La COVID-19 no es una enfermedad socialmente neutral; es decir, afecta el comportamiento social y, en especial, una parte de él que son las interacciones socioemocionales, cruciales para definir la calidad de vida, la vulnerabilidad y la resiliencia ante los contagios, afirmó Benjamín Domínguez Trejo, de la Facultad de Psicología de la UNAM.

Se sabe que el aislamiento social es aversivo para todas las especies, incluyendo a los humanos; y la soledad percibida es el componente psicológico subjetivo de lo que estamos viviendo, y se asocia con muchas consecuencias y enfermedades, incluso con la sobrevida, explicó el experto.

En la conferencia Pandemia, su impacto ¿Psicopatología o adaptación humana?, añadió que experimentamos una situación de muchos cambios, pero uno de los que más llama la atención es que practicamos un contacto social restringido para prevenir contagios de la COVID-19.

Se ha modificado la manera en que comemos, trabajamos, compramos, hacemos ejercicio, nos organizamos, protegemos nuestra salud, socializamos, compartimos el tiempo libre, y todo ello a un ritmo de transformación sin precedente.

En el ciclo UNAMirada desde la psicología, el universitario expuso que la pandemia ha reducido las expectativas de vida. En este escenario, para la psicología académica, prestar atención a los cambios psicopatológicos puede ser sólo uno de los caminos.

“La pandemia ha sido estudiada por muchos colegas buscando patologías, o rotular los cambios que están ocurriendo cotidianamente en las poblaciones, en los individuos”, señaló Domínguez Trejo.

Un costoso problema de los tratamientos farmacológicos en el campo del dolor es la llamada “epidemia de opioides” que ha causado muerte por sobredosis en pacientes; recetados medicamente, su uso ha aumentado de forma dramática en EU, hasta cuadruplicarse en los últimos 15 años, por ejemplo.

“Y en todo eso, la promoción de la industria farmacéutica ha jugado un papel muy sobresaliente”. El gasto en medicamentos para trastornos mentales en diferentes regiones del mundo es muy grande, pero a pesar de eso tales problemas no se aminoran.

Por ello, para abordar los efectos o el impacto de la pandemia que estamos viviendo, la psicopatología no debe ser la única ruta, sino solo una de las opciones, consideró el académico.

Los efectos psicopatológicos de la pandemia son sólo una parte del campo de la salud donde también intervienen los médicos y la industria farmacéutica. Más allá, están los procesos de adaptación de los organismos vivos, incluyendo los humanos.

“Muchos psicólogos nos hemos interesado en las relaciones entre los procesos de adaptación del sistema inmunológico, en particular la respuesta inflamatoria, y el apoyo social; en el papel que juega la capacidad de resiliencia o de superar los problemas y adversidades, y la relación importante entre estresores psicológicos y su impacto en el funcionamiento cognoscitivo, todo eso asociado estrechamente con cambios de temperatura que se producen todo el tiempo en nuestro cuerpo, bajo nuestra piel”, detalló Domínguez.

Un ejemplo de la complejidad de ese proceso son los cambios emocionales que conocemos como estados negativos, que incluyen diferentes etapas, muchas de ellas moduladas por procesos inflamatorios: desde patrones antiinflamatorios, cuando comienzan los cambios en el estado de ánimo, hasta llegar a cuadros de retardo psicomotor o inactividad total, con claros cambios pro-inflamatorios.

El sistema inmunológico, detalló el universitario, funciona con ciclos que son cada vez más conocidos; sabemos que hay etapas del año, de febrero a abril, cuando la actividad viral o bacteriana es mayor, y ese sistema trabaja más; en cambio, de agosto a octubre se reduce, pero no desaparece, en paralelo con la modulación del funcionamiento emocional.

A consideración del especialista, el desafío central para la investigación psicológica podría ser comprender la naturaleza de las diferencias interindividuales (que tienen que ver con el género, cambios hormonales, genéticos, etcétera). Es decir, identificar predictores de tales diferencias para diseñar intervenciones personalizadas, el estrés del confinamiento afecta a las personas diferentes.

Mencionó que su grupo de trabajo ha desarrollado una línea de investigación en la que “hemos tratado de explorar las relaciones entre el apoyo social afectivo percibido en diferentes grupos de edad, y los cambios de la temperatura de la nariz medidos con termografía y en la respuesta inflamatoria (IL-6) en la saliva”.

Hemos establecido que las temperaturas bajas están relacionadas con percepción de bajo apoyo social y viceversa; es decir, cuando la temperatura de la nariz es un poco mayor, esa percepción es mucho más elevada, concluyó.

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