Enrique Graue Wiechers, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México con motivo del 50 aniversario del Movimiento Estudiantil de 1968, en el Palacio Legislativo de San Lázaro.

“Estamos aquí en este Palacio Legislativo, las comunidades académicas del Instituto Politécnico Nacional y de la Universidad Nacional Autónoma de México, como testigos de esta afortunada decisión de la Cámara para colocar en su muro de honor la inscripción Al Movimiento Estudiantil de 1968.

Lo celebramos como instituciones de educación que estuvimos, en un hecho sin precedentes, unidas desde el inicio del movimiento que se iniciara en nuestras instituciones y al que gradualmente, como bien decía Félix, se fueron sumando alumnos, académicos y trabajadores de otros muchos centros de educación superior en nuestra nación.

Tales, y habría que mencionarlos, fueron los casos de la Universidad Autónoma de Chapingo, la Escuela Normal Superior, El Colegio de México, la Universidad Iberoamericana, diversas escuelas del área metropolitana y muchas más del interior de la república. Fue, como se decía, un movimiento nacional que tuvo como epicentro la Ciudad de México.

El Movimiento del 68 fue un grito de rebeldía en contra del autoritarismo y la represión de un Estado insensible a los vientos de cambio que soplaban ya en diversas partes del mundo. Fue también una lucha por el derecho de disentir y por la libertad de expresión, por el respeto a nuestras instituciones educativas y por el deseo de transformar a nuestra sociedad.

Claro está que allá, hace 50 años, éstas no eran precisamente las peticiones que se enarbolaban.

Bien, todas esas son demandas actuales. Pero a ver, ¿no es entonces extraño que en aquel entonces no se hayan expresado estas demandas? Con frecuencia ocurre que las expresiones concretas suelen enmascarar esas aspiraciones reales y genuinas que están ustedes expresando y que hoy en día subyacen en nuestra sociedad, y esas aspiraciones de aquel entonces eran democracia, justicia y libertad.

Desde entonces, esas voces han resonado en nuestra sociedad, sacudiendo conciencias e invitando a los mexicanos a tener una participación activa en las decisiones que se tomen.

La composición de esta legislatura es ejemplo de esos anhelos que todos tenemos y las recientes manifestaciones de los universitarios tienen también esa esencia. La juventud de hoy quiere seguridad y esperanza, requiere expresarse y ser escuchada. Así hay que entenderlo y así hay que actuar en consecuencia. De ahí, en buena medida, también la importancia que hoy se conmemore en estos muros al Movimiento del 68.

Hace 50 años nos enfrentamos los mexicanos con un aparato de Estado indiferente e incrédulo en la juventud, infundioso y autoritario, que creía ver en las genuinas manifestaciones estudiantiles las maquinaciones de una conspiración internacional encaminadas a derrocar al régimen establecido.

Por lo menos yo quiero imaginar que esa fue la razón principal por la que el Estado se dedicó en forma sistemática a intentar acallar el movimiento a través de la negación, la represión y la sinrazón.

Tampoco dudo ni por un momento que intenciones de grupos de poder, o en búsqueda de él, hayan aprovechado o aprovechen circunstancias de conflicto para escalarlas, persiguiendo ocultas y obscuras intenciones. Si ese fue el caso en aquél entonces, no por eso demerita lo genuino, lo espontáneo, el auténtico del Movimiento Estudiantil de 1968.

Hace 50 años, el señor director del Politécnico Nacional y yo éramos entonces jóvenes y estudiantes de nuestras respectivas instituciones que hoy dirigimos, tanto él como yo participamos con ese singular y desbordado entusiasmo que solo a esa edad se puede tener.

Teníamos nuestra verdad y la defendíamos, queríamos transformar y no sabíamos cómo, pero de alguna forma percibíamos que estábamos siendo actores de algo distinto e inesperado.

Hace 50 años, a los jóvenes nos tocó presenciar, con perplejidad y temor, cómo el Ejército ocupaba nuestras escuelas y sitios de reunión. Eran días en donde reinaban la zozobra y el desconcierto, el Estado no sabía qué hacer con las instituciones de educación superior y nosotros no sabíamos qué hacer con la presencia militar en las calles y en nuestras instalaciones, solo podíamos indignarnos y protestar.

