Entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX ingenieros, arquitectos y artistas, especializados en plástica, mosaico, pintura, cantera y forja, emigraron de Italia a México en busca de oportunidades profesionales y participaron en la creación y diseño de obras que concretaban los deseos de modernidad de Porfirio Díaz (1876-1911) y regímenes posteriores.
Sus contribuciones se aprecian en edificios como el Palacio de Bellas Artes, el Palacio Postal, el Monumento a la Independencia o el Museo Nacional de Artes, en la Ciudad de México; en el Templo Expiatorio de Guadalajara o el Hospital Muguerza de Monterrey.
Un mito que carecía de evidencia era que esta emigración de talento había llegado a México a trabajar por solicitud de Porfirio Díaz, no obstante, Martín Checa-Artasu, investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa, dijo que estos italianos participaron en concursos públicos de la época para hacer obras y después se celebraron contratos. Si bien, el Estado los llegó a contratar, su mercado eran principalmente las élites, la burguesía económica y financiera, ligada al poder político.
“Esa migración se fue principalmente a países de Latinoamérica y encontraron trabajo porque había una demanda de su actividad, los países de América estaban en formación y las escuelas de arquitectura, ingeniería y artes no habían alcanzado todavía el suficiente potencial o habían quedado en crisis por sus propias guerras de independencia”, explicó el doctor en geografía humana.
Checa-Artasu se dio a la tarea de revisar esta herencia italiana en México, y junto con la arquitecta Olimpia Niglio, coordinó el libro Italianos en México. Arquitectos, ingenieros y artistas entre los siglos XIX y XX, obra que aporta información inédita, además de que rescata datos de archivos de México y de Italia, de la prensa de la época, así como de archivos personales de algunos de esos emigrantes italianos.
Recuperar la historia de la arquitectura, ingeniería y arte del Porfiriato es importante desde su perspectiva porque es parte del patrimonio de los mexicanos. “El Porfiriato ha sido ignorado y minusvalorado en muchos aspectos y yo estoy en contra de eso porque como todas las épocas de la historia tuvo sus aspectos positivos y negativos”.
Agregó que la Avenida Juárez y el Eje Central Lázaro Cárdenas, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, son evidencia de esa idea de modernidad que se tenía a principios del siglo XX, esta última vía estaba abigarrada de locales e incluso en donde ahora está el Palacio de Bellas Artes estaba el convento de Santa Isabel. Se ordenó esa parte de la ciudad en pos de una idea de belleza y progreso.
Adamo Boari fue uno de los destacados representantes de esta emigración, él tenía un estudio de arquitectura en Chicago, Estados Unidos, cuando decidió venir a México para participar en un concurso para construir el Palacio Legislativo en 1897. No lo ganó, pero sí ameritó una compensación económica, que nunca recibió, indicó el doctor en geografía humana.
“En sus idas y venidas fue cuando Boari estableció contactos con obispos, políticos y la comunidad italiana residente en el país y decidió vivir aquí en 1901, año en el que lo contrataron para diseñar templos en Guadalajara, Atotonilco el Alto, Matehuala y Monterrey, y más tarde para proyectar y construir el Palacio Postal y después el Palacio de Bellas Artes, en los últimos dos proyectos participó el ingeniero mexicano Gonzalo Garita de quien se sabe poco”, comentó el integrante de la Academia Mexicana de Ciencias.
El mármol fue uno de los materiales que definieron edificios, monumentos, lápidas y altares de la época. Esta piedra se importaba de Carrara y Pietrasanta, Italia, al grado de que se establecieron marmolerías en el país, una de ellas fue de los hermanos Cesare Augusto Volpi y Augusto Cesar Volpi, quienes se encargaron de esculpir un sinnúmero de esculturas, muchas de ellas de Benito Juárez distribuidas en plazas de municipios de todo el país, así como tumbas en panteones.
Adolfo Octavio Ponzanelli trabajó en la Columna de la Independencia y luego se independizó; trabajó por su cuenta en numerosas obras privadas e hizo panteones, altares, piezas para iglesia en varias ciudades del país. Su familia continúa en México y tienen una empresa de mármol en Naucalpan, destacó el profesor del departamento de Sociología.
Otro ejemplo es Silvio Contri, quien construyó la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, hoy en día el Museo Nacional de Arte, también construyó el edificio de Excélsior y el edificio High Life. “Vino porque diseñó el proyecto del médico francés Arnaldo Vaquié que consiguió un derecho para generar canales de riego y más tarde energía eléctrica en torno al río Necaxa, Puebla; el proyecto no funcionó, pero Contri se quedó en el país”.
Martín Checa-Artasu añadió que el libro contribuye a eliminar errores historiográficos que se habían repetido por decenas de años, por ejemplo, el nombre correcto del responsable del grupo escultórico que se encuentra en el Hemiciclo a Juárez (en el que hay leones, diosas y hasta la figura de Benito Juárez sedente) es Alessandro Lazzerini, pero por mucho tiempo se le dijo Lazarini. Esa omisión no ha permitido valorar en su justa medida la labor de este escultor en México.
De igual forma, el libro ha sacado a la luz a personajes desconocidos como Humberto Pedretti que trabajó en Guadalajara o Adrián Giombini, un ingeniero que primero diseñó iglesias en Morelia para luego ser docente en la Escuela de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México, al igual que Enzo Levi, introductor de la hidráulica moderna en México.
El libro forma parte del proyecto Italian Diaspora in Latin America dirigido por la doctora Niglio desde 2015 y consta de 20 capítulos en el que participaron 17 autores, profesores universitarios, tanto italianos como mexicanos. Se reseña la vida de Francesco Savario Cavallari, Claudio Linati, Pedro Gualdi, Adamo Boari, Silvio Contri, Adrián Giombini Montanari, Enzo Levi, Bruno Cadore Marcolongo, Eugenio Landesio, Humberto Pedretti, Guido Ginesi, Tina Modotti y Pedro Friedeberg, entre otros. Fue editado por la editorial Aracne Editrice.