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A querer o no, la tragedia ocurrida en la población Tlahuelilpan, perteneciente al estado de Hidalgo, vecino de la Ciudad de México, comienza a ser una carga moral para el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Y esto, porque queda definitivamente claro que el mandatario nada tuvo que ver con la tragedia, pero en su afán de aprovechar las cifras que se dan todos los días del aumento de decesos por quemaduras graves, para defender a las víctimas que fueron sorprendidas en flagrancia cometiendo el delito de robo de gasolina, lo está llevando a un inapelable desprestigio internacional.

Por qué, se preguntarán los cada vez más lectores asiduos a esta Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. y la respuesta es fácil y contundente, pues al declarar pública y abiertamente que el pueblo roba por necesidad y por el abandono que sufrieron de los anteriores gobiernos, a quienes acusa de neoliberales, pero sobre todo por la corrupción de los de arriba, es una manera de incitar al delito y a la división social.

Y será una carga moral más grave, porque el número de muertos es más dramático de lo que imagina el señor presidente y más pronto de lo que también imagina le lloverán reclamos de esa sociedad a la que él llama abandonada y que por eso roba. Tal parece que está justificando todos los días ese delito. Y si es así, entonces cuando dice que no irá por los corruptos de arriba porque no se quiere empantanar en pleitos judiciales y que lo mejor será trabajar por un mejor país, pues implícitamente está anunciando que no cobrará ninguna factura y quedará enterrada la palabra que le dio muchas simpatías: la mafia del poder.

La lógica política más elemental dice que para sembrar control de daños sociales en cualquier problema que enfrentan los gobernantes, se requiere construir estrategias para resarcir los daños que se produzcan y de ninguna manera incitar a que se repitan hechos de magnitudes sangrientas, salvo que se busque una guerra intestina.

Es absolutamente necesario que López Obrador reflexione lo que está ocurriendo en lo que él llamo benditas redes, pues si bien es cierto que esa estrategia de comunicación le ayudó a capitalizar el hartazgo que produjo en el pueblo las corruptelas de los cuatro gobernadores priístas que se despacharon con la multimillonaria cuchara grande durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, también lo es que los 20 millones de votos que presume el tabasqueño no son todos de la militancia morenista.

Y esto es así, porque una somera plática con ciudadanos que han manifestado abiertamente que votaron por López Obrador y sus huestes legislativas, ahora comienzan a dudar si fue benéfico para México haberlo encaramado en el poder.

México es mucho más que las simplezas de asegurar que tienen el apoyo de esos 20 millones de votantes y más vale que, tanto el jefe del Poder Ejecutivo, como los jefes del Poder Legislativo que pomposamente se llaman, embisten y abanderan la “cuarta transformación”, estén conscientes de que esta frase podría quedar en solo una dramática referencia histórica por los pasajes sociales que comienza a dejar en el camino, como lo es la tragedia de Tlahuelilpan.

Están a tiempo, señores de Morena y que sea por el bien de México, porque no se vale estar alimentando odios sociales con constantes referencias a la corrupción y mejor sería trabajar en la línea de hacer pagar a quienes acumularon enormes fortunas con el dinero del pueblo y ofrecer resultados en ese sentido y no salir a decir solo palabras con las que pretende refrendar los votos que dice tener.

Que quede para la reflexión.

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