Por la colocación a los pies del Templo Mayor, la ofrenda encontrada en este lugar está asociada a Huitzilopochtli, dios de la guerra, y pareciera que el contexto en el que está ofrecida es para venerarlo, reveló el experto del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología (ICMyL) de la UNAM, Francisco Alonso Solís Marín.

Como en pocas descubiertas hasta ahora en el sitio, expertos del ICMyL y antropólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) hallaron recientemente 164 estrellas de mar, de tres especies provenientes del océano Pacífico, dedicadas a esa deidad.

Solís Marín, quien participa con el INAH en el estudio, detalló que fue localizada a finales de 2019 pero debido a la pandemia su exploración quedó suspendida. Fue hasta el presente año cuando se abrió y detectaron numerosas frondas de corales, peces globo, centenares de conchas, decenas de caracoles, un ejemplar de ibis espatulado y el esqueleto de un jaguar adulto ataviado como un guerrero.

Precisó que la oblación contiene también el esqueleto de una hembra jaguar que está rodeada de numerosos elementos marinos, entre los que destacan las estrellas de mar de las especies Nirodellia armata, Pentaceraster cumingi y Pharia pyramidata, además de dardos, todos ellos símbolos de un ambiente bélico. Se espera que cuando se termine de retirar los restos óseos se ubiquen más elementos de ornamentación.

Los antiguos mexicas asociaban al felino con el cielo nocturno y la noche; y las estrellas de mar también estaban relacionadas con las del firmamento y, más importante, con el mar, puntualizó.

“Estamos trabajando directamente, revisando el contenido de la ofrenda que es muy importante. Es probable que poco a poco podamos encontrar más elementos como erizos de mar, que hasta el momento no hemos encontrado”, comentó luego de destacar la labor conjunta que realiza con Leonardo López Luján, titular del proyecto de estudio Templo Mayor, el arqueólogo Miguel Báez Pérez; los estudiantes Daniel Mireles, Alejandra Caballero, Carlos Conejeros, Belém Zúñiga, además de Tomás Ruiz, trabajador del Templo Mayor.

Los arqueólogos, añadió, dataron la ofrenda en el año 1500; es decir, esta cápsula del tiempo fue depositada por los antiguos mexicas cuando reinaba el emperador Ahuizotl o Moctezuma.

Solís Marín detalló que se considera que los buzos aztecas, sin ninguna ayuda más allá de sus pulmones, se zambullían a profundidades de seis a nueve metros para recolectar los equinodermos, los cuales metían en una especie de redecilla.

Recordó que las costas se localizan a 245 kilómetros de distancia, en el caso del Golfo de México, y a 290 por lo que respecta al Pacífico, casi en línea recta, razón por la cual hoy en día, por las características observadas en los ejemplares contenidos en varias ofrendas, él y su equipo creen que los especímenes eran traídos tanto vivos, como muertos.

“Algunos ejemplares como las estrellas de mar tienen una piel muy delgada, estoy hablando de micras, pero cuando el animal ha muerto después de un par de días se descompone; pero los erizos de mar tienen una piel más duradera. En nuestros trabajos hemos sacado erizos de mar y nuestros análisis han mostrado que tienen una cubierta de piel y elementos de la dermis que nos hacen creer que al menos ellos estaban vivos. Si el animal era encontrado seco sería más frágil, tendría muy mal olor y no les gustaría ofrendar algo con olores pútridos”, comentó.

Poder y gloria

Luego de recordar que en 2005 comenzó la colaboración del ICMyL y el INAH para revisar las oblaciones, el investigador expuso que es probable que los equinodermos eran entregados como tributos a los mexicas por los estados o las zonas del Pacífico. Ejemplo de ello fueron los pepinos de mar hallados en la ofrenda 126 de la diosa Tlaltecuhtli, diosa de la Tierra.

“Hasta ahora se han encontrado tres especies de mar, hay miles de conchas de moluscos y la mayoría provienen del Atlántico, pero las estrellas provienen del Pacífico, y lo que representaban con la ofrenda los mexicas era la diversidad a la que tenían acceso, pero, al mismo tiempo, es que hablaban de su poderío”, agregó.

Las más antiguas pueden ser consideradas “pobres”, porque solo contenían decenas de plantas y animales que era posible encontrar en los alrededores, pero nunca ofrecían animales relacionados con la cuenca de Tenochtitlan, como ranas o venados; solo colocaban animales o plantas exóticas, que eran dignos de una deidad, señaló Solís Marín.

Conforme avanza el poderío y crece el imperio en extensión, empiezan a ser más diversas, por lo que en la 126 había más productos de ambas costas del país, lo que indica a los biólogos la biodiversidad, pues inclusive se han obtenido tiburones en algunas, acotó.

De acuerdo con el investigador, las estrellas de mar localizadas tienen un tamaño inusualmente grande, comparadas con las que se encuentran actualmente en las costas mexicanas, lo que refiere un ambiente completamente sano para el crecimiento y desarrollo de los animales marinos.

“Es importante decir que también se han encontrado galletas de mar (similares a erizos aplastados), en especial una especie que se reportó que existía en la boca del Golfo de California; nosotros en la colección nacional no tenemos algún ejemplar en los archivos, tengo más de 30 años trabajando equinodermos y nunca la he encontrado. Es decir, es muy probable que esté extinta, pero hacia 1500 sí había ejemplares y lo sabemos porque aparecen en las ofrendas del Templo Mayor”, aseveró Francisco Alonso Solís.

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