La migración y el intercambio cultural y biológico eran más comunes de lo que se creía en el antiguo mundo maya. Recientes estudios muestran cómo los cuerpos de individuos, originarios del altiplano mexicano y lo que hoy en día es Honduras, llegaron a Chichén Itzá.
Huellas del pasado prehistórico remoto, prehispánico, el descubrimiento de América, la Colonia, de los siglos XVIII y XIX y el estilo de vida contemporáneo están impresas en los restos óseos de las personas que habitaron el área maya; su historia se puede interpretar por las particularidades esqueléticas y signos patológicos que se pueden apreciar a simple vista, y otros con el análisis microscópico y molecular.
Vera Tiesler, coordinadora del Laboratorio de Bioarqueología e Histología de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), ha compilado una base de datos de más de 12,000 entierros, los cuales 6,600 ella y sus colegas han trabajado directamente. En su laboratorio resguarda los restos de más de 2,000 individuos de distintas épocas.
Introdujo la bioarqueología mayista a México en la década de 1990, una línea de trabajo que ya existía en Estados Unidos y que ella adaptó al contexto de Mesoamérica. “Es una aproximación más humana a nuestro pasado al ser directamente el cuerpo el que nos comunica sobre el estilo de vida, enfermedad y muerte de un individuo en sociedad. Me interesó siempre el aspecto cultural y social sin minimizar la biología, que no se puede ver aisladamente. No existe el uno sin el otro”.
Algunos hallazgos relevantes de los restos óseos de los antiguos pobladores mayas que han revelado estudios isotópicos de estroncio, nitrógeno, carbono y oxígeno presente en las osamentas, desde el punto de vista de la integrante de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), son que la migración, y el consecuente intercambio cultural, eran más comunes de lo que se creía.
Desde antes del auge de Chichén Itzá y la construcción del juego de pelota, se han encontrado en el área evidencias de plataformas de cabezas en exhibición, conocidas como tzompantli, cuya existencia temprana la doctora Tiesler confirmó con el registro de numerosos cráneos perforados y excavados debajo de El Caracol (el centro astronómico de Chichén) y otros más, que se habían arrojado al Cenote Sagrado.
“Es un claro ejemplo del intercambio cultural y el contacto que existía entre el Altiplano Central de Mesoamérica y Yucatán, quizá mediado por el Istmo y las culturas pacíficas y veracruzanas. La caída de Teotihuacán y el surgimiento de culturas epiclásicas también impactó en el área maya; el colapso de las hegemonías peteneras conllevó ahí a un cambio y un aumento en violencia ritual y de sacrificios humanos”.
En colaboración con la Universidad de Wisconsin han analizado la procedencia de unos mil individuos, descubriendo que las poblaciones “fueron en su mayoría muy móviles en cuanto a la residencia, las cerámicas líticas no viajaban solas. Aprendimos que la migración aumentó en el periodo Clásico —del año 250 al 900 después de Cristo (d.C.)— a lo largo de la costa, sobre todo hacia Veracruz, y en el Postclásico —del año 900 al 1521 d.C.—.
Encontramos que, en el caso de Chichén Itzá, algunos venían desde lo que hoy es el oeste de Honduras y otros más del Altiplano mexicano, lo que hoy es Tula o Cholula. Es una movilidad que antes no se estimaba en esta envergadura”, destacó.
La deformación cefálica es otra de las prácticas documentadas. Los pobladores mayas del Clásico optaban por modelar la cabeza de sus bebés de una u otra forma, de acuerdo con la región donde vivían y qué lengua hablaban. Con los perfiles isotópicos de los dientes, que representan las condiciones del lugar donde se desarrollaban durante la infancia, se ha podido inferir su residencia de origen y en ocasiones hasta especular sobre la edad en la que migraban.
Un trabajo que está por publicar la doctora Tiesler con sus colegas es la evidencia de distintas metodologías de extracción de corazón durante los rituales de sacrificio humano. Una técnica ya descrita en la iconografía maya era cuando se abría la caja torácica desde abajo y a través del diafragma se extraía al órgano aún palpitando, una forma ritual entre los nativos mayas y mesoamericanos para vigorizar el cosmos y alimentar a los dioses.
No obstante, en Champotón, Campeche, se encontraron restos óseos con el esternón cortado horizontalmente, no debajo, sino a través de la caja torácica entre los pezones.
Estos individuos datan del Postclásico y aunque articulados, habían sido desollados y descarnados; les acompañaban pares de manos y pies cortados, “lo cual nos habla del alto grado de procesamiento póstumo de las víctimas y su probable dedicación a una entidad sacra afín a Xipe Tótec, una deidad que también adoraban los mexicas”.
“Estoy codirigiendo la tesis de una alumna que documenta cientos de esternones cortados en otro contexto sacrificial, ubicado en Chiapas. Y otros hallazgos, incluso más allá del marco Mesoamericano que hablan de un procedimiento análogo”, agregó la especialista más importante en el mundo de restos antiguos mayas.
Respecto a los huesos contemporáneos, “hemos trabajado con 230 individuos que fallecieron alrededor del año 2000 —del cementerio actual de Xoclán, en Yucatán— y cuyos restos manifiestan un auge dramático en inflamaciones, amputaciones, necrosis por diabetes, aspectos que no se ven en cuerpos de la misma edad de la época prehispánica, colonial ni entre aquellos que vivieron y murieron en las postrimerías de la Guerra de Castas.
Tal parece que en el área maya, la población vive hasta edades avanzadas gracias a los medicamentos e intervenciones quirúrgicas pero no por un estilo de vida sano”.
Originaria de Frankfurt, Alemania, Vera Tiesler se encontraba estudiando la licenciatura en historia del arte en la Universidad de Tulane, en donde aprendió del arte prehispánico en Mesoamérica, lo que le motivó a conocer México cuando tenía 19 años “y aquí me hallé”, dijo en entrevista.
Todavía estudió tres años de medicina en su país natal y en 1988 se incorporó al Instituto Politécnico Nacional para concluir la carrera. Al mismo tiempo estudió la licenciatura y maestría en arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y en 1999 concluyó el doctorado en antropología en la UNAM bajo la dirección de la doctora Linda Manzanilla Naim, miembro de El Colegio Nacional y de la AMC.
Ha realizado los exámenes forenses de antiguos gobernadores mayas como Janaab’ Pakal “el Grande” y la Reina Roja del Templo XIII, en Palenque, Chiapas; Garra de Jaguar en Calakmul, Campeche; y los tripulantes de Cristóbal Colón que fallecieron en La Isabela, el primer asentamiento europeo en las Américas, como parte del segundo trayecto del descubrimiento ibérico.
Su participación en el proyecto Hoyo Negro (coordinado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia), en el que se documenta el descubrimiento de Naia, una joven que mostraba rasgos de haber tenido hijos y que tenía unos 15 años de edad cuando cayó en el Pleistoceno tardío, hace 13,000 años, en un cenote que en aquel entonces no estaba tan inundado como ahora, cerca de Tulum, Quintana Roo, es otra de sus aportaciones recientes.