Desde el inicio de su gobierno, el presidente Andrés Manuel López Obrador se empeñó en hacer creer al pueblo sabio y mucha pieza que lo llevó al gobierno, que trabajaría incansablemente contra la corrupción en todos los niveles del gobierno…

Pero fue más temerario al afirmar, en una mañanera, y en la siguiente también, que la bautizada “cuarta transformación” está fundamentada en la erradicación de ese mal que tanto daña a la nación…

Esto viene a cuento, porque el lunes pasado, justo en el arranque de su segundo y ¿último trienio?, el inquilino de Palacio Nacional insistió en que el principal problema de México es la corrupción y que esa es la causa principal de la desigualdad económica y social…

“Por la corrupción hay pobreza, por la corrupción hay violencia, por la corrupción se produce ingobernabilidad. Entonces, acabar con la corrupción y establecer como forma de vida y como forma de gobierno la honestidad es el proyecto de México, es lo que más nos conviene. Y tenemos que participar todos, tanto los que estamos en el gobierno como los integrantes de la sociedad”…

Palabras textuales de don Andrés que, a fuerza de ser realistas, tiene alcances imaginarios, pues la pobreza impide reflexionar consecuencias cuando una familia padece hambre; cuando una familia tiene enfermos con cáncer y sin tener acceso a tratamientos y medicinas; y cuando el pueblo sufre robos en el transporte público, mientras la llamada delincuencia organizada recibe mensajes de abrazos y no balazos…

Reflexivo panorama. ¿Verdad?

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