“Él o la que venga”

En realidad, la política no ha dejado de ser circo, maroma y teatro en donde se hace hasta lo imposible por demostrar que hay democracia y que cualquier movimiento que haga un partido político está apegado a ella.

En la búsqueda de selección de candidatos regularmente se ventilan una serie de arbitrariedades que dejan un mal sabor de boca en la gente que sigue de cerca dicho proceso, menos en los directamente involucrados, que son los que crean esas irregularidades con tal de que su candidato obtenga el triunfo y que, se quiera o no, resulta cuestionable, sin rebasar, claro está, lo cuestionable.

Dicen que el fondo es forma, pero cualquier candidato siempre pierde las formas a la hora de hacer campaña y allegarse de votantes que le aseguren el triunfo a costa de lo que sea, y coincidentemente lo que sea, siempre resulta que es prometer, y una vez el triunfo obtenido, se olvida lo prometido.

También es recurrente votar por el que creemos menos peor, por el que le puede ganar al que nos cae mal o, en el caso más extremo, la abstención, con lo cual no aseguramos un buen cambio de gobierno, sino lo mismo de siempre corregido y aumentado gracias al uso de la percepción y no del razonamiento.

Nos falta educación electoral y estar bien informados, y estar bien informados no significa que estemos pendientes de las encuestas, de aprendernos los nombres de los participantes, de simpatizar con un partido porque se adapta más a nuestras ideas, porque habla más bonito o simplemente porque es el más guapo o la más atractiva, esto último se podría dar sabiendo que es muy probable que una mujer compita por la presidencia de la república.

Son varios factores los que inciden en nuestro voto, pero, ¿cuántos se pueden jactar de que su voto fue razonado, estudiado e informado? Porque de ser así, lo más probable resultaría en una abstención total por aquello de “no hay a cuál irle” y lo alarmante es que hay que escoger uno o una, aquel o aquella que sepa ocultar el sentido exquisito de su inefable debilidad y mostrarse como una imagen divina y salvadora.

Los presidentes de México han sido fuertes por nuestra debilidad, ahora hagamos que el o la que viene sea débil por nuestra fuerza, fuerza que se resista al dulce encanto de su palabrería. Se acerca la elección mayor, la más importante que puede tener cualquier país que se jacte de ser democrático. De los posibles candidatos todos consiguen cierto grado mediocre de excelencia para cometer el mismo delito durante todo el sexenio: robar al Estado o malgastar el dinero contra el interés público en nombre del voto que les confirió el triunfo.

Sexenio tras sexenio, promesa tras promesa y los mismos vicios de siempre, en donde lo único que cambia es el nuevo inquilino de la silla presidencial, el que lamentablemente fracasa por su estupidez, por su perversidad o por ambas.

Me resisto a creer que no tenemos opción fuera del instinto y de la costumbre por esa apatía que llevamos muy arraigada. Preferimos dejarnos llevar por la corriente para sucumbir, después, en la decepción y en el sentimiento de culpa al haber votado por quien votamos.

Nos ponemos una camiseta percudida con el único afán de defender, no la ideas, sino el hueso que podemos conseguir si resulta ganador nuestro gallo o para sentir esa sensación seductora de habernos salidos no con la suya, sino con la nuestra.

Las elecciones, ese acontecimiento voluptuoso, por su eficacia misma, esconde un elemento irracional que no se puede determinar con la razón sino con el instinto y la conveniencia, justo en donde está en juego el destino de una nación. El nuevo ganador, podría jurarlo, piensa que la limosna, como el engaño, disipa el problema, pero sin resolverlo, y aplaza la dificultad, complicándola más.

Los partidos políticos no son capaces de elegir a un candidato por la buena y menos de escoger al menos peor, porque más allá del dedazo, a la hora de saberse el resultado, toda discrepancia se extiende a terceros, que lejos de ser objetivos y razonables, prefieren tomar bando y reducir las reglas a simples caprichos de quien tiene el poder de elegir al ganador y que hace un enorme esfuerzo para situar la controversia en el plano que juzgue más favorable.

México va de mal en peor gracias a nuestra incredulidad, indiferencia e incultura y por dejarnos seducir por la apariencia del discurso del próximo gobernante, sin darnos cuenta que difiere de la razón y el bien común.

Nos leemos la próxima semana.

Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.