*¿Y luego?

Siempre que se habla de política diviso una doble moral, lo curioso es que son contadísimos los políticos que por lo menos conocen la moral, y si la conocen no la ponen en práctica o la usan sólo para crearse una imagen de sí mismos que pueda convencer al pueblo de que son lo mejor de lo mejor.

La película transcurre y las escenas son las mismas: por un lado, los dirigentes nacionales de los partidos se dan la mano y por el otro, se acusan como verduleras para llamar la atención del ciudadano.

Convocan a la unidad, pero sólo para ganar posiciones, desacreditar más al desacreditado y apoyar al indiciado, que no obstante todas las pruebas que lo acusan de corrupto, ladrón e hijo del averno, lo lanzan como su ajonjolí de todos los moles. ¿Y luego?

Gana el más populachero, el menos apto, la no mejor opción, el que encumbran (a costa de lo que sea) aunque su currículum vitae diste de ser idóneo para el cargo que va a ostentar.

Varios medios de comunicación ponen su granito de arena para desinformar a la gente, para posicionar al que les sea más afín, para contaminar la atmósfera electoral repitiendo hasta el cansancio el resultado de las encuestadoras, para masacrar, según convenga, a los candidatos como les venga en gana con el pretexto de la libertad de expresión, aunque no se cuiden las formas y mucho menos los modales. A veces es tal su exageración de los hechos, que como en la mano peluda, nos convencen de que en las próximas elecciones se respirará el miedo… ¿Y luego?

Acusan al crimen organizado de ser el prietito en el arroz, sin embargo, cuando ya se conoce al nuevo presidente, gobernador, senador, diputado y todo lo que se les parezca, empieza el verdadero vía crucis, lo que se llama crimen desorganizado.

Como teletón político se levantan las manos, se abrazan, gritan ante una bola de acarreados, prometen y pronuncian hasta el cansancio la palabra democracia, de "demos", que significa pueblo, y "kratos", que significa gobierno.

Es decir, el gobierno del pueblo, que el pueblo es el que manda y el que supuestamente gobierna. Lo que en teoría se divisa esperanzador, sublime, lo máximo, pero en la práctica sabemos que no es así.

¿De qué otra manera, al menos en México, se puede ganar una elección, si no es por medio de la fuerza, del engaño, del cohecho, de la ignorancia de la gente? Dirán que en la pasada elección presidencial se impuso la democracia, en efecto, pero de esos más de 30 millones de votos ¿cuántos fueron por la aberración, el fastidio y la desilusión que los votantes sentían contra los partidos políticos de siempre y no porque realmente les convenciera el actual presidente? ¿Y luego?

Todos los partidos políticos deben demostrar quién tiene más fuerza para hacerse de una gobernatura, de una presidencia municipal, de una diputación, etc.

A algunos hay que soportarlos tres años, a otros seis, y entre si son peras o son manzanas, México se hunde y el ciudadano se confunde con tanta descalificación o se entera de cómo es el tipo de gente que ha elegido.

¿Para qué tantos partidos políticos? ¿Para qué tanta gastadera de dinero? ¿Para qué tanto candidato desconocido impuesto como un mensaje presidencial en cadena nacional? Ahora ya son campañas para ver quién hace campaña como candidato.

Hay que hacer campañas para escoger al candidato que será el candidato que represente a determinada o determinadas fuerzas políticas, sin importar todo el derroche de recursos materiales y económicos que tanta payasada genera. ¿Y luego?

Vemos otra vez que continúa la misma mala película de siempre: Saldrán a la luz pública las tropelías de infinidad de servidores públicos que ganaron gracias a la “democracia”.

Surgirán las quejas ciudadanas, las inconformidades, el arrepentimiento, la desilusión, el sentimiento de culpa que nos llevará al suplicio de pedir perdón por un voto mal empleado. Por eso, las elecciones son como una especie de exagerada borrachera que en los días siguientes se transforma en una “cruda”, en la que los ciudadanos después de ver por quién votaron juran y perjuran que ya no lo volverán a hacer… ¿Y luego?

Nos leemos la próxima semana.

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