Lo que ocurre en Puebla, donde Morena no acepta el resultado que le da el triunfo al PAN, a querer o no, mancha lo terso con que Andrés Manuel López Obrador y séquito de candidatos en todo el país ganaron casi todas las posiciones que estuvieron en juego.

En este sentido, la violenta forma con que el morenista de reciente cuño, Luis Miguel Barbosa Huerta, está reclamando fraude en Puebla, abolla la corona de paz con que llega López Obrador a la Presidencia de la República.

¿Ahora se entiende por qué en este proceso electoral no se recurrió a las tradicionales trampas?

De haberlo hecho, el país estuviera encendido en estos momentos y la nación se habría bañado de más sangre, de por sí ya derramada en exceso.

Cuestión de recordar la no muy lejana advertencia del propio tabasqueño, quien mandó decir al presidente Enrique Peña Nieto que quien soltara al tigre, tendría que amarrarlo. Esto, en clara referencia a lo que estaba dispuesto el pueblo si no lo dejaban llegar al poder.

Así las cosas, traducido lo ocurrido a la más elemental lógica de conveniencia nacional, la inteligencia social de este país decidió, de una vez por todas, dar la oportunidad a la izquierda que gobierne a México.

Con ello se pretende decir al mundo que murió la dictadura perfecta, que la derecha ya tuvo su oportunidad de gobernar y que ahora le toca el turno a la izquierda, porque así lo quiere el pueblo.

Que quede para la reflexión, porque si el cargo le queda grande a López Obrador, como le ocurrió al panista Vicente Fox Quesada, las consecuencias ideológicas para esas corrientes serán catastróficas.

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