han sido quienes han podido hacer mayor uso del teletrabajo.

Por el contrario, los trabajadores informales o por cuenta propia, con menor cualificación y menores ingresos, fueron quienes menos pudieron recurrir a esta modalidad de trabajo.

Esta aceleración del teletrabajo ocasionada por la pandemia hizo que los países latinoamericanos implementaran políticas públicas a contrarreloj para regularlo.

La OIT apunta al respecto: “La región ha reportado avances en materia de regulación del teletrabajo. Sin embargo, el aumento sin precedentes de esta modalidad de trabajo expuso una multiplicidad de desafíos que deben ser abordados de modo de asegurar que contribuya positivamente al mundo de trabajo, tanto para las empresas como para los trabajadores”.