*En manos de la ineptitud: la tragedia legislativa de México

México no está en crisis por falta de recursos ni por carencia de talento entre su gente. Está en crisis porque su clase política, especialmente la legislativa, hace de la incompetencia una virtud, del cinismo una estrategia y del descaro una costumbre.

En ninguna democracia que se respete es concebible que individuos sin preparación, sin méritos profesionales y con historial de corrupción accedan con facilidad a cargos de representación tan trascendentales como los de diputado o senador. Y sin embargo, eso ocurre en México. Es el pan de cada legislatura, el sello de cada sexenio.

Es un drama, pero también un insulto: legisladores sin credenciales académicas, sin experiencia legislativa, sin conocimientos técnicos, opinan, modifican, crean y derogan leyes que afectan la vida de millones de mexicanos.

¿Cómo es posible que alguien que no entiende los fundamentos básicos del derecho, la economía o la administración pública tenga la capacidad —legal y real— de decidir el rumbo del país? La respuesta, aunque dolorosa, es simple: porque el sistema político lo permite y lo celebra. Porque ser electo por el pueblo se ha vuelto una excusa para justificar cualquier forma de mediocridad, como si el respaldo popular fuera un cheque en blanco para atropellar el sentido común.

Los partidos políticos, en su lógica de supervivencia, no buscan perfiles preparados o con vocación de servicio. Buscan lealtades. Buscan rostros obedientes, figuras que acaten sin chistar la línea del partido. Legisladores que no piensen, sino que obedezcan.

Y así se entienden declaraciones tan desvergonzadas como la del expresidente Andrés Manuel López Obrador, quien afirmó, sin rubor alguno, que prefiere un 90 por ciento de lealtad y solo un 10 por ciento de conocimiento en sus colaboradores. Esa fórmula es, en sí misma, una receta para la ruina institucional. Se institucionaliza la mediocridad, se premia la obediencia ciega, y se castiga al talento crítico que podría, paradójicamente, elevar el nivel de nuestra democracia.

¿Y qué ha producido ese modelo? Un Congreso degradado, donde se aprueban iniciativas sin leerse, donde los dictámenes se votan por consigna, donde la mayoría de las intervenciones son mera repetición de frases huecas dictadas desde alguna oficina de partido.

Hay legisladores que no asisten a sesiones, que acumulan faltas, que firman sin leer, que votan sin pensar. Algunos de ellos han sido exhibidos una y otra vez por corrupción, por tráfico de influencias, por enriquecimiento inexplicable. Y pese a todo, se les reelige. Se les premia. Se les aplaude en los mítines. Es el espectáculo del descaro elevado al rango de carrera política.

El fenómeno de los "chapulines" es la cereza en este pastel de impudicia. Políticos que saltan de un partido a otro como si se tratara de un juego de sillas musicales, sin ideología, sin vergüenza, solo con hambre de poder. Cambian de camiseta, pero no de prácticas.

Son los mismos nombres reciclados, las mismas promesas huecas, los mismos escándalos de siempre. Y lo más alarmante: el sistema los protege.

El fuero constitucional les garantiza impunidad, y los partidos, lejos de sancionarlos, los arropan como activos valiosos. No importa que tengan expedientes abiertos, que hayan sido acusados públicamente, que hayan quedado exhibidos en videos o audios. Mientras sirvan a los intereses del partido, seguirán ahí. Intocables.

El Congreso mexicano ha dejado de ser un órgano de deliberación para convertirse en una caja de resonancia de los intereses del poder. Diputados y senadores actúan muchas veces como auténticos burócratas del voto, sin ideas, sin proyectos, sin otra brújula que la consigna.

Rara vez presentan una iniciativa propia. Rara vez estudian los temas que abordan. Rara vez debaten con argumentos. La política legislativa es un teatro pobremente actuado, en donde los aplausos son automáticos y las decisiones, previsibles. Y si se les cuestiona, se escudan en la legitimidad del voto. Como si el voto bastara para suplantar la responsabilidad.

Este desastre no sería posible sin la complicidad de un segmento del electorado que sigue justificando lo injustificable. Que defiende a estos personajes como si fueran mártires, como si traicionar al país fuera un acto de heroísmo. La ignorancia, el clientelismo y la desesperanza se combinan para producir una ciudadanía resignada o, peor aún, fanatizada.

Una ciudadanía que aplaude el desastre, que repite las mentiras como si fueran verdades absolutas, que idolatra a quienes deberían estar rindiendo cuentas ante la justicia. La política se ha transformado en una religión para muchos, y los partidos en templos donde no se permite el pensamiento crítico.

Estamos gobernados por una clase política que, en su mayoría, no merece el cargo que ostenta. Y mientras no haya un cambio profundo en los criterios de selección de nuestros representantes —basado en méritos, en trayectoria, en conocimiento real—, México seguirá atrapado en este ciclo de ineptitud y corrupción. No basta con votar.

Hay que exigir. Hay que fiscalizar. Hay que romper el pacto de impunidad entre partidos, líderes y votantes ciegos. La regeneración de la vida pública no llegará desde las cúpulas del poder: tiene que construirse desde la ciudadanía, desde la educación, desde la crítica activa y bien fundamentada.

La política mexicana necesita una cirugía mayor. Y como toda cirugía, dolerá. Pero más duele vivir en un país donde las leyes las hacen los ignorantes, donde la impunidad es la norma, y donde los responsables del desastre no solo no pagan por sus errores, sino que son premiados con otro cargo público.

El Senado de la República y la Cámara de Diputados no pueden seguir siendo bodegas de compromisos partidistas ni refugio para la ineptitud. Necesitamos representantes que entiendan el peso histórico de su investidura, que se preparen, que rindan cuentas, y que vivan a la altura de las leyes que juraron respetar.

La pregunta no es en manos de quién estamos. La verdadera pregunta es: ¿cuánto más estamos dispuestos a tolerar esta “burrocracia”?

¡Hasta la próxima!

Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Cookies user preferences
We use cookies to ensure you to get the best experience on our website. If you decline the use of cookies, this website may not function as expected.
Accept all
Decline all
Analytics
Tools used to analyze the data to measure the effectiveness of a website and to understand how it works.
Google Analytics
Accept
Decline
Unknown
Unknown
Accept
Decline
Save