*Narcisista perverso

La fijación de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) sobre la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) parece enfermiza, y no es que le preocupe que todo se haga conforme a derecho, porque al menos para él “no le vengan con que la ley es la ley”, sino por el rencor que le guarda a la máxima institución de impartición de justicia desde septiembre de 2003, año en el que la sala segunda de la SCJN determinó, por unanimidad de votos, dejar sin efectos la resolución judicial en la cual se ordenaba parar totalmente los trabajos hechos en los predios expropiados en El Encino, resolución que fue utilizada por la Procuraduría General de la República (PGR) como la base para acusar a AMLO, entonces Jefe de gobierno, de desacato y con ello quitarle el fuero y ajusticiarlo como sólo en México saben: a contentillo del mandatario en turno.

Pero lo que más le dolió fue que el dictamen de los ministros se dio por unanimidad, y eso cala, cala hondo en quien es un resentido. ¿Por qué no habría de poner de cabeza a la SCJN con el pretexto de que le importa mucho, según él, de que la ley sea pronta y expedita? Tan le importa que impuso a Lenia Batres como ministra porque reunía, con creces, ese 90% de lealtad que tanto le gusta, aunque el otro 10% sigo sin saber en qué consiste porque dudo que sea de conocimiento.

¿Por qué la insistencia de desaparecer al Instituto Nacional Electoral (INE)? Porque aún no supera que el entonces Instituto Federal Electoral ratificara la victoria de Felipe Calderón Hinojosa en 2006 y lo declarara presidente de México, insistiendo, hasta la fecha, que le robaron descaradamente la presidencia.

Desde entonces también aborrece a dicho Instituto, no puede verlo ni en pintura, odio que se ha calmado porque logró colocar a Guadalupe Taddei Zavala al frente del INE mediante un mecanismo a modo, aunque se quiso aparentar lo contrario.

De ahí su insistencia por hablar constantemente de justicia y democracia y demostrar, no mediante hechos, sino artimañas, que todas sus acciones de gobierno van encaminadas a enaltecerlas. No disimula su odio por todos aquellos que no lo dejaron ser presidente en 2006, después de todo la venganza llegó en 2018 y se le hacía tarde para materializar su sueño dorado, aunque para ello tuvieran que pagar justos por pecadores.

No se cansa de disfrazar la democracia con sus famosas consultas populares haciéndole creer al pueblo que le importa mucho tomarlo en cuenta. Utilizó a un partido político para convencer a la militancia que ellos serían los que designarían al candidato presidencial, sin importarle darle cobijo a otros militantes partidistas opositores y colocarlos en puestos importantes dejando de lado a varios que le fueron leales durante su odisea para alcanzar la silla presidencial.

Quiere demostrarle a la gente, pero sobre todo a sus adversarios, que con él no se juega, que el que se la hace, se la paga, que no le gusta la venganza, solo la “desquitanza”, que él es el único paladín de la justicia que puede engrandecer a México.

Pero en los hechos es el que arroja la piedra y esconde la mano, es el que vocifera “amor y paz”, es el de abrazos no balazos porque los abrazos los da con puñalada trapera, pero no a todos, solo a los que no puede engañar, a los que no piensan como él, a los que se oponen a sus designios, a los que le demuestran, con hechos, que muchas de sus acciones son inviables, peligrosas, incorrectas o representan un retroceso para el país.

¿Puede haber otro mejor que él, además de Benito Juárez? A estas alturas seguramente el tabasqueño duda de que Juárez sea mejor presidente que él. Hasta acá oigo su risa burlona que traduzco como “ahora me toca a mí y se aguantan”. Casi podría jurar que el Palacio Nacional le queda chico por todos los soliloquios narcisistas que elucubra durante sus caminatas por tan majestuoso recinto.

No lo disimula, se le nota en su cada vez más pronunciado avejentamiento al caminar, al gesticular palabras, al saber que su periodo sexenal termina, al darse cuenta de que él es el único que sabe lo grande que es, lo sabio, lo austero, lo nacionalista. ¿Alguien cree que México podría prescindir de semejante “líder”? ¡Nooooo!

Ahora se ha extendido con Claudia Sheinbaum, la que jamás pudo haber sido candidata sin la aprobación de Obrador, ese que no da paso sin huarache, el que después de calcular, calcula otra vez porque sabe que, apoyándose en la ignorancia y en la necesidad de la gente, a la que él llama descaradamente “pueblo sabio”, seguirá haciendo de las suyas con sus otros datos y porque es un narcisista perverso.

Ya ni quejarse es bueno, porque lo que no se hizo con el voto, ante un abstencionismo electoral del 40%, difícilmente se podrá conseguir con una marea rosa encabezada por los mismos de siempre, esos que gran parte del electorado no puede ver ni en pintura y al que le abrieron los ojos para pensar, mientras emitía su voto en las pasadas elecciones, “más vale malo por conocido, que bueno por conocer”.

Hasta la próxima.

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