*Entre la promesa y la fragilidad del liderazgo
La administración de Claudia Sheinbaum está en una encrucijada crítica, no obstante, ella quiera aparentar lo contrario, marcada por un creciente escepticismo respecto a su capacidad para gobernar. Desde el inicio de su mandato, la percepción de una gestión ineficaz sigue tomando fuerza, evidenciada por la desconfianza que genera en la ciudadanía y las tensiones internas dentro del Partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
Aunque su discurso ha estado cargado de promesas y planes ambiciosos, la falta de resultados concretos y la inestabilidad política han comenzado a delinear un panorama preocupante que podría precipitar su caída, y no solo me refiero a su papel como primera mandataria, sino a los que tuvo como jefa de gobierno y jefa delegacional.
Uno de los problemas más acuciantes es la aparente desconexión de Sheinbaum con los fundamentos legales que rigen su labor. A pesar de contar con un equipo de asesores, incluidos el exministro Arturo Fernando Zaldívar Lelo de Larrea (Coordinador General de Política y Gobierno del Gobierno de la República) y la fiscal Ernestina Godoy Ramos (Consejera jurídica del Ejecutivo federal), su gestión ha estado plagada de errores legales y desinformación.
Esto no solo socava su autoridad, sino que también pone en riesgo la estabilidad institucional que su administración debería promover. En un momento en que la confianza en las instituciones es fundamental, estas fallas generan un desgaste significativo en la percepción pública de su capacidad de liderazgo.
El entorno interno de Morena añade otra capa de complejidad a su situación. Las denuncias de figuras prominentes como Ricardo Monreal, Gerardo Fernández Noroña y Marcelo Ebrard sobre irregularidades en su elección como candidata presidencial reflejan un partido fracturado donde la desconfianza y la ambición personal predominan.
Estos actores, lejos de ser sus aliados que la fortalezcan, se convirtieron en rivales que cuestionaron su legitimidad para fungir como abanderada de Morena en las pasadas elecciones presidenciales.
La falta de un proceso electoral transparente en Morena planteó un dilema crucial: ¿puede Sheinbaum gobernar eficazmente si su base de apoyo está erosionada desde el interior?
Además, los rumores sobre el patrocinio de su campaña por el crimen organizado, aunque no confirmados, son un factor que no se puede ignorar. Esta dinámica, que ha marcado la política mexicana, crea un entorno de desconfianza que podría afectar seriamente su legitimidad.
La relación con sus compañeros de partido es fundamental en este contexto; muchos de ellos, más que apoyarla, parecen estar listos para aprovechar cualquier debilidad y minar su autoridad.
La percepción de que su gabinete está compuesto por figuras leales a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), en lugar de innovadores comprometidos con un cambio real, solo acentúa su vulnerabilidad, eso sin contar su enorme parecido con el tabasqueño, desde la continuidad de las mañaneras hasta sus respuestas domingueras a las preguntas de los periodistas.
A medida que la administración de Sheinbaum se enfrenta a estos desafíos, la falta de claridad en su liderazgo se torna evidente. En lugar de contar con un equipo cohesionado que la respalde, la política interna de Morena se asemeja a un juego de ajedrez donde cada movimiento es observado y potencialmente socavado por sus propios aliados. Este estado de fragmentación no solo limita su capacidad para implementar políticas efectivas, sino que también abre la puerta a una mayor oposición y crítica.
La composición del Congreso también añade una dimensión crítica a su gestión. Los legisladores que se alinean con Sheinbaum pueden no estar allí por lealtad, sino por conveniencia, lo que plantea serias dudas sobre su capacidad para avanzar en su agenda política. Esta falta de un verdadero compromiso entre sus compañeros puede resultar en un estancamiento legislativo o que cualquier intento de reforma sea aprobado sin siquiera detenerse a ver si beneficia o no a la ciudadanía, con tal de que el único beneficiado sea el gobierno en turno.
En este complicado entramado, la salida para Claudia Sheinbaum no será fácil. Deberá enfrentar la dualidad de su liderazgo: un discurso prometedor que choca con una realidad marcada por la ineficacia y el descontento. Para recuperar la confianza de la ciudadanía y de su propio partido, necesitará adoptar un enfoque más transparente y colaborativo. Fomentar un diálogo abierto, tanto dentro de su partido como con la sociedad civil, será fundamental para superar las tensiones que amenazan su administración.
La capacidad de Sheinbaum para navegar este laberinto político determinará no solo su futuro, sino también el rumbo de Morena y, en última instancia, la estabilidad del país. En un momento donde la confianza y la legitimidad son más críticas que nunca, la flamante presidenta deberá replantear su estrategia, fortaleciendo su liderazgo a través de alianzas genuinas y un compromiso renovado con la rendición de cuentas.
Sin estos cambios, el riesgo de caer en un ciclo de desconfianza y descontento podría convertirse en una realidad palpable, amenazando no solo su administración, sino también el futuro de la política en México.
Hasta la próxima.