Con un método innovador y de su creación, Víctor Hugo Ruiz Ortiz, investigador del Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales (CEPHCIS) de la UNAM, con sede en Mérida, Yucatán, estudia la antigua ciudad de Dzibilchaltún, para interpretar el mensaje oculto de la urbe maya y conservar su patrimonio y herencia culturales.

En Dzibilchaltún, que en lengua maya significa "lugar donde hay escritura en las piedras", aplica el método denominado Lenguaje Geométrico-Arquitectónico, mediante el cual cruza la información contenida en códices con la arquitectura del sitio arqueológico.

El maestro en restauración y doctor en Arqueología explicó que la arquitectura es un lenguaje estructurado, compuesto por la física, las matemáticas y la geometría, que en ocasiones requiere ser completado para entenderlo.

En sus investigaciones, el universitario estudió una área conformada por las edificaciones de la plaza central del sitio arqueológico, los edificios 36 y 38, el sacbé (camino) uno, el cenote Xlacah, el juego de pelota y el complejo conocido como Siete Muñecas. “Dzibilchaltún, es una maqueta del Universo”.

El especialista mencionó la relación que encontró entre el trazo geométrico de la cruz del códice mixteco Fejérváry-Mayer y la arquitectura del edificio de las Siete Muñecas. Por medio del método que ha desarrollado, Lenguaje Geométrico-Arquitectónico, pudo leer en la arquitectura y el espacio de Dzibilchaltún los mismos principios espacio-temporales contenidos en el códice.

Esto lo llevó a desarrollar desde 2014 el proyecto de investigación. La protección del patrimonio cultural de la Península de Yucatán, el caso de Dzibilchaltún, que derivó en el libro “Dzibilchaltún. Arquitectura, Espacio Tiempo, Eternidad” próximamente publicado por el CEPHCIS UNAM.

Ruiz Ortiz se dio a la tarea de convertir la cruz que está en la primera página de ese códice en un plano arquitectónico que posteriormente adquirió volumen, y que comenzó a dar información, a pesar de que el edificio y el documento tienen orígenes distintos, uno maya y el otro mixteco; “lo que no dice el códice, lo relata la arquitectura”, señaló.

Con base en la cruz mixteca es posible comprender que la cámara central del edificio de las Siete Muñecas no debió tener un techo como lo restauró el arqueólogo estadounidense Wyllys Andrews. Esa edificación -desde donde es posible registrar fenómenos astronómicos como equinoccios y solsticios, astros como Mercurio, Venus y Júpiter, estrellas y el paso mismo del tiempo-, originalmente debió tener un techo que se levantaba, con una cubierta que se quitaba y se ponía, de palma u otro material perecedero, para registrar el paso de los astros por el cenit, incluido el Sol, “dador de la vida”.

En la oración de la poesía arquitectónica de Dzibilchaltún hay varias palabras borradas. “Necesitamos hacer hermenéutica geométrica arquitectónica para tratar de tener una lectura completa del sitio”, subrayó el experto.

El universitario señaló que la arquitectura no es sólo un espacio para guarecer al ser humano de las inclemencias. “Es una de las expresiones humanas más significativas y que trasciende en el tiempo; Dzibilchaltún es un ejemplo”.

Otros hallazgos

En la parte inferior de la página dos del códice mixteco Fejérváry-Mayer se observa un pictograma dividido en tres partes: del lado izquierdo hay una estructura arquitectónica o “pirámide” de seis escalones, donde un ancestro observa sentado desde la parte superior.

En medio está el cuerpo de otro ancestro tendido, con el brazo izquierdo estirado y el derecho suelto hacia abajo, las piernas dobladas, el pene en diagonal y de su corazón brota sangre. Finalmente, a la derecha, una imagen de otro personaje metido en un nicho bajo la tierra con la mirada girada a 45 grados.

Ruiz Ortiz diseñó un “círculo del tiempo” donde empató los meses mayas con el calendario nahua y el gregoriano. Al seguir los puntos que señala la pictografía del códice, como los solsticios de verano e invierno, los equinoccios o el cenit (cuando no se genera sombra), el documento comenzó a “dar luz”. Por ejemplo, encontró que el pene en diagonal del personaje señala el cenit de finales de julio y principios de agosto.

En la tercera imagen, el ancestro estaría metido, en realidad, en una cámara de observación cenital, y entonces “se puede computar cuándo comienza el cenit y cuándo acaba”, abundó.

A partir del círculo del tiempo es posible comprender por qué la estructura 36 de Dzibilchaltún está girada, “y es porque obedece al registro físico y matemático del tiempo y el espacio, y se alinea con el cenit de mayo, opuesto al nadir que se presenta en noviembre”.

La antigua ciudad maya tiene un fondo geométrico, en paralelo de otras culturas mesoamericanas; ello se explica porque la arquitectura, la física, las matemáticas y la geometría son conceptos universales. Y pocas como ellas lograron el conocimiento que tuvieron nuestros ancestros, resaltó el universitario.

Incluso, abundó Ruiz, sostengo que Dzibilchaltún tiene un planteamiento filosófico como el demiurgo de Platón, dios creador del mundo y autor del Universo. “Si aplicamos las fórmulas platónicas se generan cuadrados, rectángulos y triangulaciones, formas geométricas que nacen de la observación y comprensión del Universo por parte de los antiguos mayas”.

El universitario tomó al cenote Xlacah como punto de partida del análisis; junto con la estrella polar, al norte, y el juego de pelota, al sur, “esos tres puntos forman el primer vector (o línea visual) que rige la totalidad del trazo geométrico arquitectónico de la ciudad”.

Todo en Dzibilchaltún tiene sentido y significado: desde ese cuerpo de agua se puede observar la salida del Sol en el solsticio de verano, que coincide exactamente con el centro de la escalera de la estructura 36. En tanto, en el edificio de las Siete Muñecas el universitario descubrió el cómputo de Venus, así como los 260 días del calendario maya, en los escalones.

En el sacbé está representado el tránsito por la vida (cuyo trazo nace en paralelo al vector que se forma durante los equinoccios), que lleva desde el nacimiento hasta la muerte, cuando regresamos al vientre de la madre Tierra, simbolizado por el cenote.

Ahora, Víctor Hugo Ruiz trabaja en aspectos teóricos de la restauración, porque “no podemos seguir midiendo nuestro patrimonio con reglas occidentales. Tenemos que comprenderlo desde su esencia. Debemos buscar otra forma de auto leernos, de referirnos a nosotros mismos, y estar muy orgullosos de tener estos ancestros”.

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