No cabe duda que la palabra rococó es uno de los vocablos más eufónicos que pueda uno pronunciar. Pero no sólo la palabra misma es bonita y muy sonora, sino que en su significado hallamos datos muy importantes sobre la historia del arte.
Originalmente, el término rococó era aplicado a un tipo de tallado muy elaborado en piedra (rocaille en francés), y por extensión se aplicaba también al trabajo pictórico de artistas como Antoine Watteau (1684-1721) y a algunas muestras análogas de arquitectura y artes decorativas. A partir de ahí, el término rococó ha sido utilizado por diversos analistas musicales para describir, por ejemplo, las obras de François
Couperin (1688-1733). En todos estos casos, la palabra se utiliza para definir un estilo de arte ligero y fresco que vino a sustituir a las complejidades contrapuntísticas de la música barroca, y a las proposiciones arquitectónicas masivas del mismo período. Claro, toda esta larga perorata puede ser sustituida por una clásica definición de diccionario.
Rococó: dícese del estilo francés muy amanerado que surgió a finales del reinado de Luis XV.
Como se ve con claridad, a veces los diccionarios pecan igual por defecto que por exceso. Vayamos, pues, a otra fuente un poco más versátil para averiguar a qué diablos se refería Piotr Ilyich Chaikovski en sus Variaciones rococó para violoncello y orquesta. Uno de los textos más lúcidos jamás escritos sobre el desarrollo histórico, estético y social de las artes es el libro titulado precisamente Las artes, cuyo autor es el estupendo ensayista e investigador holandés Hendrik Willem van Loon. El capítulo 41 de esta fascinante obra se titula, precisamente Rococó, y en él es posible hallar información muy útil, además de ciertas intuiciones estéticas altamente sugestivas. Así, el mencionado capítulo del libro de Van Loon lleva un epígrafe que dice lo siguiente:
Llega la inevitable reacción. Después de un siglo de solemnidad artificial, el mundo busca ahora un nuevo ideal, y a los niños se les enseña que hay sólo tres cosas importantes en la vida: ser natural, ser simple, y ser encantador.
Después de este significativo epígrafe, Van Loon se lanza de lleno a su exploración del rococó, y no es casualidad que sus primeras referencias sean musicales. Escuchemos a Van Loon:
La música nos cuenta la historia. La era del rococó nos recuerda un minueto de Boccherini, o la Pequeña serenata nocturna de Mozart. Fue ese período de tiempo entre la muerte de Luis XV en 1715 y la ejecución de Luis XVI en 1793, y nos dio el último de los grandes estilos, no sólo en la pintura y en la arquitectura y en la música, sino también en el arte de vivir.
Así pues, ya tenemos un par de referencias sobre el rococó musical: Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) y Luigi Boccherini (1743-1805). Nótese que ninguno de los dos fue francés, y que sin embargo las referencias cronológicas de Van Loon están ancladas en dos reyes franceses. Más adelante en el mismo capítulo de su libro, el autor holandés hace referencia a otros compositores de la época: François-Joseph Gossec (1734-1829), Louis Claude Daquin (1694-1772), JeanPhilippe Rameau (1683-1764), Jean-Marie Leclair (1697-1764), o sea, más franceses.
Pero ya no hace falta ir más lejos, porque hemos hallado, gracias a Van Loon, el motivo fundamental para la creación de las Variaciones rococó: el amor de Tchaikovsky por la música de Mozart. ¿Qué tan profundo era este amor?
Es posible averiguarlo echando un vistazo a una de las páginas del diario de Chaikovski, escrita en el año de 1886:
Me gusta tocar a Bach porque es interesante tocar una buena fuga, pero no lo considero, como lo consideran los demás, un gran genio. Händel es de cuarta categoría, ni siquiera es interesante. Simpatizo con Gluck a pesar de su escaso talento. También me gustan algunas cosas de Haydn. Estos cuatro grandes maestros han sido superados por Mozart. Son rayos que se extinguen ante el sol de Mozart.
No hace falta explorar más a fondo los diarios de Chaikovski; además de esta cita, es un hecho histórico bien sabido que el gran compositor ruso sentía un afecto enorme por la música de Mozart.
Y fue precisamente el recuerdo de la música de Mozart, y el espíritu rococó que inunda algunas de sus obras, lo que inspiró a Chaikovski para componer sus Variaciones sobre un tema rococó. En esta obra, el homenaje a Mozart está en los cánones, los diseños ternarios, las formas semejantes al rondó, elementos todos relacionados directamente con el estilo mozartiano.
La obra plantea una parte muy virtuosística para el violoncello solista, y un diálogo con la orquesta que más que la pugna típica de un concierto nos recuerda un placentero intercambio de cortesías entre el solista y el conjunto orquestal.
En estas Variaciones rococó el compositor plantea un deslumbrante lucimiento del registro alto del violoncello, apuntalado por arcadas muy complejas, trinos, arpegios, pasajes cantables, episodios nerviosos en staccato, y varias cadenzas a lo largo del discurso musical.
En cuanto al tema que da origen a las variaciones, éste se presenta en la forma de una canción bipartita, que va siendo desarrollada a lo largo de la obra. En una interesante nota discográfica hallamos el siguiente comentario:
Al final de la obra hay un despliegue pirotécnico de esos que hacen a los violoncellistas esclavos durante las horas de práctica, y héroes a la hora del concierto.
Las Variaciones sobre un tema rococó datan de 1876, y se dice que un par de días después de terminar la partitura, Chaikovski inició su larga y fructífera correspondencia con Nadezhda von Meck, su misteriosa y distante benefactora.
El estreno de la obra ocurrió el 18 de noviembre de 1877, llevando como solista a Wilhelm Fitzenhagen, con cuya colaboración había contado el compositor durante la creación de la pieza, y con Nikolai Rubinstein como director de la orquesta.
Fuente: Juan Arturo Brennan para OFUNAM.