Tras 12 días de ocupación militar en la universidad, recuerdo muy bien que el ambiente en nuestros recintos era tenso. El júbilo inicial había declinado dando paso al asombro, a la rabia y a la radicalización.

Yo debo decirlo, tuve temor y percibí en mis compañeros el miedo. El miedo de lo que ni sospechábamos estaba por llegar.

Hoy, hace 50 años, a las 6 y 10 de la tarde, en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, sucedió una masacre cruel e inexplicable que es difícil describir.

Al día siguiente todo era silencio; poco, escandalosamente poco, se redactaba en los medios de comunicación. La atrocidad había sido minimizada y las escasas imágenes que circulaban de lo acontecido en la Plaza, apenas existían en algunos medios de comunicación. Y las observamos como dolorosas, oprobiosas y lacerantes.

Y se culpaba a estos jóvenes revoltosos que aquí están hoy en día, como Comité del 68, de los sucesos, y a los intereses políticos internacionales.

Por más comisiones de la verdad y fiscalías que se han creado, nunca nos ha quedado claro ni las razones ni el número de muertos habidos y, muy probablemente, tal vez nunca lo sepamos con certeza y precisión.

Pero lo que sí supimos es que a partir de ese 2 de octubre algo en México se había roto. Que algo terrible había sucedido y que no debería jamás volver a suceder.

El Movimiento Estudiantil de 1968, obviamente no fue el inicio del México contemporáneo, pero sí fue el gran punto de inflexión que dio lugar a una serie de ciclos y movilizaciones ciudadanas cuyo aporte democrático nos lleva al México actual.

A la Universidad Nacional Autónoma de México nos dejó la certeza de nuestra autonomía, entendiéndola como la capacidad de autogobernarnos y autorregularnos, determinando nuestros propios fines y los medios académicos para lograrlo. También nos dejó la convicción de defenderla con gran firmeza en todos sus aspectos.

Esta autonomía también reforzó nuestra vocación con el análisis permanente de la realidad del país, de sus problemas y de sus necesidades. De sus asimetrías y agudas desigualdades, y de nuestra misión para intentar contribuir a atenuarlas o a resolverlas.

El Movimiento del 68 fue también el germen de la reforma que en 1988 instauró el sistema político plural en este país, responsable hoy en día de la alternancia democrática que sucedería después y que detonó la concientización ciudadana por los derechos humanos.

Fue el sustrato inicial o el catalizador donde movimientos ciudadanos por la equidad de género, por los derechos de las comunidades indígenas, por el respeto al medio ambiente, a la libertad, a la diversidad sexual y por la imperiosa necesidad de honestidad y transparencia han encontrado eco y aceptación en la sociedad actual. Es gracias, indiscutiblemente, al Movimiento del 68. Hoy, gracias a él somos más libres y con mayor conciencia social.

A 50 años de aquel entonces, bien lo decía Félix Hernández Gamundi, no estamos exentos de crímenes abominables que no han tenido explicación satisfactoria. Y también sabemos que vivimos inmersos en una sociedad con mayor violencia e inseguridad. Nos seguimos sintiendo indefensos ante ello. Pero hoy también, con estas palabras que se inscriben en sus muros, se reconoce por esta Cámara que algo se ha logrado y que mucho más debemos alcanzar.

Sí, honorable Cámara, el Movimiento del 68 fue determinante en la transformación de los procesos políticos y sociales de México. Modificó el rostro en nuestras expresiones culturales y vitalizó la creación artística, científica, literaria, académica e intelectual de nuestra nación.

Por todo ello, qué bueno que hoy en esta sede del Congreso de la Unión, a 50 años de esos acontecimientos, se afirme que el Movimiento del 68 nunca se va a olvidar.

Señores diputados. Ese México que levantó su voz. Esos jóvenes golpeados y perseguidos. Esa sangre derramada. Esos presos que injustamente se les acortó su vida en libertad. Todas estas muertes atroces y todas esas luchas ciudadanas posteriores se los agradecen sentidamente. Muchas gracias, señor presidente, por esta oportunidad que le dio a la Universidad de dirigirse a este cuerpo de representación.

A mí me gustaría nada más concluir como lo hacemos los universitarios, diciendo que por nuestra raza y su espíritu hablen la razón, la libertad, la tolerancia y el amor por México. Que viva México”.

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