Para entender a cabalidad la historia de la arqueología y la antropología del coleccionismo, incluso de las políticas arqueológicas de Oaxaca y del país, se necesita comprender el rico pasado de la Posada La Sorpresa, de San Pablo Villa de Mitla, Oaxaca, espacio que funcionó en diferentes momentos como hotel, museo y centro de investigación, afirmó Adam Temple Sellen.

Licenciado en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Toronto, Temple Sellen, investigador del Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales (CEPHCIS) de la UNAM, trabaja en la recuperación de archivos y material fotográfico de la Posada, con el objetivo de “mapear” la evolución de la arqueología y la antropología a través de la memoria de las personas que se hospedaron en el lugar.

A pesar de la importancia que tiene el sitio para el poblado, la arqueología y la antropología mexicanas, hasta ahora no se ha reconstruido su historia, a pesar de las destacadas referencias en los libros de viajeros de finales del siglo XIX y principios del XX, motivo por el cual Sellen lleva a cabo la investigación que se convertirá en un libro electrónico.

“Aquí se puede ver cómo arqueólogos y antropólogos se comportan diariamente, más allá de sus intereses académicos e intelectuales. Y eso es lo que en muchas ocasiones define la historia y la visión que tenían de sus disciplinas”, explicó.

El doctor en Estudios Mesoamericanos por la UNAM refirió que en 1870 se fundó el hotel La Sorpresa, el único del poblado que albergó a los viajeros que llegaban a Mitla, uno de los principales centros ceremoniales prehispánicos de Oaxaca; la posada se constituye como una entrada a 150 años de historia de la arqueología mexicana, explicó Sellen.

El estadounidense Adolph Bandelier fue uno de los primeros en explorar la zona arqueológica, en 1881, seguido por su compatriota Marshall Saville, quien hizo las excavaciones iniciales. El primer trabajo de intervención con fines de conservación, en 1901, corresponde al arqueólogo mexicano Leopoldo Batres, inspector de monumentos federales. Ellos, junto con Ethel Tweedie, biógrafa del presidente Porfirio Díaz, fueron huéspedes de la posada.

Estos personajes se alojaron en La Sorpresa y ahí convivieron más que en ningún otro lugar del pueblo. Esas interacciones sociales son muestra de los cambios en la arqueología y la antropología a través del tiempo; fácilmente se puede “mapear” la evolución de esas disciplinas.

Pasado por reconstruir

En la calle Benito Juárez, cerca de la plaza central de San Pablo Villa de Mitla, se encuentra la Posada La Sorpresa, fundada por Félix Quero, un lugareño adinerado porque su familia se dedicó a vender grana cochinilla, insecto parásito del nopal del que se obtiene un extracto de color rojo natural o carmesí para teñir. El hotel era una hacienda insertada en un contexto de mucha pobreza, y esa dinámica perduró por muchos años. Antropólogos y arqueólogos fueron parte de eso.

A finales del siglo XIX, uno de los primeros antropólogos en pasar por Mitla, Frederick Starr, obligó a los lugareños a posar para fotografías y tomarles moldes para obtener sus bustos, ya que en esa época se “tomaban los tipos” de las personas, un ejercicio de trasfondo racista que, por supuesto, cayó en desuso, señaló el universitario.

 Años después llegó Elsie Clews Parsons, autora de Mitla, town of the souls and other zapoteco speaking pueblos of Oaxaca, Mexico (1936), quien con una nueva visión hizo una etnografía muy acabada del lugar. No obstante, no se hospedó con los mitleños en sus casas, sino en el hotel, y muchos de sus informantes fueron los empleados de la propia posada.

Más tarde, en 1950, la familia Quero vendió el hotel al estadounidense Edwin Robert Frissell. “Él mismo comenzó a coleccionar piezas antiguas, zapotecas y mixtecas, y abrió un museo en el hotel. Ya para esos años, a los arqueólogos y antropólogos se habían sumado otros coleccionistas, vacacionistas, artistas y hasta activistas de izquierda, como huéspedes. En especial, estoy evidenciando el enorme intercambio, venta y hasta saqueo y exportación ilegal de piezas antiguas que se dio”.

Sellen ha documentado la existencia de una arqueología oficial, por un lado, y de un coleccionismo informal “que corre por todos lados” a pesar de que las leyes lo prohíben. “Ha sido muy interesante documentar ese momento”, señaló el universitario.

John Paddock, el famoso arqueólogo de Oaxaca, fungió como asesor y director del museo de arte zapoteca y centro de investigación que se instaló en la Posada. Al respecto hay archivos que no han sido explorados y que, apenas ahora, el investigador universitario comenzó a analizar.

Cuando Frissell enfermó, inició gestiones con universidades para vender el hotel y el museo. Logró un acuerdo con el Mexico City College, en Puebla (hoy Universidad de las Américas).

Tiempo después, en 1992, el lugar cerró y las piezas del museo, que conforman una de las diez colecciones más grandes del mundo relacionadas con la cultura y arte zapoteca, pasaron a la custodia del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Después de estar algunos años en Mitla –abundó Sellen– fueron trasladadas al exconvento de Santo Domingo, en la capital oaxaqueña, pero no están expuestas al público.

El edificio, comprado más tarde por un banquero, se convirtió en un espacio cultural. El objetivo es que las piezas regresen a ese espacio y contar nuevamente con el museo; sin embargo, el proyecto se mantiene, hasta ahora, en el tintero, finalizó.

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