El 1 de mayo de 1994 la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA por sus siglas en inglés) hizo entrega oficial de dos rocas lunares, obtenidas en la primera y la última de las misiones espaciales del Programa Apolo, al Museo de las Ciencias Universum, narró Jorge Flores Valdés, investigador emérito del Instituto de Física de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Es un logro que se alcanzó gracias a Gerardo Suárez, “quien entonces era el coordinador de la investigación científica de la UNAM, y en un viaje a Houston, donde se ubica el Centro Espacial Lyndon B. Johnson de la NASA, visitó una exposición donde se mostraban las rocas traídas de nuestro satélite natural. Se le ocurrió que una exposición semejante sería de mucho interés para Universum y convenció al entonces director del Instituto de Geofísica de ello”, recordó Flores Valdés, quien vivió este suceso siendo director de dicho museo.
De las dos rocas lunares exhibidas en Universum, la más grande, la obtuvo Neil Armstrong el 20 de julio de 1969 en la misión Apolo 11 junto con los astronautas Edwin Aldrin y Michael Collins, pesa 185 gramos y tiene una edad de 3,700 millones de años. La otra pesa 24 gramos y tiene una edad de 4,000 millones de años. Fue obtenida por el astronauta Harrison Smith de la zona nombrada Monte Taurus en diciembre de 1972 en la misión Apolo 17, ésta última es la que se puede tocar.
“La doctora France Córdova, entonces directora científica de la NASA, vino a la Ciudad de México para firmar un convenio con la UNAM y formalizar el préstamo, todo en concordancia con las normas internacionales. En cualquier momento podrían solicitar que se les devuelva”, indicó el expresidente de la Academia Mexicana de Ciencias con motivo del 50 aniversario del alunizaje.
El físico rememoró que cuando Gerardo Suárez y él recogieron las rocas lunares en Houston, de regreso atravesaron la aduana de la Ciudad de México con cierta aprensión, logrando pasar sin que nadie se diera cuenta de lo que traían consigo. “Como llegamos en la noche, me quedé con las dos piedras lunares en mi casa, siendo, tal vez, el único ser humano que ha tenido en su casa semejantes ejemplares”, dijo.
En las seis misiones Apolo (1969-1972) los astronautas recolectaron rocas lunares, de acuerdo con la NASA. En total fueron 382 kilogramos de núcleos, 2,200 muestras de seis sitios de exploración diferentes que consisten en piedras, arena y polvo de la superficie lunar. El repositorio se encuentra en el Centro Espacial Johnson.
Los estudios sobre la composición química de las rocas y el suelo lunar son de interés de estudio porque brindan información sobre el origen del satélite, pero también de la formación de la Tierra y el Sistema Solar. Al parecer, la Luna podría haberse formado a partir de los restos de un cuerpo planetario que impactó en la Tierra.
Gracias a las muestras obtenidas, se sabe que la corteza lunar se formó hace 4,400 millones de años —la Tierra se formó hace 4,540 millones de años—, también se observa un posterior bombardeo constante de meteoritos y derrames de lava, información de relevancia para entender la historia geológica del satélite. La radiación del Sol, por otro lado, quedó atrapada en la formación del suelo lunar desde la formación de la corteza y es un registro permanente de la actividad solar.
En 1994, en el patio principal de Universum se montó una muestra sobre nuestro satélite en la que los dos equipamientos más importantes eran unos cilindros que resguardaban las rocas lunares. Actualmente, las rocas lunares pueden ser admiradas en la sala “Universo”, en el segundo piso del edificio A. Para el doctor Jorge Flores, “el hecho de traer mecanismos, objetos, ideas, programas de radio, televisión, libros que acerquen la ciencia al pueblo de México es algo que contribuye de manera muy importante a nuestro desarrollo como país y es absolutamente indispensable para tener una cultura científica”.