Durante su estancia en Barcelona, España, donde ejercía el cargo de canciller de primera del Consulado de México, el pintor mexicano David Alfaro Siqueiros publicó en mayo de 1921, en el único número de la revista Vida Americana –del que fue jefe de redacción y director artístico–, el manifiesto Tres llamamientos de orientación actual a los pintores y escultores de la nueva generación americana, en el que, entre otras cosas, escribió:
“Sobrepongamos, los pintores, el espíritu constructivo al espíritu únicamente decorativo; el color y la línea son elementos expresivos de segundo orden; lo fundamental, la base de la obra de arte, es la magnífica estructura geometral de la forma con la concepción, engranaje y materialización arquitectural de los volúmenes y la perspectiva de los mismos, que haciendo ‘términos’ crean la profundidad del ‘ambiente’ […]”
Poco más de un año después, Siqueiros regresó a México y se integró al grupo de artistas plásticos que había convocado José Vasconcelos, a la sazón secretario de Educación Pública del gobierno del presidente Álvaro Obregón, para que pintaran los muros del Antiguo Colegio de San Ildefonso, convertido entonces en la Escuela Nacional Preparatoria.
Diego Rivera ya estaba trabajando en su primer mural, La creación, en el Anfiteatro de la mencionada escuela, y José Clemente Orozco, Fermín Revueltas, Jean Charlot y Ramón Alva de la Canal ya contaban con sus propios espacios en los que habrían de dar rienda suelta a su talento y creatividad.
“A Siqueiros, quien en aquella época tenía 26 años, se le asignaron los muros que rodean la escalera del llamado Colegio o Patio Chico del Antiguo Colegio de San Ildefonso, porque eran los únicos que quedaban disponibles”, dice Dafne Cruz Porchini, investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas dedicada al estudio del arte moderno en México.
Un sitio abovedado y oscuro
Siqueiros pintó en el cubo de la escalera, un sitio abovedado y oscuro, Los elementos y Los mitos; y en la parte de arriba, cuyos muros son más altos, El entierro del obrero sacrificado y El llamado a la libertad.
Todas estas obras, realizadas entre 1923 y 1924, fueron sus primeros murales y, según la universitaria, ya anunciaban de algún modo lo que Siqueiros pintaría tiempo después en otros espacios públicos como el Palacio de Bellas Artes.
“Mientras la temática de los dos primeros, a la encáustica, es más bien alegórica, la de los dos restantes, al fresco, es política y coincide con la publicación del primer número de El Machete, el órgano oficial del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores (SOTPE), en cuya fundación el propio Siqueiros participó”, agrega.
Problemas técnicos
Cuando empezó a pintar estos murales, Siqueiros se vio abrumado por diversos problemas técnicos. Se estaba enfrentando a una arquitectura ciertamente compleja, y es que no se puede olvidar que el muralismo también implicaba la adaptación a un espacio arquitectónico preexistente.
Pero gracias a la comunicación que se estableció entre él y los demás pintores que trabajaban en el Antiguo Colegio de San Ildefonso y que tampoco se habían enfrentado antes a un muro, finalmente pudo resolverlos. Además, contó con la colaboración de Xavier Guerrero y Roberto Reyes, dos artistas plásticos que ya habían experimentado con la pintura mural.
Por lo que se refiere a Los elementos, la intención de Siqueiros era presentar una propuesta nueva que no se pareciera a nada. No obstante, Jean Charlot evocó en ella al espíritu de Occidente cayendo sobre el Nuevo Mundo y Diego Rivera la entendió como un ángel de “Miguel Ángel sirio-libanés” (en alusión a ese supuesto origen del pintor chihuahuense).
En cuanto al Entierro del obrero sacrificado, Siqueiros lo comenzó –pero no lo concluyó– como un homenaje a Felipe Carrillo Puerto, político, periodista, caudillo revolucionario y gobernador de Yucatán al que acababan de asesinar (el 3 de enero de 1924).
“En este mural, en el que destacan la utilización de los volúmenes y los colores, y el manejo del cuerpo humano con evidentes rasgos indígenas, así como en El llamado a la libertad, también inconcluso, aparecen la hoz y el martillo como símbolos de la izquierda y de las reivindicaciones populares. Puede decirse que estas dos obras son la síntesis de lo que Siqueiros vivía y pensaba en ese momento”, comenta Cruz Porchini.
Enfrentamientos a balazos
Como era de esperarse, Siqueiros y José Vasconcelos se distanciaron, ya que éste estaba convencido de que el arte y la cultura eran, per se, herramientas que ayudaban a conseguir el cambio social, pero que no debían contaminarse con asuntos políticos (más tarde, el 27 de julio de 1924, renunciaría a su cargo como secretario de Educación Pública).
Por si fuera poco, los estudiantes de la Escuela Nacional Preparatoria, “por influencia de muchos de sus viejos maestros reaccionarios, tanto en política como en arte”, comenzaron a atacar a Siqueiros y sus colegas por lo que estaban pintando en los muros de aquélla.
En sus memorias Me llamaban el Coronelazo, Siqueiros refiere: “Tan grave fue la situación, que los pintores tuvimos que defendernos a balazos de los disparos que con frecuencia lanzaban los estudiantes, sin duda alguna más contra nuestras obras que contra nosotros mismos, pues su puntería no tenía por qué haber sido tan mala”.
“No hay duda de que este hecho influyó bastante para que el pintor chihuahuense dejara de pintar en el Antiguo Colegio de San Ildefonso”, señala la investigadora.
Por aquellos días, José Guadalupe Zuno, quien era gobernador de Jalisco, se había puesto en contacto con él y Amado de la Cueva para invitarlos a pintar un mural en la Biblioteca Iberoamericana de la Universidad de Guadalajara. “Claro, esta invitación también jugó un papel definitorio para que Siqueiros abandonara sus trabajos en el Antiguo Colegio de San Ildefonso. Por lo demás, en el mural de la Biblioteca Iberoamericana de la Universidad de Guadalajara, cuyo título es Ideales agrarios y laboristas de la Revolución de 1910, se aprecia un mayor dominio de la técnica, pero también de los temas, los cuales le permitieron continuar con su propia militancia política”, finaliza Cruz Porchini.