*Tienen los votos, pero quien sabe si la razón
El miércoles pasado hablé en contra del dictamen con proyecto de decreto por el que se expide la Ley General del Sistema para la Carrera de las Maestras y los Maestros.
En los diversos debates que he participado, a veces, cuando los antagonismos llegan a posiciones extremas, he escuchado las siguientes expresiones: “ustedes ya perdieron”, “nosotros tenemos el aval de equis millones de votos y merecemos establecer las políticas públicas que nosotros creemos, que el presidente cree”.
Tal vez eso caracteriza el diseño de esta nueva legislación sobre la carrera magisterial.
La decisión de impulsar un proyecto, independientemente de las opiniones de otros o de los datos y antecedentes que aconsejarían otro diseño.
Tienen la fuerza de los números legislativos para lograrlo. Se pone en duda si tienen la razón.
Lo que sí es verdad, es que todos tendremos la responsabilidad histórica, la responsabilidad histórica en la era del conocimiento.
En la segunda década del Siglo XXI esta reforma educativa tendrá que ver con el destino nacional, pues la educación es el instrumento más incisivo en la construcción o corrosión del tejido social, y es esencial en la formación del sujeto, persona, ciudadano.
Reconozco que se revalora el papel del maestro y que se reconstruye la alianza del Estado mexicano con el magisterio.
Escuché con respeto y admiración la intervención de la senadora Gloria Sánchez y su referencia a la Benemérita Normal Superior Veracruzana.
¿Qué me preocupa? Reconociendo el valor de esta reivindicación del papel de los maestros y las maestras mexicanas.
Me preocupa que la realidad de los factores de poder haga que las autoridades educativas queden como rehenes de las corporaciones sindicales, y que haya un deja vu a aquellos tiempos en que la Secretaría abdicaba de su responsabilidad y de su autoridad y los ascensos se negociaban en otras oficinas muy diferentes a la SEP.
Aprecio la decisión de reivindicar al normalismo, me parece esencial robustecer la educación normal con los mejores instrumentos pedagógicos y con la más rigurosa formación.
Por ello, me desconcierta la reducción presupuestal para el Programa de Desarrollo Profesional Docente, y la debilidad del presupuesto educativo en general.
He escuchado con atención las valoraciones sobre el sentido liberador de la educación y el rechazo a un hipotético modelo educativo para la participación en el mundo neoliberal.
Tuve oportunidad de formarme como alfabetizadora en la filosofía de Paulo Freire, entonces entiendo a profundidad la densidad de este debate.
Apuntase aquí a una discusión de gran fondo, y exhorto a la Comisión de Educación a que convoque a una reflexión con las autoridades educativas, con los legisladores, con los expertos, a cuál es la educación pertinente para el desarrollo integral y la preparación para la inserción positiva en el contexto en el que se dará el desarrollo profesional de los educandos. Estamos en el Siglo XXI, en México, en América del Norte.
La utopía educativa, el heroísmo magisterial, el papel trascendental de la educación son parte de nuestras convicciones, pero la gestión escolar cotidiana es algo más terrenal, al mismo tiempo sencilla y muy difícil.
¿Qué haces con el ausentismo magisterial, qué con las aulas insuficientes, con el hacinamiento infantil, con la falta de sanitarios, con los niños desnutridos a los que se les dificulta retener el conocimiento?
Lo que hace el aprendizaje de los niños, es esa suma de pequeños y grandes detalles que tienen que ver con maestros reales y pequeñines inmersos en nuestra realidad social, a veces lacerante.
Por eso nos preocupa la organización de la gestión educativa, y que los mejores maestros, los más responsables, los de mayor vocación de educadores, sean los que estén frente a grupo.
Los que tengan salarios remuneradores, los que merezcan ascensos, los mejores maestros, tengan o no padrinaje gremial.
Se hizo una reforma constitucional que estableció varias nuevas garantías y gratuidades de políticas públicas.
De no haber una estrategia de sustentación presupuestal de la reforma educativa, lo que se revelará, es que la escenificación de una arquitectura compleja lo que verdaderamente pretendía era un replanteamiento político en el sector educativo.
La historia es implacable, la teoría del péndulo ha operado en el proceso legislativo de estas leyes sobre educación, en detrimento de un análisis maduro, más profundo, que no trivialice o simplifique, que no haga de la política educativa la arena del debate conceptual más sofisticado del momento contemporáneo de México.
Es triste, pero regresar a la época de oro de la educación pública mexicana es imposible.
Preguntémonos cuántos mexicanos existían cuando la epopeya de Vasconcelos, 14 millones era la población total.
Hoy, solo en el sistema educativo básico hay 25 millones de alumnos, y de esos millones de alumnos varios miles tienen un cúmulo de información a través de su celular.
Por eso, compañeras y compañeros maestros de MORENA, quienes me han antecedido en el uso de la palabra, deseo creerles. Pero la experiencia de diseños semejantes fallidos me lo impide.
Me encantaría pensar que no existirán abusos y no se sufrirá la distorsión que ahora se vive en varias entidades federativas en que millares de niños se han quedado semanas sin clases esperando ilusionados el arribo del docente.
Tal vez sería necesario garantizar que la lucha por reivindicaciones profesionales legítimas no deje sin clases a los infantes.
En fin, tienen los votos para que estas leyes se aprueben, y la responsabilidad histórica.